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Salí decepcionada de la oficina de mi jefe.

No le dije nada a Anna, solo fui a sentarme dónde pasaba mis descansos.

Mi madre me había escrito hace un par de días para darme una muy mala noticia, ella estaba enferma y su enfermedad era grave.

Eso me dejó en un estado de ánimo decadente y después de analizar nuestras opciones, decidimos que lo mejor sería que se mudará con mi tía, vivía en el Centro de Caracas. Así que, ahí era mucho más fácil conseguir medicamentos, trasladarla al hospital si era necesario y mi tía estaba dispuesta a cuidarla.

De las cosas que más me preocupaban, era que mi sueldo actual no iba a alcanzarme para costear todo lo que ella necesitaba. Porque a pesar de que ganaba considerablemente bien, las medicinas y los hospitales eran caros en mi país.

Así que, le había pedido a mi jefe que me diera la jornada completa, más este se había negado alegando que ya todos los turnos estaban cubiertos.

Intentaba no desesperarme, pero esto significaba que tendría que conseguir otro empleo.

—¿Estás bien?

Mi visita fue a parar a la imponente figura de Sebastián, aún tenía sus cosas, así que asumí que acababa de llegar.

—Sí, es solo un mal momento que ya pasará.

Para este punto, habíamos entablado una pequeña amistad, nos veíamos en casi todos nuestros descansos y de vez en cuando por la ciudad. Hasta nos seguíamos en redes sociales.

Aún me preguntaba como rayos había obtenido mi Instagram, pero asumía que tenía que ver con cierta rubia.

—¿Aún no encuentras un apartamento?

Él había tomado asiento a mi lado.

—Lo pospuse, puedo soportar a mi casera por más tiempo. Es solo que, mis planes han cambiado un poco y necesitaba el turno completo, pero me lo han negado. Así que, lo único que se me ocurre es buscar un segundo empleo.

Sebastián me miró sin saber qué decir.

—Lo siento tanto, mor.

Me abracé a mis piernas y apoyé mi cabeza.

—Está bien, solo tengo que buscar más soluciones, no será el fin del mundo.

Lo miré, él sonrió intentando tranquilizarme.

Ambos nos levantamos e ingresamos a trabajar.

Cómo siempre, el restaurante estaba lleno. Ventajas para nosotros, aunque nos dejara con mucho más trabajo.

A pesar de que intentaba mantener una buena actitud, mis ánimos habían disminuido considerablemente y todo empeoró cuando un cliente comenzó a quejarse porque, según él, uno de los platos no estaba bien cocido.

—¿Acaso no escuchaste, niña? ¡Quiero hablar con el chef! —exigió tajante.

Había intentado calmarlo, diciéndole que si lo deseaba, podría traerle otro plato. Sin embargo, comenzó a hacer un escándalo alegando que no éramos empleados competentes. Luego comenzó a llamar al chef.

Para este punto, la mayoría de las miradas estaban puestas sobre nosotros.

—Deja que yo me encargue —el tono del Señor Armando, mi jefe, era de advertencia.

No le había hecho mucha gracia lo del turno completo y el aumento de sueldo. Ahora tenía problemas con uno de los clientes, estaba claro que en este momento era su persona menos favorita.

—Bien —murmuré, por lo bajo y, di un paso atrás para dejar que él tomara control de la situación.

—Lamento los inconvenientes, pero ¿Podría explicarme lo que sucede?

La rellena figura de mi jefe se interpuso entre el cliente y mi persona, dándome la espalda. Su calva relucía ante la iluminación.

Me hice a un lado, apoyándome en la barra que estaba relativamente cerca.

—Mi esposa dice que el arroz del risotto está crudo.

—Lo sentimos mucho —mentía, estaba usando el mismo tono que usa cuando tiene que hacer reducción de personal—. Si les parece bien, podremos cambiar el plato.

Sin embargo, una tercera figura se interpuso entre nosotros.

Tenía las mangas de su delantal blanco remangadas dejando a la vista sus tatuajes, un gorro cubría su cabello oscuro y su ceño estaba fruncido.

Sebastián no se veía muy contento.

—¿Qué sucede? —su voz ronca me erizó por completo. A mi lado, Valeria soltó un suspiro.

Inconsciente, todos estábamos muy pendientes de la situación.

—¿Usted es el chef? —Sebastián asintió y cruzó los brazos sobre su pecho, resaltando sus bíceps— Al fin, vea el plato, el arroz del risotto está crudo y no tiene sabor.

Él tomó el plato en sus manos.

—Son cuatrocientos gramos de arroz Carnaroli, que fue cocinado en cebolla, que fue previamente sofrito por diez minutos, junto con las setas y vino blanco —hizo una pequeña pausa. Todos contenían la respiración—. Luego se le agrega caldo de verduras hasta que esté al dente, y se finaliza con la mantequilla y el queso rallado.

El comensal se vio visiblemente intimidado por el tono frío y firme que Sebastián uso para dirigirse a él.

—Al parecer, fue menos tiempo del que dijo. Vámonos, amor —se levantó y ella copió su acción—. Este lugar solo sirve comida mediocre.

—En la esquina venden Perros Calientes, puede llevarla ahí si su paladar no está a la altura de mi comida —dejó el plato sobre la mesa.

El comensal salió como una fiera, tirando del brazo de su esposa. Y Sebastián, volvió a la cocina de forma muy calmada.

En cuanto su imponente figura desapareció, todos volvieron a continuar con sus tareas y el Señor Armando simplemente desapareció, lo más probable es que fuera a encerrarse en su oficina.

—Eso fue... Increíble —la voz de Anna rompió el silencio.

—Ese sí es un hombre de verdad. —Valeria se mordió el labio mientras limpiaba la barra de los tragos.

—Ni que lo digas —Ellas soltaron una risita.

—Voy afuera —anuncié.

—Aprovecha, adicional a esto, no hay nada más.

No esperé que me lo dijera dos veces, simplemente, atravesé el pasillo y me dirigí a fuera.

Cómo ya era costumbre, ahí estaba él. A diferencia de otras veces, se veía tenso y molesto. Estaba apoyado contra la pared y tenía los ojos cerrados.

En vez de sentarme dónde siempre, caminé hacia él, hasta quedar a menos de un metro de distancia. Tenía que levantar mi cabeza hacia arriba para poder mirarlo.

—Creo que querían comida gratis.

Sus ojos oscuros me miraron.

—El plato, ella no lo había probado siquiera -aclaré.

Él sonrió.

—Lo noté cuando lo tomé.

Fue mi turno de sonreír.

—Creo que acabas de tomarte con mi parte menos favorita de este trabajo: los clientes difíciles.

Me apoyé a su lado.

—¿Y cuál es tu parte favorita?

—Cobrar.

Por segunda vez desde que nos conocíamos, escuché como reía abiertamente y sin poder evitarlo, terminé riendo con él.

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