TRANSFORMACIÓN Y CAZADORES

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Capítulo dieciocho

La tensión en el aire era palpable mientras Max miraba a Cristina con seriedad. Cristina y yo aún estábamos en estado de shock.

—Ella… es una mujer lobo —repetí, mi voz apenas un susurro.

Cristina se llevó las manos a la cara, sus ojos llenos de confusión y miedo.

—No puede ser… —murmuró, como si estuviera tratando de convencerse a sí misma de que todo esto era una pesadilla de la que pronto despertaría.

—Max —dije, girándome hacia él—, ¿cómo podemos ayudarla? ¿Qué se supone que debemos hacer ahora?

Max respiró hondo, su mirada firme. —Lo primero es mantener la calma, Montserrat —me ordenó con cierta seriedad—. Creo que deberíamos llevarla con los cazadores, no tenemos más opciones.

—¡No! —dije consternada, mientras Cristina sollozaba—. Ellos la van a matar.

—Tenemos que intentarlo, ella no puede estar entre los ciudadanos. Pronto será medianoche y no tenemos más opciones.

—Todo estará bien —le di un abrazo, pero estaba tan asustada como ella.

Cristina esbozó una sonrisa débil, agradecida por el apoyo. Aunque el miedo seguía presente en sus ojos, trató de calmarse.

Mamá y Elena se acercaron rápidamente, sus rostros reflejando una mezcla de incredulidad y preocupación. Spencer también se levantó de la mesa, mirando a Cristina con ojos muy abiertos.

—¿Qué es lo que está pasando? —preguntó Elena con los ojos desorbitados.

Cristina intentó hablar, pero las palabras se le atragantaron en la garganta.

—No es nada —le dije, intentando mantener la calma—. No podíamos exponer el secreto de Cristina.

—Ya tengo que irme —mencionó Spencer a Elena y ella lo tomó de la mano, apartándolo un poco del grupo.

Miré el reloj, eran cerca de las 10:40. No podía ser cierto, la transformación ocurre a medianoche. Los ojos de Cristina reflejaron una mezcla de incredulidad y miedo.

Max se acercó a mí, tomando mi mano con urgencia. —Montserrat, creo que necesito que me acompañes con Cristina.

—¿Qué es lo que está pasando? —preguntó mi madre, preocupada. Miré el rostro de Cristina, quien derramaba lágrimas, y luego miré a Max sin saber qué decirle.

—Vamos a llevar a Cristina hasta su casa, luego regreso —le informé a mamá mientras mis brazos abrazaban la cintura de mi amiga y nos dirigíamos hacia el carro de Max.

Max abrió la puerta trasera del coche y ayudamos a Cristina a entrar. Sus manos temblaban y su respiración era irregular mientras nos dirigíamos a la guarida de los cazadores.

Miré unos instantes a Max en silencio, muerta de miedo porque no sabía qué podía pasar. Stiwart había sido muy claro conmigo: perdonaban la vida de Elena porque estaba dentro del trato que había hecho con ellos, pero con Cristina, dijeron que no perdonarían otra vida. Realmente estaba preocupada por su seguridad. Sin embargo, tenía la esperanza de que tal vez los cazadores cooperaran guardando a Cristina en el lugar que habían hecho para Elena, si ella nos ponía en peligro.

—Voy a morir —dijo Cristina, sollozando como una niña pequeña. La tomé del rostro y la miré fijamente.

—No, no morirás —le dije firmemente—. Vamos a un lugar seguro.

—¿Qué lugar? —preguntó ella.

—Es un refugio para hombres lobo, un lugar donde tal vez puedas estar segura sin dañar a otros —dije, mientras Max me miraba por el retrovisor.

Cristina miró por la ventana, sus ojos llenos de lágrimas. —No quiero ser un monstruo —susurró—. No quiero hacerle daño a nadie.

—No lo harás, Cristina —le aseguré, tomándola de la mano—. Vamos a encontrar una solución.

El coche avanzaba por la carretera oscura, el silencio roto solo por los sollozos de Cristina y el zumbido del motor. Max mantenía la mirada fija en la carretera, su expresión determinada. Sabíamos que no sería fácil convencer a los cazadores, pero no podíamos rendirnos. Cristina necesitaba nuestra ayuda, y haríamos todo lo posible para protegerla.

