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Isidoro pasó los siguientes dos días en una especie de limbo, suspendido del trabajo y perdido en un abismo de tiempo libre que no sabía cómo llenar. Las emociones lo acosaban sin tregua, como sombras persistentes en su mente. Cada vez que cerraba los ojos, revivía los encuentros con Freddy: una mezcla de desconcierto y deseo que lo sacudía hasta la médula. Los moratones en forma de sus dedos apresantes, seguían ubicados en lo alto de su cuello. Cada vez que se miraba al espejo, no podía ignorar la presencia de aquellas marcas. Se quedaba ensimismado, pasando largos minutos observándolas, repasándolas, sin saber cómo sentirse, y junto a la pulsante mordida en su labio inferior que aún no cicatrizaba del todo, conformaban un sello semipermanente de lo que ocurrió entre ellos.

Una tarde, recibió un mensaje de Ysabeu: "¿Qué pasó con Freddy? ¿Cómo es eso de que te suspendió?" Isidoro sintió una punzada de nerviosismo al leerlo. No estaba listo para hablar de ello. Tecleó rápidamente una respuesta evasiva: "Cosas del trabajo. Nada que deba preocuparte." Bloqueó su móvil y se quedó mirando al techo, sintiendo cómo la ansiedad se apoderaba de él.

No podía quedarse encerrado en su departamento más tiempo. Se sentía sofocado por el curso de sus pensamientos y necesitaba aire fresco. Tomó su chaqueta y, casi de forma automática, se envolvió con la bufanda de Freddy. El aroma familiar que aún mantenía la prenda lo reconfortaba de una manera que no quería admitir. No tiene por qué significar algo, pensaba para sus adentros. Las noches estaban heladas y el frío le daba una excusa perfecta para usarla.

Salió a caminar sin rumbo, dejándose llevar por las calles silenciosas y el aire gélido que parecía despejar un poco la tormenta en su mente. Llegó a un bar cerca de su departamento, lugar al que solía llevar a algunos de sus ligues en sus días de soltería desatada. Hace ya un tiempo que no quedaba con nadie, no sentía la necesidad.

Era un sitio acogedor, con luces tenues y una música suave de fondo que siempre lograban hacerlo sentir a gusto. Al entrar, el sonido de la puerta al cerrarse detrás de él y el murmullo de la clientela lo hicieron sentir un poco mejor. Se dirigió al mostrador y pidió una cerveza, antes de sentarse en la barra, un tanto apartado. Observó a la gente a su alrededor, parejas conversando en voz baja, amigos riendo y disfrutando de la noche.

Mientras bebía, Isidoro intentaba poner su cabeza en silencio, pero cada sorbo de cerveza parecía sumergirlo más en sus preocupaciones. Cada vez que su mirada se perdía en los reflejos de las botellas tras la barra, volvía al mismo punto.

Anhelaba que las cosas pudieran volver a ser como antes, cuando todo era mucho más sencillo. Pero lo que más lo perturbaba era la incertidumbre de no saber qué significaba todo esto para Freddy ¿Acaso sentía algo verdadero por él? ¿Estaría molesto? ¿Herido? ¿Arrepentido? No sabía cómo enfrentar cualquiera de estas alternativas cuando volviera a comisaría.

Fue entonces cuando notó a un hombre en la barra, uno ruidoso. Jamás lo había visto, pero su inconfundible acento gallego le recordó a Freddy, lo cual le provocó una mezcla de nostalgia y desasosiego. El mundo parecía confabular en su contra.

Mientras observaba al hombre desde su asiento, una idea tentadora se le cruzó por la mente. Tal vez, si besara a otro hombre, podría aclarar si realmente le gustaban, o si simplemente estaba transitando por una etapa bi-curiosa pasajera. Sin embargo, inmediatamente lo descartó al sentir que sería injusto y deshonesto. Utilizar a alguien más para comprobar sus sentimientos ya no le parecía correcto. Esto era algo que tenía que resolver consigo mismo, sin involucrar a terceros.

El desconocido, notando el estado decaído de Isidoro, se acercó con una sonrisa amigable y su copa en la mano.—¿Te molesta si me siento? —Preguntó, señalando la silla vacía junto a él.

Líneas Cruzadas - FredoroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora