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Era una fría noche de invierno cuando la vida de Arian comenzó de la manera más humilde. Un pequeño bulto envuelto en mantas raídas fue dejado en la puerta del orfanato de la ciudad. La monja encargada de abrir la puerta esa noche casi se desmaya del susto al ver el hatillo que se removía. Con manos temblorosas, deshizo los nudos y reveló un hermoso bebé de enormes ojos grises y piel lechosa salpicada de pequeñas pecas.
A pesar del cruel abandono y las inclemencias del clima, el pequeño Arian no lloraba. Sus manitas se aferraban a un viejo crucifijo de madera, como si desde su más tierna infancia estuviera protegido por una fuerza divina. La monja, conmovida hasta las lágrimas, abrazó al recién nacido contra su pecho y lo llevó al interior del orfanato.
Esa noche, mientras el viento aullaba y la nieve caía sin tregua, Arian dormía plácidamente en su nueva cuna. Un aura de paz y nobleza parecía rodear su cuerpecito. Como si desde antes de nacer, su alma supiera que estaba destinado a desafiar las convenciones de una sociedad ciega.
A los tres años, Arian era la joya más preciada del orfanato. Su cabello castaño claro caía en suaves ondas enmarcando un rostro angelical salpicado de pequitas. Aquellos enormes ojos grises, que desde bebé cautivaron a la monja que lo encontró, ahora reflejaban una sabiduría e inocencia inusuales para su edad.
Las monjas que cuidaban del orfanato vivían embelesadas con la presencia de Arian. Verlo jugar en el patio con sus rizos danzando al viento y su risa cristalina inundando los rincones, llenaba sus corazones de una dicha indescriptible. Se turnaban para cargarlo, llenarlo de mimos y atenciones que compensaran el abandono de sus padres biológicos.
Sin embargo, no todas las reacciones hacia Arian eran de ternura. Los niños mayores del orfanato miraban con recelo a aquel pequeño que acaparaba todas las atenciones. Su belleza andrógina y delicadeza eran motivo de burla para algunos que no comprendían lo especial que era. Celosos de los privilegios con los que las monjas consentían al "niño bonito", tramaban pequeñas venganzas para desquitarse.
Pero Arian, ajeno a las envidias que despertaba, seguía siendo un rayo de luz incluso en los días más grises. Cuando los niños más grandes lo molestaban, los confundía con una sonrisa franca y con su vulnerabilidad. Arian estaba destinado a conquistar corazones, desde el más puro hasta el más aprensivo.
Lucía era una viuda adinerada que vivía sola en una enorme mansión en las afueras de la ciudad. A pesar de su riqueza material, su vida se sentía vacía desde que su esposo había fallecido años atrás y ella no pudo tener hijos. Un día, una amiga suya que era benefactora del orfanato le insistió que fuera a visitarlo.
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Como Porcelana (BL)
RomanceDesde la tierna infancia, Arian y Damian han sido mucho más que amigos. Un vínculo especial e inquebrantable los ha unido en cuerpo y alma a través de los años. Pero a medida que crecieron, ese afecto inocente comenzó a mutar en anhelos más profundo...