—Cristina, confía en nosotros —dije, apretando su mano con fuerza—. No estás sola en esto.

Ella asintió, aunque el miedo seguía presente en sus ojos. A medida que nos acercábamos a la guarida de los cazadores, la tensión en el coche aumentaba. Sabíamos que nos enfrentábamos a una situación peligrosa, pero también sabíamos que no teníamos otra opción.

Al llegar, Max apagó el motor y se volvió hacia nosotras. —Espérenme aquí un momento. —Yo asentí en silencio.

Nos quedamos en el coche, observando cómo varios cazadores armados se reunían en la entrada principal de la cueva. La luz de las antorchas creaba sombras danzantes en las paredes húmedas y mohosas. El lugar desprendía un olor a tierra mojada y piedra antigua. Mientras Max se acercaba a los cazadores, sus miradas se tornaron serias. Luego, Max regresó al coche, su expresión tensa.

Stiwart y Rob estaban al frente, sus expresiones implacables y decididas.

—¿Qué les dijiste? —le pregunté.

—Les dije que estuvieran preparados porque hoy era luna sangrienta.

—¿No les mencionaste sobre Cristina? —pregunté en un susurro. Aún estábamos en el coche.

—Ese no es el problema —dijo Max, como ocultando algo—. Sal para que les expliquemos.

Salimos del coche y nos dirigimos hacia la entrada de la guarida. La humedad de la cueva hacía que el suelo resbaladizo fuera aún más traicionero, y las gotas de agua caían rítmicamente desde el techo.

Stiwart me tomó de las manos, aprisionándome como si fuera una sospechosa que acababan de atrapar.

—¿Hasta ahora vienes a decir que es Luna Sangrienta? —dijo, apretándome más.

—Lo siento. Es que no lo había previsto —le dije, pero nos llevaron a todos como si fuéramos culpables de algo.

Al ingresar a la cueva, la oscuridad y el eco de nuestros pasos añadían una sensación de claustrofobia. Nos pusieron a todos unas esposas, incluidos Cristina y Max, hasta que se comprobara que no estábamos ocultando nada.

—¿Quién es ella? —preguntó Rob, refiriéndose a Cristina con su voz fría y sus ojos llenos de desconfianza.

Temí abrir la boca y decirles la verdad.

—Necesitamos su ayuda —dijo Max, su tono firme—. Cristina fue mordida por un hombre lobo, ahora ella es una mujer lobo y no podrá controlarlo.

—¿Qué? —exclamó Rob—. ¿Y se atrevieron a traerla hasta aquí?

—Ella morirá, Max, lo sabes. Lowis no permitirá que sobreviva una mujer lobo.

—Podríamos ver cómo funciona la guarida que hicieron para mi hermana —les dije—. Ella podría entrar allí. No hay peligro.

—¿Dónde está tu hermana? —respondió Stiwart, con una mezcla de ira y preocupación—. ¿Sabes lo que has hecho? Has puesto en peligro a Caudalópolis. Tu hermana es una mujer lobo.

—Lo sé. Pero ella no representa ningún riesgo, no mientras tenga puesto el anillo mágico.

—¿Tú sabías esto? —se refirió a Max, quien se mantenía en silencio.

Rob le dio un puño en el vientre a Max, su rabia palpable.

—No hagan esto —les rogué—. Deben ponerla en un lugar seguro —dije, refiriéndome a Cristina—. Max no es culpable. —Mis ojos se llenaron de lágrimas.

—Él será castigado al igual que tú —me dijo Stiwart, su tono implacable—. Llama a Lowis e infórmale lo que está pasando —le ordenó a Rob.

—Por favor —supliqué, pero ellos se llevaron a Max. La humedad de la cueva parecía intensificar el miedo y la desesperación que sentíamos.

Pasaron unos minutos que se sintieron eternos. Intenté mirar el reloj, pero mis manos estaban atadas sobre mi cabeza, al igual que las de Cristina, quien permanecía en silencio. No sabíamos qué iba a ocurrir, pero el ambiente era denso, cargado de incertidumbre y miedo. Haber llegado hasta aquí fue una mala idea.

De repente, Lowis ingresó a la cueva donde estábamos retenidas. La humedad y el eco de sus pasos aumentaban la tensión. Su rostro no mostraba ninguna señal de enojo, lo cual me desconcertó aún más. Transmitía un aura de autoridad que intimidaba a todos. Se acercó a Cristina, examinándola detenidamente. Ella parecía horrorizada ante su presencia.

—Por favor, Lowis, permite que ella esté a salvo —le supliqué en un susurro, rompiendo el silencio—. La jaula está vacía y ella puede estar en ese lugar.

Lowis caminó hacia mí y se detuvo a unos pasos. Me observó en silencio, sus ojos fríos e implacables.

—¿Quién te ha dicho que la jaula está vacía? —dijo, sin mostrar ninguna emoción en su rostro. Fruncí el ceño, confundida—. Elena, tu hermana, está adentro. Mis hombres fueron a buscarla para cumplir con el trato al que habíamos llegado.

—¿Qué? Pero Elena…

Lowis se acercó bruscamente y me agarró la barbilla, obligándome a mirarlo directamente a los ojos.

—No te hagas la lista —dijo, sus dedos presionando dolorosamente mi piel—. Tenemos un trato y lo has roto. ¿Qué puedo hacer ahora? ¿Quieres que ponga a tu amiga en el mismo sitio que está tu hermana? —Mis ojos se llenaron de lágrimas.

—Pido perdón por no mencionar la luna sangrienta, no debí guardar silencio —dije con la voz quebrada. Lowis me soltó, y sentí un dolor punzante en la barbilla por la presión de sus dedos.

—Estoy intentando resolverlo —dijo, asintiendo con una sonrisa cínica.

—¿Dónde está Max? —le pregunté, mi voz temblando—. ¿Qué le hicieron?

Lowis guardó silencio por unos instantes, el sonido del agua goteando desde el techo de la cueva parecía amplificarse en la tensión del momento.

—Max será castigado por su desobediencia —dijo finalmente, su tono frío y despiadado—. Y tú, Montserrat, aprenderás que las traiciones tienen consecuencias. No es solo la luna sangrienta lo que ocultaste, sino el peligro que tu hermana y ahora tu amiga representan para Caudalópolis.

Cristina comenzó a moverse, retorciéndose, sus movimientos rápidos y erráticos. La miré con detenimiento, el pánico apoderándose de mí.

—Aguanta, Cristina —le dije, tratando de mantener la calma—. Está ocurriendo la transformación. —Mi voz era un hilo de nervios—. Por favor.

Lowis no mencionó una palabra, observando la escena con una expresión imperturbable.

Cristina, con los ojos llenos de lágrimas, murmuró: —No quiero ser un monstruo. No quiero hacerle daño a nadie.

—Lo sé, Cristina —le aseguré, mi voz rota por la desesperación—. Vamos a encontrar una solución.

Cristina volvió a moverse con fuerza, su grito desgarrador resonando en la cueva húmeda y oscura. La veía, veía el sufrimiento y la transformación en su rostro, sus ojos volviéndose más dorados. Sus huesos parecían dislocarse con cada espasmo, y ella gritaba con cada movimiento. Yo lloraba, aterrada y desesperada, incapaz de ayudarla.

Los cazadores miraban la escena con una mezcla de fascinación y horror, sus expresiones endurecidas. Lowis permanecía en silencio, su mirada fría e imperturbable. Cada segundo se sentía eterno mientras la transformación de Cristina continuaba.

—Por favor, ayúdenla —suplicaba, mi voz temblando—. No puede pasar por esto sola.

Lowis finalmente rompió el silencio. —No hay nada que podamos hacer ahora —dijo con frialdad—. La transformación debe seguir su curso.

Las lágrimas corrían por mis mejillas mientras veía a Cristina sufrir. Sus gritos resonaban en la cueva, mezclándose con el eco de nuestras respiraciones agitadas. La desesperación y el miedo se apoderaban de mí, y solo podía esperar que de alguna manera, encontraríamos una forma de salvarla y poner fin a esta pesadilla.

La transformación se produjo y Cristina emergió como una mujer lobo. Aunque los hombres lobos eran conocidos por su ferocidad y tamaño imponente, Cristina tenía una presencia impresionante. Sus ojos se encontraron con los míos por un instante, y sentí la tristeza y el dolor que había experimentado.

En un movimiento ágil, Cristina rompió la cadena que la ataba y corrió hacia los cazadores que la rodeaban, listos para atacar. Era ágil, capaz de correr y saltar con una fuerza descomunal. Los cazadores dispararon repetidamente hacia ella mientras nosotros permanecíamos encerrados en la habitación.

—¡Cuiden a Ojo de Lobo! —gritó Stiwart. Algunos cazadores se interpusieron frente a mí con escudos que parecían diseñados para resistir balas.

Ya no pude ver lo que sucedía afuera; solo escuchaba aullidos y gruñidos que indicaban que la situación se estaba saliendo de control. Los cazadores que me protegían también salieron al exterior, dejándome sola y preocupada por el destino de Cristina y de todos los involucrados en este caos repentino.

Después de lo que pareció ser una eternidad, aparecieron tres cazadores, entre ellos Daniel y Rob. Uno de ellos tenía un vendaje en el brazo y en la mano.

—La situación se volvió difícil allá afuera —dijo el cazador de barba, cuyo nombre desconocía. —Mañana todos en Caudalápolis estarán hablando de esta noche.

—Es cierto, ya no es simplemente un secreto. Escuché que el alcalde… —Daniel señaló hacia donde me encontraba para que Rob mantuviera silencio.

—¿Qué pasó con Cristina? —pregunté con la voz temblorosa.

—Cristina… —dijo Rob, su expresión mostrando compasión. —Así se llamaba.

Tragué saliva con dificultad al escuchar su respuesta.

—¿Así se llamaba? ¿Ella está muerta?

Los tres cazadores se miraron entre sí antes de responder.

—Lo siento, era lo que debía pasar —dijo el cazador de barba.

Asentí en silencio, sintiendo cómo el dolor de perder a Cristina partía mi corazón en dos. Ella había confiado en mí, había buscado refugio en mi casa, y ahora, todo lo que había hecho parecía haber llevado a su trágico final. Oh Dios, ¿cómo podría enfrentarme a su madre y a su padre y contarles lo sucedido?

Las imágenes de Cristina inundaron mi mente como una cruel realidad. Habíamos estado juntas desde niñas, compartiendo toda nuestra infancia y adolescencia. Ella era mi mejor amiga, y ahora simplemente ya no estaría más conmigo.

No habría más tardes de picnic ni salidas a trotar, ya no habría más risas ni diversión, porque ella se había convertido en una mujer lobo de la noche a la mañana. Lloré inconsolablemente, era inevitable.

Los chicos se fueron, dejándome a solas, supongo que querían darme privacidad para enfrentar su pérdida.

Me quedé dormida, mis brazos doloridos finalmente liberados de las ataduras que me mantenían prisionera en aquella húmeda cueva. Un rayo de luz filtrándose entre las rocas iluminó la figura de Lowis cuando apareció. Lo culpaba en lo más profundo de mi ser por la muerte de Cristina. Nunca había sido misericordioso, y aunque deseaba que pagara por lo que había sucedido, ahora me enfrentaba a su presencia, con las emociones revoloteando dentro de mí como un enjambre de avispas.

Él puso una llave sobre el candado y me soltó con una frase gélida.

—El castigo ha sido levantado. Espero que no vuelvas a intentar engañarnos.

Mis ojos lo fulminaban con un odio intenso mientras él se daba la vuelta. No pude contener la rabia y la frustración que brotaban en mi interior.

—Dime dónde están Elena y Max —demandé con voz tensa, conteniendo el impulso de gritarle.

Lowis esbozó una sonrisa que parecía más una mueca de satisfacción ante mi malestar.

—Elena está en la jaula, pero ya está siendo liberada —respondió mientras se alejaba, ignorando mi mirada llena de furia.

—¿Y Max? —insistí, tratando de mantener la compostura aunque por dentro estaba desesperada por saber de él.

—¿Crees que castigaría a un fiel servidor como Max? —Lowis se detuvo y su voz adquirió un tono misterioso. —Max nos informó sobre la luna sangrienta desde mucho antes, que tú y tu amiga llegaron aquí.

Las palabras de Lowis me zarandearon, haciendo que mi mente diera vueltas. No podía creer que Max me hubiera ocultado algo tan crucial. Sentí como si el suelo se desvaneciera bajo mis pies.

—No, Max no me traicionaría —murmuré, más para mí misma que para Lowis.

—¿Crees que Max está enamorado de ti? —Lowis se giró para enfrentarme, su expresión astuta. —Es un chico con talento actoral, ya se lo he dicho antes.

La certeza de Lowis sobre la supuesta actuación de Max hizo que dudara, pero algo dentro de mí se aferraba a la creencia de que Max era sincero. Había confiado en él más allá de todo, incluso en los momentos más oscuros.

Cuando vi a Max entrar en la habitación, noté un cambio en él. Su porte era diferente, su mirada más intensa y su aura más serena.

—¿Max, estás bien? —pregunté con una mezcla de alivio y desesperación. —Lowis dice que todo entre nosotros es una farsa.

Max se acercó, sus ojos buscando los míos con determinación.

—Soy fiel a los cazadores de lobos, eso siempre lo has sabido. Mi misión es protegerte, Montserrat.

Tragué saliva, intentando comprender lo que estaba pasando entre nosotros.

—¿Lo nuestro es real? —pregunté, deseando desesperadamente una respuesta sincera de sus labios.

Max adoptó una postura rígida, como si lidiara con una lucha interna. Me acerqué rápidamente y le acaricié el rostro, buscando cualquier indicio de la verdad detrás de sus ojos.

Me quedé mirando a Max, aturdida por sus palabras cortantes que resonaban en mis oídos como un eco de decepción y dolor. Sus ojos, tan distintos ahora, no reflejaban la calidez ni la complicidad que solían transmitirme. Detrás de él, Lowis observaba la escena con una sonrisa satisfecha, como si todo hubiera salido según sus planes retorcidos.

—Por favor, Max, necesito que me respondas —insistí, sintiendo cómo se agolpaban las lágrimas en mis ojos. Max me miró con una expresión que parecía distante, distinta de la que conocía. Lowis se movió detrás de él, poniendo una mano en su hombro, ambos me observaban con una intensidad que me incomodaba.

—¿Lowis te está obligando a hacer algo? —pregunté con desesperación, buscando desesperadamente una señal de la persona que creía conocer.

Max frunció el ceño y apartó mi mano de su rostro con brusquedad.

—Ya te lo dije, Montserrat. Los cazadores de lobos son mi prioridad en la vida. Tú eres parte de una misión que debo cumplir.

Sus palabras fueron como puñales que perforaron mi corazón. Sentí un nudo en la garganta mientras luchaba por contener las lágrimas.

—¿Yo no significo nada para ti? —le pregunté con voz temblorosa, sintiéndome pequeña y vulnerable ante su frialdad inesperada. —¿Solo soy una misión? ¿Qué significa eso? —le increpé, golpeándole el pecho con mis manos. Detrás de él, Lowis sonreía, dejándonos solos en medio de nuestra dolorosa conversación.

Me quedé mirándolo mientras se alejaba, sin poder procesar completamente lo que acababa de escuchar.

—Solo eres alguien especial a quien debo proteger. No hay más. Nuestro vínculo no significa nada para mí —respondió Max, y sus palabras fueron como un puñetazo en el estómago.

Sentí cómo mi mundo se desmoronaba a mi alrededor. Intenté contener el dolor, pero fue inútil; estallé.

—Eres un miserable, un mentiroso —le grité, empujándolo con fuerza en el pecho. —Confíe en ti, Cristina también lo hizo y ahora está muerta. ¡Todo esto es culpa tuya! —mis palabras salían entre sollozos, esperando desesperadamente que Max me dijera que no era cierto, que todo era un malentendido, pero su silencio me confirmó lo peor.

Max no se movió, no mostró ninguna emoción, solo permaneció imperturbable ante mi dolor creciente. Esa indiferencia fue más dolorosa que cualquier cosa que hubiera imaginado.

OJO DE LOBO ✓(TERMINADA) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora