8. Cosas de humanos

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Hola- respondió Vegeta mientras contestaba el teléfono, estaba en el balcón de su casa mientras tomaba un café mirando el mar.

Era fin de semana y no debía trabajar así que era usual que recibiera llamadas de su amigo en esos días.

No, no tengo nada qué hacer hoy -respondió, aunque sabía que podría arrepentirse de decirle eso- ¿Van a ir al bar ese otra vez?- preguntó, Raditz afirmó del otro lado del teléfono- Bien, iré esta vez- le aseguró. Ya no podía rechazarlo ya que le había fallado la otra vez aunque había sido por una buena razón, pero no podía decírsela.

Escuchó el parloteo de Raditz sobre la otra vez, parecía que la habían pasado bien.

¿Por qué me aclaras que van a ir chicas? No me interesa- le aseguró Vegeta con fastidio, sabía que su amigo solía creer que podía entrometerse en ciertos aspectos de su vida aunque él no le hubiera dado a entender que podía hacerlo- haz lo que quieras pero a mi no me interesa, solo iré porque ya me habías pedido que lo hiciera la otra vez y no pude ir- le aseguró.

Raditz se contentó de ello aunque no hiciera caso a sus sugerencias de conseguir congeniar con alguna chica.

Te veo en la tarde entonces, allí estaré. Es verdad esta vez-le aseguró, Raditz se despidió con amabilidad y cortó la llamada.

Vegeta resopló mientras seguía configurando su nuevo teléfono, no había tenido tiempo de hacerlo bien ya que había tenido trabajo extra esos días debido a que había faltado luego del incidente del fondo del mar.
Pensó sobre la pereza que le daba tener que asistir al bar aunque él mismo había dicho que si, usualmente le daba mucho pesar tener que socializar con personas. Su madre solía preocuparse a menudo porque estuviera muy solo desde que se había mudado.

No le interesaba en absoluto, aunque podía juntarse de vez en cuando con Raditz ya que él no era alguien demasiado molesto. El último mes había estado hablando más con sirenas que con humanos, eso le parecía incluso un poco extraño.

Miró el mar al pensar en las sirenas, aunque solo estaba pensando en una de ellas.

No le agradaba tanto la idea de tener que ir al bar en la tarde ya que usualmente esa era la hora en la que podía llegar a ver a Bulma en la playa, aunque ella no solía ir allá siempre ya que sabía que el mundo mermaid tenía sus propias limitaciones. Las había visto por sí mismo aunque no las entendía del todo.

Había podido ver a Bulma por poco tiempo las últimas veces y no había podido hacerle todas las preguntas que le gustaría, aunque también recordó que solía olvidar lo que quería preguntarle cuando la veía.

Con solo ver su belleza inefable y el brillo de sus ojos que parecían llamarlo cuando lo miraba olvidaba todo, incluso podría permanecer con ella solo mirándola sin hablar. Así como ella hacía con él cada vez que se veían, aunque ella lo hacía porque no podía producir sonido alguno.
No sabía porqué, cada vez que la veía sentía que necesitaba un minuto más con ella. Usualmente no solía interesarse por nadie en particular, pero cada vez que podía estar con ella a solas sentía que todo estaba donde debía estar.

Pensó en la posibilidad de haberse enamorado de una sirena, sonaba a algo demasiado descabellado. Nunca se había enamorado de nadie antes ¿Y si se trataba de eso?
Pensó en cuando la había sacado de ese barco pesquero que la había capturado, su corazón se había acelerado al tenerla tan cerca ya que él nunca se había propuesto tener contacto con ella después de que aquella mermaid había curado su mano en su primer encuentro.

Volvió su vista al mar mientras trataba de dejar de pensar, pero todo en lo que podía hacerlo era ella ¿En qué momento su constante interés en la fauna marina se había transformado en eso? Ahora ella era la dueña de cada idea que aparecía en su mente.
Recordó involuntariamente el momento en el que ella había tomado sus manos después de haberla salvado del barco. Sintió que el mundo se había detenido por un instante cuando los dos se vieron a los ojos mientras sus manos se tocaban.

Gritos de SirenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora