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Estúpido dolor de cabeza insufrible.

Había estado sentada en el callejón, lo que parecieron interminables horas, pero sabía perfectamente que solo habían pasado siete minutos de descanso de lo que ahora era mi tortura.

Por eso mi cráneo casi explotaba.

Valeria se había encargado de hacerme la vida miserable las últimas dos semanas. Lo que había iniciado con pequeños empujones y dejarme las mesas con más personas, había terminado con hacer que de alguna forma se redujeran mis descansos y lo más reciente, por hacerme tropezar, había volteado comida sobre un cliente. 

El Señor Armando no se encontraba muy feliz. A este paso, mi despido sería rápido y ahora no podía darme el lujo de perder mi empleo, no cuando la situación de mi madre había empeorado.

Frustrada, froté las manos por mi cabello intentando pensar en otras alternativas.

Intentaba ser optimista, pero en estos momentos era un poco difícil.

De forma repentina, la puerta se abrió y por instinto, miré mi reloj, asegurándome de que no se me hiciera tarde. Suspiré cuando me di cuenta de que aún tenía unos cuantos minutos.

—¿Estás bien? —esa voz ronca, parecía que tenía un buen tiempo sin escucharla, pero solo habían sido unos cuantos días. 

Apenas si nos habíamos visto esta semana, con mi cambio de descansos, los encuentros ocasionales habían desaparecido totalmente. Ahora solo nos saludábamos cada que iniciaba nuestro turno y cada que nos íbamos. Además, me había empeñado un poco en mantener la distancia con él.

Despegué la vista de su silueta y con un tono algo indiferente, respondí —no me quejo.

Suspiré, Sebastián no tenía culpa de mis desgracias.

Por lo que escuché, él tomó asiento a mi lado— Te conseguí algo.

Eso logró captar mi atención e hice contacto visual con él.

En su boca tenía una sonrisa coqueta.

—¿De verdad? 

Él asintió. 

—Intenté enviarte todo al número, pero cuando llegaba a casa comenzó a llover y el papel se estropeó —se excusó. Se veía algo avergonzado.

—Dame tu teléfono. 

Sin esperar mucho, hizo lo que le pedí. 

De forma rápida anoté mi número y agregué mi contacto. 

—Listo, así ya no lo perderás —le devolví el teléfono—. Por favor, en serio necesito el empleo, así que, llámame cuánto antes. 

Él sonrió. 

—Te pasaré buscando a las nueve de la mañana.

Ante esto, mi ceño se frunció.

—¿Cómo? —lo miré confundida.

—Lo que oíste, mor. Cobraré el favor que te hice, dejando que tú me dejes llevarte mañana. 

—Es sábado y, no podría aceptarlo, ya hiciste mucho por mí.

—No es problema —se encogió de hombros—, y sobre lo otro, harán las entrevistas mañana.

Asentí pensativa.

—¿No podríamos negociarlo?  

—No.

Solté una pequeña risa.

—Bien, mi dirección es la misma de la otra vez. ¿Aún la recuerdas o te la envío por texto?

—Te escribiré esta noche, envíala cuando hablamos. 

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