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Ser un adulto responsable no era tan fácil como yo imaginaba.

Mudarse era difícil, aún más hacerlo a un país desconocido y que solo había visto por internet. Pero, aquí estaba, en Colombia, en medio de mi pequeño apartamento, preparándome para ir a trabajar como ya era de costumbre.

Había terminado de peinarme recién y terminaba de arreglar los últimos detalles de mi maquillaje para poder salir.  

Las calles de esta ciudad eran igual de concurridas que las de mi natal, Caracas. En eso se parecían mucho. 

Apenas me dio tiempo de llegar, tenía solo cinco minutos para prepararme con el uniforme. 

—Majo, ¿cómo estás? —sonreí mirando a mi compañera, Anna.

Anna era estudiante y trabajaba aquí a tiempo parcial. Era alta, con una cabellera rubia muy bonita y una piel clara.

—Apurada, voy con algo de retraso. —recogí mi larga cabellera castaña en una coleta.

—Tranquila, el primer turno aún no termina.

No amaba locamente mi trabajo en este restaurante, pero me gustaba ganar mi propio dinero. Mi jefe era un cuento aparte, a casi nadie de este lugar le agradaba mucho y aunque no había tenido inconvenientes considerables con él, admitía que su actitud hacía que no me agradará del todo.

—Bueno, igual ya terminé. ¿Aún no encuentran al nuevo chef? 

Ella negó con la cabeza.

—Ese hombre está dando menos sueldo que un chef cobraría comúnmente. A menos de que la persona esté necesitada de dinero, no creo que alguien aceptaría esa paga.

Asentí de acuerdo.

—Por el mismo horario que tenemos nosotras, está bien. Por una jornada completa, no creo que nadie acepte esa cantidad —murmuró, sin mirarme—. En fin, ya tenemos que ir.

Asentí de acuerdo con sus palabras.

El restaurante era en un estilo italiano, algo bastante llamativo para los residentes y turistas que paseaban por las ajetreadas calles de Medellín. 

Así que, como las últimas jornadas de mi trabajo, apenas pude descansar los quince minutos que me daban cada hora y media.

Agradecí mentalmente, cuando terminamos de limpiar la última mesa y pudimos recoger nuestras cosas para poder irnos.

—Mis pies me duelen muchísimo —miré sus pies y luego hice contacto visual con ella.

—Creo que, deberías buscarte un calzado más cómodo para venir a trabajar.

Sus zapatos eran bonitos, pero el pequeño tacón, que tenían sumado a las horas en las que estaba de pie, eran suficientes para agotarla físicamente.

—Al menos me veo bonita. —Sonreí.

Ambas nos detuvimos delante del semáforo junto a los demás peatones, esperando que hiciera el cambio de color para poder cruzar la calle.

—¿Qué vas a hacer el fin de semana, Majo? 

—Adoptar un cactus. 

Ella soltó una risita. 

El tan deseado cambio de luz hizo acto de presencia. Sin embargo, tomé el brazo de Anna para que no se apresurara a cruzar.

Si algo me había enseñado mi país, es que, siempre había algún imprudente en las calles que no respetaba el semáforo. 

Y con cuánta razón, porque un motociclista hizo acto de presencia, frenando justo a tiempo antes de atropellar a una señora.

La muy furiosa mujer golpeó con su bolsa al muchacho y camino con toda la elegancia que pudo reunir después de haberse llevado semejante susto.

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