19: Final parte 2

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Akil

La falsa Alixo está ante mí. Hay mucho viento que mueve hasta los árboles, pero ni una sola persona pasa por esta calle. Parece propicio para una batalla final. Aunque, ¿quién sabe si realmente lo será? Quizás pueda convertirse en una reconciliación.

Sonrío de forma amigable.

―Me dijeron que vendrías ―comento―. No tuve el honor de saber tu verdadero nombre. He de suponer que la verdadera Alixo no está muerta, ¿cierto? Hay que tener esperanzas.

La mujer albina entrecierra los ojos, se queda en silencio, observándome de manera detenida, mientras sus cabellos blancos siguen moviéndose con el viento. Moviliza su báculo, lo mira, luego retorna a contemplarme mejor.

―¿Crees que con palabras simples puedes ganarme? ―consulta.

―Tengo unas más poderosas. Amo a mis hijos y quiero un mejor destino para ellos. ¿Acaso no puedo desear eso? Creo que son el mayor orgullo que puedo mencionar.

De una manera veloz, me apunta con su lanza, pero yo no me muevo, ni me inmuto, espero lo que suceda, estoy dispuesto a lo que sea.

―¿Estás seguro de que esas son tus últimas palabras? ―cuestiona.

Mantengo la sonrisa.

―Esto es una gran red de confianza. ―Tomo el filo de su hoja y mi mano sangra en ese color negro de demonio―. Te digo que puedes creer en mí.

―Ah, ¿sí? ―Sonríe.

―Sí, porque yo confío en mí, en quien soy.

Se escucha un sonido de tintineo, entonces unas plumas vuelan, así que se aparta. De la nada, la herida está curada, como si nunca me hubiera lastimado allí.

―Más vale que lo recuerdes ―aclara―. Volveré a inspeccionarlo el próximo año.

Un portal lleno de letras gigantes aparece detrás de ella.

―No será necesario, te digo la verdad.

―Ya lo veremos.

La mujer cruza aquella luz resplandeciente. Cuando el brillo se acaba, el viento frena y todo vuelve a la normalidad. Los demonios caen en su forma humana, mareados en el piso. Veo que la verdadera Alixo, se levanta del suelo, confundida.

―¿Qué mierda pasó? ―cuestiona.

―Bienvenida. ―Sonrío―. Siento las molestias, estaban en una prueba de la ley del infierno ―me invento.

Me ignoran, entonces visualizo como se van, refunfuñando. Lemus sale de la casa, sosteniendo a Massy, cuando ya no hay peligro a mi alrededor, así que se me acerca. Observa la normalidad del lugar, luego a mí.

―Te ofrecería un té, pero está todo tranquilo ―acota.

―Soy un ángel, no tomo té.

―¿De qué se alimentan los ángeles? ―consulta.

―De las buenas acciones y los amables pensamientos.

Enarca una ceja.

―¿En serio?

Me río.

―Sí, ¿por qué crees que nunca bajan aquí?

―¿Allá sí hay buenas acciones? ―pregunta, incrédulo―. Yo no lo recuerdo, me cortaron mis alitas.

―Es una gran red de confianza, te las cortaron porque te portaste mal.

―¿Ahora vas a justificar el ataque a tu madre? ―contraataca.

―En absoluto, los ángeles también se equivocan, no son perfectos. Además, si no te hubieras comportado mal, no serías humano y no estaríamos en una relación. ―Rodeo mi brazo alrededor de su cuello―. ¿Qué opinas?

―¿Crees que cuando muera me iré al infierno?

Toco su nariz un momento.

―No importa a donde vayas, te iré a buscar.

Al fin sonríe.

―Eso me agrada.

Lemus

Un año después...

Todo ha terminado. Akil me ha contado el sueño con su madre, así que, al aceptarse por completo, su cuerpo no lo castigará más. Además, los niños no resultarán con su mismo problema, ahora todo será para mejor, la vida es buena.

La "inspectora" ángel vino otra vez y Akil ha aprobado con creces. No solo eso, no ha vuelto a tener niños, así que son cinco, definitivamente. Quinto está enorme, Pet es el más dormilón, Massy sigue llorando como siempre, Cheshire y Ruy son un gran equipo. Somos todos una gran familia feliz, y no solo eso, ya soy el médico de cabecera de los seres sobrenaturales. He aprendido mucho en el hospital de Norville y conocido cosas extraordinarias. Es bueno ser como uno es y seguir tus sueños.

Ah, lo olvidaba...

―¡Ya vete de aquí! ―le digo a Octavio, cuando entra a la casa.

―¿Por qué? ―Se cruza de brazos, apoyándose en el marco de la puerta.

―¿Qué sucede? ―Sale Akil del cuarto.

―¡¡Me está ensuciando el piso!!

Todos miramos, incluidos los niños, sus zapatillas están llenas de barro.

―¡¡No eres mi mamá!! ―se queja el rubio de cabellos largos.

―Y yo que pensé que eran celos. ―Se ríe Akil―. Qué decepción.

―Tío Octavio, yo quiero el auto que me prometiste ―declara Ruy.

―¿Y mi figura de acción? ―consulta Cheshire.

―Eres muy joven para un auto ―reprendo al rubiecito, luego miro al demonio adulto―. Y no prometas regalos que no les vas a dar.

―En mi defensa... ―comenta Octavio―. Era para sacármelos de encima.

―Pero si te aman ―responde Akil.

―Yo los odio. ―Refunfuña―. No entiendo por qué me siguen obligando a ser su niñero.

Enarco una ceja.

―Será porque vienes a molestar todos los días ―sugiero.

―Hay que aprovechar ―opina Akil―. Mientras no te consigas a alguien, te podemos usar.

Octavio se le acerca y toma sus manos, luego se declara:

―Nunca te dejaré, mi amor.

Frunzo el ceño.

―¡¡Deja de ensuciar el piso!! ―me quejo.

―Otra decepción. ―Se ríe Akil.

Ay, esta gente está loca, yo solo quiero mi casa limpia. Además, ¿por qué iba a estar celoso? Si tengo plena confianza en mi pareja. Después de todo, cuando uno se acepta a sí mismo, hay sonrisas verdaderas y sabes que las personas que te rodean son leales y te traen seguridad, sabes que estás en una buena familia.

Esa es toda la verdad, esta es una gran familia.

El fin.

Engendros MalditosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora