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Isidoro regresó a la comisaría tras su suspensión, con una sensación de inquietud creciente en el pecho. La idea de cruzar esas puertas nuevamente, después de todo lo vivido en el lugar era abrumadora. Después de darle vueltas al asunto, sabía que necesitaba tiempo para entender, aclarar y descubrir aspectos de su sexualidad, por lo que no era algo que tenía prisa por zanjar. Sin embargo, volver al trabajo implicaba enfrentarse a algo más inmediato y tangible: a Freddy y al doloroso muro que decidió instaurar entre ellos.

Caminando por los pasillos del edificio, la familiaridad del lugar le parecía distante y ajena. Las miradas curiosas de sus compañeros le hacían sentir como si estuviera bajo un foco.

Cada día posterior a la discusión, el resentimiento en Isidoro crecía como una sombra oscura en su interior. Recordaba vívidamente la noche en que, bajo la tenue luz de la luna, le confesó a Freddy lo mucho que le asustaba establecerse en una relación por miedo a fallar. Había sido un momento de vulnerabilidad genuina, un destello de su verdadero yo que rara vez dejaba ver.

Ese miedo, tan arraigado en su ser, lo había llevado a evitar cualquier tipo de compromiso serio a lo largo de su vida. Freddy conocía esa vulnerabilidad, y sin embargo, lo había dejado de lado sin darle una oportunidad real. No es como si la quisiera de todos modos, pensó para sí mismo. Pero le dolía, sentir que, sin ni siquiera haber estado encaminado a algo, Freddy ya se había rendido con él.

Con el recuerdo de esa confesión todavía fresco en su mente, Isidoro luchaba por encontrar un equilibrio entre su orgullo herido y la culpa que también lo carcomía por dentro. Una voz en el fondo de su cabeza le repetía insistentemente que siempre tuvo razón: es incapaz de amar, de comprometerse, o de mantener vínculos reales. Freddy había sido una luz en su vida, alguien que lo había hecho sentir bien, escuchado y valorado de una manera que poca gente había conseguido. Con él, podía ser él mismo. Y sin embargo, su miedo e indecisión lo habían herido.

Cada vez que pensaba en cómo a lo largo de su vida se había encargado de sabotear cualquier potencial relación romántica, sentía un nudo en la garganta. Realmente era un caso perdido, estaba en su sangre.

Es por ello, que acumulaba cantidades de resentimiento y culpa sobre su espalda que lo mantenían agotado. No podía creer cómo Freddy lo había hecho a un lado como a un perro con tanta facilidad. Ese desprecio, esa frialdad, lo herían profundamente. Pero también lo llenaban de una determinación feroz: demostraría que no lo necesitaba. Si Freddy estaba tan dispuesto a ignorarlo y tratarlo como a un molesto mosquito, se lo devolvería multiplicado por dos. Le daría la relación profesional que siempre debió ser, sin dejar espacio para la debilidad ni la vulnerabilidad. Sería el mejor policía que la comisaría hubiese visto.

Se vistió rápidamente con el uniforme, sus movimientos precisos y mecánicos, como si estuviera en piloto automático. Se equipó desde el armario, tomó la PDA y comenzó a leer los informes para ponerse al día con algunos casos, intentando concentrarse en los datos fríos y objetivos que desfilaban por la pantalla. Por el pasillo, vio pasar al comisario conversando con un par de agentes. Mientras leía sobre intentos de secuestros a policías en los últimos días, no podía evitar preguntarse si Freddy estaría pensando en él, tanto como él lo hacía.

Tenía que ser fuerte, tenía que demostrar que podía seguir adelante. Aunque esa voz interna, cargada de inseguridad y autodesprecio, le repetía que era lo mejor, no merecía a alguien como Freddy a su lado. Que no merecía a nadie a su lado

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El ambiente en la sala de interrogatorios era tenso, cargado con una energía que parecía vibrar en el aire. Las luces fluorescentes lanzaban un resplandor frío sobre la mesa metálica, donde Freddy e Isidoro estaban sentados frente a un sospechoso.

Líneas Cruzadas - FredoroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora