Capítulo 7

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El rugido del Mustang de Damián se mezclaba con el sonido de las olas rompiendo en la distancia

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El rugido del Mustang de Damián se mezclaba con el sonido de las olas rompiendo en la distancia. Arian, sentado en el asiento del copiloto, miraba por la ventana cómo la playa se alejaba, convirtiéndose en un recuerdo dorado en el espejo retrovisor. Sus dedos jugueteaban distraídamente con el collar que Damián le había regalado, el pequeño engranaje de bronce cálido contra su piel.

—¿Estás bien? —La voz de Damián era suave, casi ahogada por el viento que entraba por las ventanas abiertas.

Arian se giró hacia él, ofreciendo una sonrisa que no llegó del todo a sus ojos. —Sí, solo... no quiero que termine, ¿sabes?

Damián extendió su mano libre, entrelazando sus dedos con los de Arian. —Hey, esto no es un final. Es solo el comienzo.

En el asiento trasero, Zoe estaba atrapada entre Alex y Matteo, ambos dormidos y roncando suavemente. Alex tenía la cabeza apoyada en el hombro de Zoe, mientras que Matteo se había deslizado hasta que su cabeza descansaba en el regazo de ella. Zoe miraba por la ventana, una pequeña sonrisa en sus labios mientras sus dedos se enredaban distraídamente en el cabello de Matteo.

A medida que avanzaban, el paisaje comenzó a cambiar. Las dunas y palmeras dieron paso a edificios cada vez más altos, el aire salado se mezcló con el aroma a asfalto y escape de los coches. La ciudad los recibía, imponente y familiar.

El Mustang de Damián se deslizó suavemente por la entrada circular de la mansión Vargas, sus faros iluminando brevemente la fachada de piedra y los cuidados jardines. La noche había caído sobre la ciudad, envolviendo la propiedad en un manto de oscuridad salpicado por las luces tenues de las farolas del jardín.

Arian exhaló lentamente, sus ojos recorriendo la imponente estructura que llamaba hogar. A pesar de los años, aún le costaba creer que este lugar le pertenecía, que tenía una familia que lo amaba.

—Hogar, dulce hogar. —murmuró Damián, apagando el motor. Su mano encontró la de Arian en la oscuridad, apretándola suavemente. —¿Estás listo?

Arian asintió, aunque la tensión en sus hombros decía lo contrario. Juntos, bajaron del coche, el silencio de la noche roto solo por el crujir de la grava bajo sus pies y los suaves ronquidos provenientes del asiento trasero.

—Deberíamos despertarlos. —susurró Arian, mirando hacia donde Zoe, Alex y Matteo dormían profundamente, enredados en una maraña de extremidades.

Damián sonrió, sacudiendo la cabeza. —Déjalos dormir un poco más. Primero, asegurémonos de que todo esté en orden adentro.

Con cuidado, Arian desbloqueó la puerta principal y entraron. El vestíbulo estaba a oscuras, pero tan pronto como Arian encendió las luces, el lujo del interior quedó al descubierto.

—¿Mamá? —llamó Arian, su voz resonando en el espacio vacío. No hubo respuesta.

Damián frunció el ceño, sacando su teléfono. —Mierda. —murmuró. —Tengo como veinte llamadas perdidas de Lucía. ¿Tú también?

Como Porcelana (BL)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora