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Me sentía en una nube.

Los días previos a la confesión de Sebastián habían sido increíbles. Cómo siempre solíamos vernos en los descansos y de vez en cuando, me llevaba a mi casa. 

Aprovechamos cada momento al máximo, porque ahora que había iniciado a trabajar en la distribuidora, apenas me daba tiempo de comer. 

Él era muy paciente conmigo y entendía mis circunstancias. Y yo… Cada día me gustaba más.

Sin embargo, a pesar de llevar alrededor de tres semanas en “algo”, no había pasado mucho entre nosotros, porque la mayoría del tiempo estábamos en horario de trabajo. Lo más interesante que él había hecho era darme besos en la mejilla, muy cerca de la comisura de la boca y, por mi lado, tomarlo de la mano me pareció algo atrevido en su momento.

Ni Romeo y Julieta habían tenido semejante castidad entre pareja.

Me gustaba, era obvio, por eso deseaba dar el siguiente paso. Pero, primero quería hablar con él acerca de lo que deseaba en una relación. No iba a arriesgarlo todo por alguien que no quisiera nada serio. 

Él estaba interesado en mí, eso sin dudas, pero necesitaba saber si estaba lo suficientemente interesado como para tener una relación seria, a largo plazo.

Si no, cuarenta y pa’ la cola. 

Por eso, decidí que hoy le preguntaría. Era fin de semana y habíamos quedado en una cita. 

No era la primera vez que salíamos solos, pero eso no evitaba que sintiera las mariposas revoloteando en mi estómago.

Revisé una vez más mi aspecto frente al espejo, el pantalón se apretaba a mi figura y me quedaba ajustado hasta la mitad del muslo porque era de bota ancha. El top verde cubría lo necesario y tenía unas mangas largas. Mi cabello caía como una oscura cascada detrás de mi espalda y llevaba un pequeño bolso color marrón.

Instintivamente, me tomé una fotografía y se la envié a Jorge, junto con unos emojis de fuego.

Luego, tomé mi bolso que estaba en la mesa y caminé hacia la puerta de mi apartamento.

Por el horario que tenía ahora, apenas si me había tomado con la señora Gladis, lo cual era un alivio porque últimamente no estaba muy contenta con nadie. Ya para esta semana, al menos cinco inquilinos se habían mudado del edificio, con ellos ya iban nueve víctimas que se habían ido en el último mes. 

Todo ocasionado por tener que pagar el alquiler una semana antes de lo normal. Era entendible, pedía alquiler en el momento más apretado del mes.

Cuando salí, ahí estaba él apoyado en la motocicleta. Sebastián acostumbraba a vestir colores oscuros, por eso quedé sorprendida al verlo con una camisa de vestir color vino tinto.

¿Acaso no podía ser más irresistible? 

—Hola —esta vez fui yo la que dejó el beso en su mejilla, justo en la comisura de su boca. Él se vio sorprendido por eso.

—Hola, mor. ¿Estás lista para hoy?

Asentí— Aún no me has dicho que haremos. 

Tomé el casco, ya había aprendido a ponérmelo. Sin embargo, él siempre era el que ajustaba la correa.

—Te gustaron los graffitis ese día —hizo referencia a nuestra primera salida—, creo que este lugar también va a gustarte.

Casi como si fuera ensayado, se colocó su casco de forma mecánica y rápida, y subimos a la moto para poder irnos.

De nuevo, iba a una buena velocidad y tenía que admitir que a veces me ponía un poco nerviosa ir rápido en la motocicleta. 

Cuando llegamos, me emocioné mucho al leer el cartel del frente. 

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