PESADILLA REALIZADA

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Capítulo ocho

Me encontraba disfrutando de una rebanada de pizza con gaseosa, Cristina a mi lado, mientras las luces cambiaban de colores cada pocos segundos y los últimos invitados se despedían. Habíamos tenido la mejor noche celebrando el cumpleaños de mi mejor amiga, Cristina. Con sus padres fuera de la ciudad, nos permitieron quedarnos despiertas hasta tarde, riendo y disfrutando sin preocupaciones.

—Ya tengo que irme —le dije a Cristina, terminando de morder la última porción de pizza de champiñones.

Cristina miró la hora con preocupación. —Deberías quedarte. A estas horas no hay nadie en las calles.

—Lo siento —negué con la cabeza y tomé mi bolso del mesón—. Solo pedí permiso hasta las 10:30, y ya son casi las 12. —Saqué el celular del bolso y lo revisé con nerviosismo—. Mi mamá me va a matar.

Me acerqué a Cristina y le planté un par de besos en las mejillas. Ella estaba cerca de la puerta mientras yo corría hacia las escaleras.

—¡No vayas a resbalarte! —gritó detrás de mí.

—¡No lo haré!

Bajé las escaleras rápidamente, con el corazón latiéndome apresuradamente en el pecho. La noche había sido genial, pero ahora me preocupaba la reprimenda que me esperaba en casa por llegar tan tarde.

Hacía frío, Cristina tenía razón. La carretera estaba oscura y desierta, apenas iluminada por la luz intermitente de los faros de los pocos autos que pasaban. Me abracé a mí misma, tratando de calentarme en la fría noche.

Fue entonces cuando escuché unos pasos. Volteé para mirar, pero la primera vez no vi nada. Pensé que era mi mente jugándome una mala pasada, tal vez nerviosa porque mi casa estaba bastante lejos de la de Cristina. Pero segundos después, escuché los pasos de nuevo, más cercanos esta vez, y al girar rápidamente, lo vi: la sombra de un hombre encapuchado emergiendo de la oscuridad de la carretera por la que había pasado hace un momento.

Mi corazón comenzó a latir desbocado en mi pecho, el miedo se apoderó de mí y me costaba respirar con normalidad.

—Cálmate, Montserrat. Tal vez solo sea alguien común —murmuré para intentar mantener la calma, aunque mi voz temblaba.

Aceleré el paso, intentando mantener la compostura, pero él también aumentó su velocidad, acercándose cada vez más hacia mí con determinación.

El pánico me impulsó a correr hacia el bosque cercano, pensando que podría perderlo entre los árboles. Mis pies golpeaban el suelo con fuerza, escuchando cómo las ramas se quebraban bajo mis zapatillas, el sonido de mis propios pasos mezclándose con los de él, que seguían resonando a mis espaldas.

Finalmente, me escondí detrás de un grueso tronco. Por un momento, creí que lo había perdido de vista, y mi corazón latía con fuerza mientras trataba de controlar mi respiración entrecortada.

No debí salir de la casa de Cristina. Ella siempre decía que era peligroso, y ahora entendía cuánta razón tenía. Sentí el miedo recorrerme, pensamientos aterradores ocupando mi mente.

—Voy a morir a los catorce años y ni siquiera sé cómo es un primer beso —susurré en voz baja, sintiendo las lágrimas correr por mis mejillas. Nunca me había detenido a pensar que algo así podría pasarme a mí, una chica normal de catorce años.

¿Por qué? ¿Por qué un extraño se había obsesionado conmigo? Esa pregunta resonaba en mi cabeza mientras luchaba por mantener la calma y encontrar una forma de escapar de esa pesadilla.

OJO DE LOBO ✓(TERMINADA) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora