No me sentía bien.
Sabía que tenía temperatura, estaba pálida y apenas si había comido, pero después de tres días de ausencia, tenía que volver a trabajar.
Esa noche de llovizna y lluvia torrencial me habían pasado factura, ahora me encontraba enferma de una gripe que amenazaba acabar con mi existencia.
Tenía años de haberme sentido tan mal y era la primera vez que pasaba algún tipo de enfermedad sola. Gracias a Dios, mi vecina del piso de abajo se dio cuenta de que algo andaba mal y estos tres días estuvo preparándome sopas para mejorarme.
Si no seguiría en cama.
Y aunque me encontraba mucho mejor, aún estaba algo enferma.
Pero ya no podía tomarme más días.
Así que, aquí estaba arreglándome para ir a trabajar. Era viernes, solo tenía que sobrevivir a este turno y me tomaría todo el fin de semana de descanso.
Con eso en mente, tomé un par de Aspirinas y abandoné mi apartamento para poder tomar un taxi.
No me creía muy capaz de caminar hasta el trabajo, con el dolor de cabeza que aún tenía y que nunca se me había quitado desde que se me enfermé, solo variaba la intensidad.
Esperaba que con las pastillas que había tomado, me sintiera mejor.
Cuando llegué, me aseguré de pagarle al taxista y emprendí mi camino hasta la puerta trasera del restaurante.
Casi ni me detuve a saludar a nadie, simplemente, caminé directamente hasta la sala del personal, en dónde Sebastián y Anna se encontraban conversando.
Anna estaba muy sonrojada.
—Hola.
Ambos me miraron.
—¡Majo!
La rubia me abrazó muy efusivamente. Sebastián me miró desde la distancia.
—Parce, me alegra mucho verla, ¿Cómo te sientes?
—Mejor. Por cierto, gracias por visitarme ayer.
Ella se separó de mí.
—Fue un placer, de hecho, justo estaba contándole a Sebastián de mi visita a tu casa.
Miré al susodicho, quien comenzó a ponerse su delantal.
—Ya estoy mejor, te agradezco que estuvieras pendiente.
Dejé mis cosas en mi casillero y comencé a amarrar mi larga cabellera lacia.
—No fue nada, mor. —Su voz y su acento me resultaban muy lindos, ya entendía por qué Anna estaba tan sonrojada.
—Vamos, te dejaré mi lado de las mesas para que no te esfuerces tanto.
Sonreí.
—Eso es muy dulce de tu parte.
A pesar de ser viernes, el inicio de turno había sido relativamente tranquilo. Sin embargo, a mitad de mi trabajo, me di cuenta de que la fiebre había vuelto y el dolor de cabeza también. Así que, después de decirle a Anna que tomaría un pequeño descanso, fui por mi bolso para ir al callejón y tomar un par de Aspirinas.
Cómo de costumbre, le envié un par de mensajes a mi mamá y a Jorge. Después, esperé pacientemente a qué el dolor de cabeza menguará un poco para poder seguir trabajando.
Había soltado mi cabello y masajeaba los costados de mi cabeza. Estaba tan concentrada en eso, que no escuché cuando la puerta fue abierta y me asustó.
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Contra Corriente
Humor¿Quién dice que independizarse es sencillo? María José Ortiz, o Majo, sabía que la vida de un adulto independiente no era fácil, sobre todo teniendo en cuenta que se mudó de país para poder vivir sola y lograr sacar adelante a su madre. Llevaba sei...