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NAGI SEISHIRO ERA UN TIPO VAGO, peor aún sería siendo un hombre lobo. El tamaño de este era inmenso, ni siquiera le llegaba de altura, parecía tan indefensa a su lado.
Sus patas peludas con esas garras grandes y filosas, su pelaje espeso, tan blanco como la nieve que caía afuera de tu hogar en pleno invierno. Todos temían al verlo, nadie se salvaba del miedo que causaba Seishiro con su temible presencia. Sin embargo, aquella gran criatura se volvía dócil y mansa cuando se trataba de tí.
Seishiro te observaba con esos ojos dorados que brillaban en la oscuridad, llenos de un misterio. A pesar de su apariencia amenazante, había una ternura oculta en su mirada cuando estaba con ella. Nadie más lo veía así; para el resto del mundo, Nagi Seishiro era un monstruo a evitar. Pero en la intimidad de su hogar, bajo la tenue luz de la chimenea, él se mostraba diferente.
Aquel pelaje albino espeso más su masa muscular era mejor que encender la chimenea, la calidez que éste desprendía era simplemente tan cómoda y no se necesitaba ningún fuego. Eran tantas las veces que casi te asfixiaba cuando dormía encima tuyo, estando o no en su forma original.
Nagi, un hombre lobo salvaje, te sigue a casa desde el bosque. Te acecha, su presencia constante en cada rincón de tu vida. Sin embargo, no te importa; es como un perro perdido que no quiere dejarte. Un perro muy, muy grande. Aunque inofensivo y adorable si ignoras los colmillos ensangrentados y la baba que gotea de su boca cada vez que te mira.
Está bien. No te importa. Y por la noche, se queja y araña tu puerta porque han pasado demasiadas horas desde la última vez que te vio. Un par de horas son una eternidad para alguien que no comprende el tiempo.
Abres la puerta y lo dejas entrar. Inmediatamente, te sigue hasta la cama y se enrosca a tu alrededor como una pesada manta. A ti también te parece bien. ¿Por qué no? Es inofensivo. Solo es un cachorro gigante que disfruta acurrucarse contigo.
Seishiro en su forma humana sigue siendo la misma cosa peluda necesitada de mimos y abrazos; un cachorro gigante y blanco con pucheros en su rostro suplicando que tus suaves manos enrosquen sus cabellos entre tus dedos.
Que lo toques y trazes tus dedos en su pálida piel. Aunque esté tan necesitado de tu amor, frotándote contra tu pierna cubierta por tu vestido blanco, no haría nada sin tu permiso.
Sin embargo, la temporada helada había llegado tan pronto, y esto aumentaba sus ganas de abalancearse encima de ti, tratando de contenerse y de no perder los estribos, Seishiro te había quitado varias de tus prendas, ni siquiera sabías que hacía con ellas. Solo te las quitaba, y tú no tenías objeción alguna.
Era bastante consentido.
Y sus intentos de limitaciones fueron en vano cuando finalmente se abalanzó encima tuyo, manteniéndote cautiva en medio de sus construidos brazos y cuerpo, colmando de besos tu cuello, dejando mordidas dolorosas marcando lo que es suyo.
Está era la primera noche en que veías esa nueva faceta de él, aunque llevaban años conociéndose, Nagi tenía poca paciencia cuando se trataba de tí.
Las manos del albino perforaban tu piel, sus nudillos tiñéndose de blanco al apretar sus dedos en la carne magullada de tus caderas, que posiblemente dejen marcas.
Con el pecho agitado, sus colmillos no paraban de penetrar la piel de tu cuello y el valle de tus senos, goteando de aquel líquido rojo y metálico que manchaba sus afilados caninos, lamiendolos con hambre y deseo que recorría sus venas.
Acto seguido, dejó al descubierto su endurecida polla, con la punta rosada y chorreando semen mientras el tronco estaba lleno de pequeñas venas que brotaban alrededor. Un ser como Seishiro solo pensaba en entrar y dejar que su nudo aprete tu interior; empujando su polla en tu entrada y comenzarla a follarla duro y rápido.
Su brillante y desesperada mirada analizaba cada parte de tu pálido cuerpo semi herido, marcado por él, oliendo solo a él y a nadie más. Seishiro no podía más de la desesperación de entrar dentro y sentir tus acolchadas paredes acomodarse alrededor de su venoso y grueso tronco, erecto y duro, palpitando mientras se metía profundamente.
Su gruesa polla estirando su coño hasta sus límites, el sonido de su miembro golpeando dentro de ti junto a ambos ruidos húmedos inundando la habitación en plena velada de la noche. Con el crepúsculo en lo más alto y la condenada luna llena alumbrando la oscura habitación llena de calor y jadeos.
Sentiste como tu interior se contraía, su polla palpitando, sus embestidas empezaron a ser erráticas y el colchón viejo de tu cama dejo de rechinar tanto.
Las piernas de Seishiro se debilitaron, y medida que trataba de empujar con más fuerza y rapidez, sintió que tus paredes se cerraban a su alrededor.
Gruñe, cogiéndote aún más fuerte, con sus pelotas golpeándole el culo a cada embestida. "Te daré tantos bebés como quieras. Te llenaré con mi semilla hasta que reboses de mis hijos."
Él gime, su miembro se alargaba en tu interior, se hincha dentro de ti poco a poco. Su cuerpo se estremece mientras libera su carga dentro de ti, sintiendo su coño apretarse alrededor de él mientras se corre.
Y luego, su cuerpo cae sobre tí, envolviéndote con sus brazos, asfixiándote mientras su nariz hurgaba en tu cuello, colocando suaves besos en las mordidas -bastantes dolorosas-, oliendo su esencia mientras aun el nudo permanecia intacto. Sin embargo, a Nagi solo le importaba que en ese momento lo colmes de mimos, abrazos y delicados besos, de su única pareja de por vida.
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