Capítulo II: Melodía

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Marta

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El calendario que se mostraba en la pantalla del ordenador podría perfectamente exhibirse en un museo de arte abstracto: una sucesión de rectángulos, unidos al milímetro, de diferentes tamaños y tonalidades disonantes. Debajo del cuadro se explicaría que cada rectángulo representaba una tarea o reunión que tenía que realizar esa semana, y que la paleta de colores, tan poco armoniosa, buscaba transmitir la sobresaturación que experimentaba la autora al pintarlo. Por suerte, el lienzo terminaba a las seis de la tarde del viernes —es decir, hoy— y a su lado se exhibía un cuadro de trazos sinuosos y pigmentos agradables, titulado «fin de semana».

Solo tenía que sobrevivir la jornada de hoy y hacer una pequeña visita al Fnac por la tarde para revisar las ventas antes de poder disfrutar de la libertad durante dos días. Un adarme de libertad, más bien, porque era imposible dejar todas las tareas terminadas en horario laboral, y a su vez se me exigía —o yo me exigía— tenerlas para el lunes. Mis días legales de descanso eran en realidad una extensión, más relajada, de mis días legales de trabajo.

Suspiré mientras abría uno de los correos que tenía pendientes. Se trataba de la propuesta que habían mandado desde el departamento de publicidad para la secuela de una de nuestras sagas de fantasía más exitosas. En la iniciativa se mezclaban anuncios que llamaban la atención de los ya lectores de la saga, con referencias y bromas sobre el libro anterior, y otros que buscaban interesar al posible nuevo lector. Estaba redactando la aprobación del proyecto cuando alguien entró por la puerta sin molestarse en tocar. Solo una persona podría ignorar los códigos de comportamiento, al menos conmigo, de una manera tan despreocupada.

—¿Qué escribes? —preguntó Begoña, cargada con una pila de folios.

Begoña trabajaba en el departamento de diseño, donde se encargaba de la fotografía y de la edición de esta. Con el característico tinte sectario de una empresa familiar, era además mi cuñada, y amiga realmente cercana.

—Un correo —respondí aburrida.

—¿Así me agradeces todo el esfuerzo que hice por ti? —Ella me miró con desaprobación.— El día que entre y estés escribiendo tu libro en vez de informes y correos será realmente un milagro.

—No tengo tiempo para eso.

—Tendrías si quisieras —aseguró— y deberías tener, porque te recuerdo que en la reunión se acordó un número de horas que debías dedicar a la escritura. Tus libros forman parte del catálogo también, Marta.

Y lo sabía perfectamente. Cada cierto tiempo metía a Marta la escritora a la fuerza en el despacho, pero siempre se terminaba escapando, dejando una libreta llena de tachones como única evidencia de su fugaz estancia. Marta la empresaria podía sobrevivir bajo la rígida geometría de una oficina; Marta la escritora moría lentamente al ver cómo el arte se asfixiaba en aquellas cuatro paredes.

—Mi escritura no es compatible con este sitio, solo puede prosperar en la tranquilidad de mi casa.

—Lo de que hay mucha tranquilidad es innegable. Solo estás tú con dos gatos y el espíritu de un marido que se materializa unos pocos días al año —bromeó—. Yo en ese lugar no me transformaría en escritora, sino en una dependiente de los antidepresivos.

—No te creas que son cosas tan diferentes —dije con una sonrisa un poco manchada de tristeza—. Bueno, no creo que hayas venido aquí a hablar conmigo, ¿verdad?

—Habría estado bien, pero no. Vengo a entregarte las dos propuestas finales de la portada para el nuevo libro de fantasía.

—¿Ya las tenéis? Qué velocidad.

Olas de tintaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora