No todas las personas que nos aguardaban estaban en el corredor: no descubrí entre ellas a Camila. Algunas cuadras antes de llegar a la puerta del patio, a nuestra izquierda y sobre una de las grandes piedras desde donde se domina mejor el valle, estaba ella de pie, y Taylor la animaba para que bajase. Nos les acercamos. La cabellera de Camila, suelta en largos y lucientes rizos, negreaba sobre la muselina de su traje color verdemortiño: sentóse para evitar que el viento le agitase la falda, diciendo a mi hermana, que se reía de su afán:
-¿No ves que no puedo?
-Niña -le dijo mi padre entre sorprendido y risueño-, ¿cómo has logrado subirte ahí?
Ella, avergonzada de la travesura, acababa de corresponder a nuestro saludo, y contestó:
-Como estábamos solas...
-Es decir -le interrumpió mi padre-, que debemos irnos para que puedas bajar. ¿Y cómo bajó Taylor?
-Qué gracia, si yo le ayudé.
-Era que yo no tenía susto.
-Vámonos, pues -concluyó mi padre dirigiéndose a mí-; pero cuidado...
Bien sabía él que yo me quedaría. Camila acababa de decirme con los ojos: «no te vayas». Mi padre volvió a montar y se dirigió a la casa: mi caballo siguió poco a poco el mismo camino.
-Por aquí fue por donde subimos -me dijo Camila mostrándome unas grietas y hoyuelos en la roca.
Al acabar yo mi maniobra de ascenso, me extendió la mano, demasiado trémula para ayudarme, pero muy deseada para que no me apresurase a estrecharla entre las mías. Sentéme a sus pies y ella me dijo:
-¿No ves qué trabajo? ¿Qué habrá dicho papá? Creerá que estamos locas.
Yo la miraba sin contestarle: la luz de sus ojos, cobardes ante los míos, y la suave palidez de sus mejillas, me decían como en otros momentos, que en aquél era ella tan feliz como yo.
-Me voy sola -repitió Taylor, a quien habíamos oído mal su primera amenaza-; y se alejó algunos pasos para hacernos creer que iba a cumplirla.
-No, no; espéranos un instante no más -le suplicó Camila poniéndose en pie.
Viendo que yo no me movía, me dijo:
-¿Qué es?
-Es que aquí estamos bien.
-Sí; pero Taylor quiere irse y mamá estará esperándote: ayúdame a bajar, que ahora no tengo miedo. A ver tu pañuelo.
Lo retorció agregando:
-Lo tienes de esta punta, y cuando ya no me alcances a dar la mano, me cojo yo de él.
Persuadida de que podía arriesgarse a bajar sin ser vista, lo hizo como lo había proyectado, diciéndome ya al pie del peñasco.
-¿Y tú ahora?
Buscando la parte menos alta de la piedra salté al gramal, y le ofrecí el brazo para que nos dirigiésemos a la casa.
-Si no hubiera llegado, ¿qué habrías hecho para bajar? loquita.
-Pues habría bajado sola: iba a bajar cuando llegaste; pero temí caerme porque hacía mucho viento. Ayer también subimos ahí, y yo bajé bien. ¿Por qué se han demorado tanto?
-Por dejar concluidos algunos negocios que no podían arreglarse desde aquí. ¿Qué has hecho en estos días?
-Desear que pasaran.
-¿Nada más?
-Coser y pensar mucho.
-¿En qué?
-En muchas cosas que se piensan y no se dicen.
-¿Ni a mí?
-A ti menos.
-Está bien.
-Porque tú las sabes.
-¿No has leído?
-No, porque me da tristeza leer sola, y ya no me gustan los cuentos de las Veladas de la quinta, ni las Tardes de la Granja. Iba a volver a leer a Atala, pero como has dicho que tiene un pasaje no sé cómo...
Y dirigiéndose a mi hermana que nos precedía algunos pasos:
-Oye, Taylor... ¿Qué afán de ir tan aprisa?
Taylor se detuvo, sonrió y siguió andando.
-¿Qué estabas haciendo antenoche a las diez?
-¿Antenoche? ¡Ah! -repuso deteniéndose-; ¿por qué me lo preguntas?
-A esa hora estaba yo muy triste pensando en esas cosas que se piensan y no se dicen.
-No, no; tú sí.
-¿Sí qué?
-Sí puedes decirlas.
-Cuéntame lo que tú hacías, y te las diré.
-Me da miedo.
-¿Miedo?
-Tal vez es una bobería. Estaba sentada con mamá en el corredor de este lado, haciéndole compañía, porque me dijo que no tenía sueño: oímos como que sonaban las hojas de la ventana de tu cuarto, y temerosa yo de que la hubiesen dejado abierta, tomé una luz del salón para ir a ver qué había... ¡Qué tontería! vuelve a darme susto cuando me acuerdo de lo que sucedió.
-Acaba, pues.
-Abrimos la puerta, y vimos posada sobre una de las hojas de la ventana, que agitaba el viento, un ave negra y de tamaño como el de una paloma muy grande: dio un chillido que no había oído nunca; pareció encandilarse un momento con la luz que yo tenía en la mano, y la apagó pasando sobre nuestras cabezas a tiempo que íbamos a huir espantadas. Esa noche me soñé... Pero ¿por qué te has quedado así?
-¿Cómo? -le respondí, disimulando la impresión que aquel relato me causaba.
Lo que ella me contaba había pasado a la hora misma en que mi padre y yo leíamos aquella carta malhadada; y el ave negra era la misma que me había azotado las sienes durante la tempestad de la noche en que a Camila le repitió el acceso; la misma que, sobrecogido, había oído zumbar ya algunas veces sobre mi cabeza al ocultarse el sol.
-¿Cómo? -me replicó Camila-; veo que he hecho mal en referirte eso.
-¿Y te figuras tal?
-Si no es que me lo figuro.
-¿Qué te soñaste?
-No debo decírtelo.
-¿Ni más tarde?
-¡Ay! tal vez nunca.
Taylor abría ya la puerta del patio.
-Espéranos -le dijo María-; oye, que ahora sí es de veras.
Nos reunimos a ella, y las dos anduvieron asidas de las manos lo que nos faltaba para llegar al corredor. Sentíame dominada por un pavor indefinible; tenía miedo de algo, aunque no me era posible adivinar de qué; pero cumpliendo la advertencia de mi padre, traté de dominarme, y estuve lo más tranquila que me fue dable, hasta que me retiré a mi cuarto con el pretexto de cambiarme el traje de camino.
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Camila
FanfictionEs una adaptación de una novela de Jorge Isaacs llamada María, espero que le gusten.