10: ¿Nos gustamos?

105 15 2
                                    

Lemus

Los niños están en la guardería. El doctor Wallstrom dice que mientras sean más, puede averiguar más, pero yo no le creo nada, así que copié sus notas y me las estudio minuciosamente. Ahora no solo estudio medicina tradicional sino también la sobrenatural. Se siente raro pensar en ello, más estando a solas con mi paciente.

Akil se queda en la cama de su casa, haciendo reposo. Tiene una intravenosa, mientras mira su celular tranquilo. Creo que le cae mal mi jefe, así que prefiere quedarse en su hogar. Aunque no aceptó la sugerencia de dejar a los niños, hasta que Octavio de mala gana se ofreció a quedarse en el hospital.

Especulé que ese demonio quería matarme o algo, pero al final es buena gente. Mejor dicho, se nota su interés por Akil. Me pregunto, ¿por qué habrán terminado? Él me comentó que eran pareja, aunque no me dijo la razón del final de su relación. De todos modos, no me incumbe, yo solo estoy aquí por el trabajo y un techo donde vivir.

―Es gracioso ―acota de repente y mueve las cejas, haciendo un gesto pícaro―. Siempre uno de los dos termina en una cama, aunque nunca por motivos calientes.

Me sobresalto y, rápido, mis mejillas tienen calor.

―¡¿Eh?!

No hay ningún otro comentario, así que me mantengo sentado en mi silla y presto atención a mis apuntes, permaneciendo la vista en el papel, aunque con mis pensamientos en otro lado por su culpa.

―¿Sabes que percibo tus emociones? ―consulta―. Creo que te lo comenté en alguna ocasión.

―Eh... ni idea.

―Sí, cuando nos conocimos, ¿recuerdas? ―Hay un silencio―. Ya mírame, no muerdo... de nuevo. ―Se ríe.

Tengo calor, pero alzo mi vista a observar la de él.

―¿Sí?

―Al fin estamos solos ―aclara, sonriente.

―¿Y? ―Enarco una ceja.

―Comamos algo.

―¡¿Eh?! ―grito, alterado.

Se carcajea.

―Perdón, me expresé mal. Vamos a la cocina y te preparo alguna cosa, y no hablo de hornearte a ti, haré algo para ti. Estoy aburrido.

―Debes hacer reposo ―digo con los labios temblando, por sus explicaciones, que en vez de tranquilizarme me traen nervios.

―Estoy bien. ―Se saca la aguja.

―¡Oye! ―me quejo, entonces me levanto a la vez que él. Lo sigo porque no se detiene, va directo a la cocina―. Te digo que debes descansar.

―¿Qué puedo cocinar? ―Se queda analizando, luego se gira sonriente y me observa de manera pícara―. Quizás a ti.

―¡¡Eso no es lo que sugeriste antes!! ―grito, sonrojado.

―Solo bromeo. ―Mueve la mano―. Te estoy provocando porque me quieres obligar a acostarme.

―Es por tu bien.

―Entonces por mi bien te puedo empotrar en la mesa.

Quedo en shock.

―¿Qué?

―Estoy utilizando tu lógica, en mi mente eso me haría muy bien.

―No tiene sentido ―expreso, avergonzado.

―Claro que lo tiene, si me gustas mucho.

Mi corazón palpita rápido.

―Te gusto..., ¿mucho?

―Sí, no solo eres bonito y hueles delicioso, también te preocupas por mis hijos. Eres atento y se nota tu buen corazón, justo como me gusta.

―¿Eso quiere decir que Octavio tiene buen corazón? ―Se me cruza por la mente.

―Claro que sí, está loquito como cualquier demonio, pero sí ―repite y se ríe―. ¿Celosito?

―¿Qué? ¡No! ―digo tan nervioso que ni sé lo que expreso―. Mero profesionalismo.

Se carcajea.

―¿Eso que tiene que ver? Eres un loquillo.

―¿Por qué no volvemos a buscar lo que querías cocinar?

Camina y se me acerca a mi rostro, así que lo tengo que retroceder un poco.

―¿Y yo te gusto? ―pregunta directo.

Él va sin rodeos.

―Eres un demonio, híbrido o lo que sea, no puedes gustarme ―balbuceo.

―Y tú eres comida podrida, pero no me quejo.

―¿Eso fue ofensivo? ―Enarco una ceja.

No aleja su rostro del mío.

―Para un humano debe ser un halago, para un demonio es humillante, pero como soy híbrido, aprovecho para justificarme. ―Se relame los labios―. De algo tiene que servir el lado que odio de mí.

Su mitad ángel.

―Yo... ―Mis mejillas queman más y más―. Eh... ¿Por qué es humillante?

―Porque se supone que la comida se come, no la haces tu pareja. ¿Entiendes la analogía? Si no engulles tu comida, termina por pudrirse. Es un cumplido para ti, pues no hay posibilidad de que te asesine, si hay sentimientos de por medio.

―¿Hay...? ―Trago saliva―. ¿Hay sentimientos?

―Pequeños, pero crecen rápido. Eres todo un sol como para que no aumenten. Me encantas.

―Yo...

Su mano toma mi barbilla, entonces su boca se aproxima, muy lento. De pronto, casi la roza. Creo que espera mi contestación, por así decirlo. Vuelvo a tragar saliva. Estoy quieto, no retrocedo, pero tampoco me muevo. Ni a un lado ni a otro. Me estremezco cuando me agarra de la espalda, entonces me aproxima hasta su cuerpo. Su mirada es fija, queda impregnada en mi sistema. Echo un suspiro cuando abro un microsegundo la boca, entonces, en ese instante, termina por apoyar la de él sobre la mía. Pega sus labios y me tenso. Me está besando, aunque no tengo idea a quién o qué anomalía tengo pegada a mi boca. ¿Tendré algún fetiche por desear corresponderle? Digo, no es humano, sería raro hacerlo.

Insiste con el beso, así que termino por seguirlo. Cierro los ojos cuando siento su lengua. Un... un momento, ¿por qué retrocedemos? Esto va muy rápido, ¿cuándo llegué a la mesa? Quizás sí quería cocinarme o cumplir sus fantasías a mayor velocidad.

"Entonces por mi bien te puedo empotrar en la mesa".

            "Entonces por mi bien te puedo empotrar en la mesa"

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Engendros MalditosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora