Marta
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El departamento de diseño era, por definición, un oxímoron. Un caos armonioso. En las mesas se mezclaban, sin ningún tipo de orden, fotografías, bocetos, carpetas, libros de colorimetría y paletas de colores; sin embargo, resultaba en un conjunto agradable, incluso artístico.
Acudir a ese departamento resultaba siempre, de primera oída, una noticia agradable, casi emocionante: escapar, momentáneamente, de la rígida monocromía que regía mi despacho y adentrarme en una arboleda de tonalidades. Luego, la información se asentaba en mi mente y esta, con la ligereza de un profesional, dibujaba el recuerdo de unos ojos, inmutables, que perseguían cada gesto y cada movimiento que hiciera o, incluso, que no hiciera.
La inconfundible mirada de Marcos Carvajal, uno de los fotógrafos que trabajaba en la editorial, buscaba con desesperado interés la mía, la cual recorría de un lado a otro la sala, esquivando sin fingir disimulo el lugar donde él se encontraba.
—Buenos días, os traigo la propuesta de portada que finalmente ha sido escogida —hablé, dejando la carpeta sobre una de las mesas.
La atmósfera que envolvía la sala estaba cargada de tensión, de rostros expectantes y de miradas en las que relucía un tenue miedo. La conversación de hace unos días con Begoña —quien me había lanzado un beso al verme entrar por la puerta— se reproducía en mi cabeza como una voz lejana, asegurando que había dejado al departamento entero temblando.
Traté de diluir la tensión manteniendo una expresión relajada y una sonrisa afable. Si fui clara cuando el trabajo no estaba siendo el esperado, también debía serlo cuando era impecable.
—He añadido algunas anotaciones y unas pocas sugerencias. Realmente pocas, porque el resultado es ya de por sí sublime —Al pronunciar la última palabra, el departamento fue sepultado por una avalancha de incrédula ilusión y orgullo—. Enhorabuena a todos por el trabajo.
El silencio fue sustituido por una amalgama de voces entusiasmadas que exhibían su agradecimiento, las cuales se tornaron en vítores y celebraciones cuando abandoné la sala. Mantengo con firmeza la opinión de que no soy una jefa estricta —en exceso, al menos—, pero, a juzgar por la reacción de los trabajadores, no compartíamos esa misma visión.
De vuelta en mi sobrio despacho —el cual parecía todavía más descolorido después de la visita al departamento—, abrí el portátil y, con resignación, cogí aire antes de sumergirme en el océano de trabajo. Entre correos con la empresa cinematográfica —que vilmente me había arrebatado parte de mi fin de semana—, revisiones de nuevas propuestas de publicación e instrucciones de reedición de algunas obras de notable impacto entre los lectores, la mitad de la mañana había quedado reducida a un mero suspiro.
La puerta se abrió y apareció Begoña, quien llevaba un café y una pequeña bolsa de papel.
—Buenos días a mi jefa favorita —saludó, guiñándome el ojo—. Te he traído un café y una napolitana porque estoy segura de que no has comido nada en toda la mañana.
—Y lamentablemente estás en lo cierto —sonreí mientras ella dejaba las cosas en la mesa—. Muchas gracias.
—Tienes que preocuparte más por ti y menos por el trabajo —dijo, mirándome con desaprobación—. Me gustaría no quedarme sin cuñada tan pronto.
—Bueno, más de uno se alegraría de quedarse sin jefa.
—Lo importante es que yo no —sostuvo con expresión seria, que segundos después se transformó en burlona—, y Marcos tampoco.
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Olas de tinta
RomanceSe podía decir que Marta había cumplido su sueño. Había fundado su propia editorial e, incluso, se había convertido en una escritora reconocida, a pesar de la inicial reticencia de su padre. Su vida personal, por otro lado, estaba bastante lejos de...