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Sin duda, eran de los peores días que había tendido desde que me mudé a esta ciudad.

Estaba más que claro la razón de la breve depresión que tenía. No imaginé que el hecho de que Sebastián no quisiera nada serio conmigo, me afectaría tanto. Pero,  aquí estaba, comiendo helado por casi toda la mañana, escuchando canciones de Sebastián Yatra «¿irónico, cierto?», y preparándome mentalmente para cuándo tuviera que verlo en el trabajo.

Cuando terminé, tomé mis cosas para poder salir. Bajé los pisos correspondientes e ignoré a la señora Gladis, que tenía muchas más ganas de pelear que de costumbre. Sin embargo, se las aguantó al ver mi cara de pocos amigos y de muerta viviente, porque ni con todo el corrector del mundo había logrado tapar las ojeras de muerte que me cargaba desde hace días.

Odiaba lo mucho que esto lograba afectarme.

Cuando por fin llegué al restaurante, agradecí mentalmente que hubiera trabajo, me distraía bastante y me hacía no pensar tanto en lo deprimente que me veía por haberme dejado de mí casi algo.

Casi no noté el paso de la hora y fue tanta la perdida de la noción del tiempo, que Anna tuvo que decirme que fuera a tomar mi descanso, porque ya habían pasado veinte minutos de mi hora habitual.

Cuando recosté mi espalda contra la pared, suspiré de alivio y cerré mis ojos, no había notado lo cansada que estaba hasta que me senté y descansé un poco.

Alrededor de unos cinco minutos, la puerta fue abierta y todo el cuerpo se me erizó. Sabía que era él, en poco tiempo su perfume se me había grabado en la memoria y ahora, olía fuertemente a ese olor característico.

Sus pesados pasos se detuvieron frente a mí, aún seguía con los ojos cerrados y me obligaba a no abrirlos y mirarlo.

Estuve esperando alguna señal o palabra, por lo que pareció una eternidad, hasta que, él habló.

—¿Ni siquiera vas a mirarme? —solté un sonoro suspiro.

Ignorando todo instinto que me decía que no le hiciera caso, abrí los ojos, y lo que miré me dejó medio en shock. Había estaba él, desde este ángulo se veía imponente y demandante, tenía las manos en sus bolsillos y como siempre, su delantal se amoldaba a su figura.

—¿Por qué deseas tanto que te mire? 

Ante mi respuesta, en su boca se formó una sonrisa de lado.

—¿Así serán las cosas?

Me encogí de hombros.

—Así decidiste que fueran. —Me puse de pie.

Él se acercó más y al estar tan cerca de la pared, no tuve escapatoria.

—Ni siquiera me dejaste hablar —refutó.

Lo miré a los ojos fijamente.

—No quería escuchar tu discurso anti-relaciones.

El silencio de la noche fue roto cuando el puso ambas manos al lado de mi cabeza, haciendo un ruido seco. Fue tan repentino que me sobresalté.

Me sentía como la presa del cazador.

—¿Cómo estás tan segura? —murmuró bajo.

Había evitado mirarlo mucho. Sin embargo, eso me hizo buscar el contacto visual.

—¿Qué...? —sus palabras interrumpieron mi pregunta.

—¿Cómo estás tan segura de que iba a decirte todo ese disparate? —Su dedo levantó mi mentón.

—Yo... —la alarma de mi celular sonó,  me sentí aliviada y salvada por la campana. Él, se veía muy frustrado. —Tengo que volver —dije, intentando que se moviera, cosa que no sucedió.

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⏰ Última actualización: Sep 24 ⏰

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