Capítulo I: Eufonía

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Fina

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Fina 🌥️ ha compartido una nota:

Stacy's Mom • Fountains of Wayne

Si hubiera tenido que describirme en una palabra sería cansada, o reventada, o harta, o muerta, o incluso nerviosa.

Realmente habría servido cualquier estado de ánimo que se pudiera solucionar lanzándome a la cama y durmiendo durante quince horas.

Pero ahí estaba, rodeada de estantes de maquillaje y de clientas deseosas por conocer su tono de base o de encontrar el nuevo producto en tendencia. Igual que lo había estado hace siete horas, e igual que lo estaría al día siguiente. Por si fuera poco, no iba a poder volver directamente a mi casa después del trabajo.

Claudia, la responsable de esto, no paraba de dar vueltas en círculos mientras miraba la hora como un acto nervioso.

—Claudia, hija mía, nos vas a terminar desquiciando a todas con tanto mirar el relojito —se quejó Carmen—. Las clientas al final nos van a pedir tranquilizantes en vez de pintalabios.

—Ay, chicas, es que estoy muy nerviosa —dijo Claudia con expresión preocupada—. ¿Y si no me da tiempo a llegar? Yo no quiero volver a casa con el libro sin firmar, se me caería el alma cada vez que lo viera.

—Tenemos quince minutos para cambiarnos, salir de aquí corriendo y llegar hasta la otra punta del centro comercial. Yo lo veo factible —aseguré—. Y tranquila que el libro te lo llevas firmado, como si tengo que secuestrar y extorsionar a la Maite esa para conseguirlo.

—Gracias, Fina, de verdad. Por apoyarme y sobre todo por acompañarme. —Claudia se acercó y me abrazó con ternura—. Eso sí, eso no significa que te perdone que le hayas llamado Maite.

—¿No se llamaba así?

Claudia me miró como si hubiera cometido un crimen de guerra.

—Se llama Marta.

—Casi lo mismo es —respondí, restándole importancia.

—Mira que no saberte ni el nombre de la escritora favorita de tu amiga —intervino Carmen—. Para que veas lo mucho que te escucha, Claudia.

—A ver si te tengo que recordar quién la va a acompañar, corriendo, a la firma de libros mientras que tú te arreglas tranquilamente para ir a un restaurante pijo con Tasio.

—No es mi culpa que a mí sí me vaya bien en el amor —contestó Carmen con una sonrisa socarrona.

Yo le correspondí la sonrisa, con ironía, a la vez que le sacaba el dedo, pero eso no eliminó la expresión de satisfacción que brillaba en su rostro. Carmen se giró con aires de victoria y fue en busca de las pocas clientas que quedaban en la tienda para cordialmente recordarles que la tienda cerraba en cinco minutos. Claudia y yo nos fuimos acercando con sigilo a la puerta marcada con «Solo personal autorizado», donde se encontraban los vestuarios, la cual atravesamos en el mismo instante que el reloj marcó las nueve y media exactas. Ambas localizamos nuestras taquillas al segundo y nos cambiamos como si nos fuera la vida en ello.

Y en el fondo no era tan hipotético, porque Claudia se moriría si no llegara a la firma; y yo moriría de escuchar sus lamentos durante meses (en el mejor de los casos).

Salimos del vestuario igual de veloces que de cautelosas: no podíamos permitirnos ser detectadas por alguna compañera y que nos pidiera ayuda para terminar de limpiar algún estante o colocar correctamente las muestras de maquillaje. Teníamos el tiempo justo. Cada milésima de segundo nos acercaba o los alejaba más de nuestra meta. Carmen, la única en darse cuenta de nuestra huida, nos deseó suerte en voz baja.

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