Nunca digas nunca

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Nos despedimos en la entrada del hostal haciéndole caso a Ana de no hacer ruido dentro. Nos deseamos buenas noches y nos vamos a dormir. Patri se cuela en el baño para darse una ducha, y yo me quedo viendo Instagram. Se me ocurre subir una foto del atardecer, impulsivamente pongo la frase que Mónica me dijo. No sé si me estaré excediendo, si está bien o no, me nace y lo hago.
Mi amiga sale un rato después, se lanza boca abajo en la cara.

— Necesito toma a tierra. - Dice. Deja caer un brazo por el lateral de la cama hasta tocar el suelo.
— Voy a ducharme. - Le digo riéndome por la escena.
— Pero no tardes... que tienes cosas que contarme. - Murmura todavía con la cara contra las sábanas.

Me doy una ducha larga. Lo necesito. Cada vez que bajo los párpados, los ojos de Mónica se dibujan detrás de ellos. Puedo escuchar el eco de su risa. Batallo conmigo misma para desalojar cualquier pensamiento que me lleve a pensar que aún estamos a tiempo de algo.
Salgo de la ducha diez minutos después con la intención de compartir con mi amiga mi inquietud, pero Patri duerme profundamente. No tengo sueño. Mi cabeza va a mil por hora.
De repente, siento que la habitación se me viene encima, el corazón empieza a latirme fuerte, y sé que necesito que me de el aire.
Me visto y salgo de la habitación, bajo las tres plantas que me separan del suelo, y salgo a la calle. Respiro. Hay un silencio absoluto. Camino hacia el lateral de la fachada del hostal en busca de la escalinata que hay para sentarme allí escuchando el impacto de mis pisadas contra el suelo, y veo que alguien se me ha adelantado. Después de diez pasos, reconozco quién es, y se voltea al escuchar mis pisadas, y sonríe.

— ¿La luna no te deja dormir? - Le pregunto casi en un susurro.
— Eso parece... - Me responde en el mismo tono.
— ¿Puedo sentarme? - Le pregunto cuando ya estoy a la altura de ella.
— Claro que puedes. - Me dice.

Me siento, sintiendo una riada de emociones inundarme por dentro. Nos quedamos en silencio un buen rato. La valentía que nos otorgaba el alcohol ya no está.

— ¿Qué tal estás? -Le pregunto inclinándome hacia ella y empujándole levemente con mi hombro en el suyo. Sonríe.
— ¿En general o en este momento? - Me rebota.
— En general... no sé... - Me callo unos segundos. — Y en este momento. - Termino. Sonríe.

Podría haber huido, pero no lo hace. Se queda pensativa unos segundos.

— En general estoy bien... - Dice pausada. — Estoy tranquila y en este momento... - Me mira un fracción de segundo y devuelve la mirada al frente. — No sé muy bien cómo estoy. - Dice. — ¿Tú qué tal estás? - Me pregunta ahora ella.

Siento un latigazo atravesarme el estómago.

— ¿En general o en este momento? - Le repito su pregunta. Una sonrisa tira de sus comisuras. Apenas me mira.
— ¿En general? - Sigue sonriendo.
— No estoy en mi mejor momento. – Digo al cabo de unos segundos. Me mira esperando que continúe — Me estoy replanteando absolutamente todo. - Digo.
— Pero... ¿te encuentras bien? - No ha dejado de hacerme contacto visual esta vez.
— Sí, a ratos sí. - Le desvío la mirada porque si sigo mirándola voy a acabar estrellándome en su boca.
— ¿Y en este momento? - Me pregunta.
— Este es el mejor momento que he vivido en los últimos dos años - Le digo siendo todo lo franca que puedo ser.

Se abraza las rodillas y pone la frente sobre ellas.

— Moni... lo siento... - Digo al fin.

Se hace un silencio sepulcral entre las dos que se me hace eterno.

— No te preocupes, todo está bien. - Me dice irguiéndose. Se apoya sobre sus brazos haciendo un ángulo de cuarenta y cinco grados con su cuerpo y echa la cabeza hacia atrás mirando al cielo.
— Fui una imbécil... - Continúo.
— Déjalo estar, Martín, ya pasó. - Me dice.
— Ya, pero quiero que sepas que me equivoqué y que hice y dije muchas cosas de las que me arrepiento. - Le digo sobrecogida. — Lo siento. - Digo de nuevo.
— Yo también dije cosas que no sentía.. - Dice al fin después de un silencio atronador.
— He pensado mucho en nosotras últimamente. – Bisbiseo prácticamente porque la voz ha desaparecido de mi garganta.
— ¿Y qué has pensado? - Me sorprende con su pregunta después unos segundos en silencio.
— Que nos quedaron muchas cosas por hacer... - Digo — Y que fuimos muy torpes... - Me pauso. — Sobre todo yo. - Puntualizo.
— No fui suficiente para ti. - Dice y veo como un halo de tristeza le cubre el rostro.
— Eso no es verdad... más bien todo lo contrario. No estuve a la altura. – Le digo consiguiendo que la conversación se vuelva algo más fluida.
— ¿Y qué más da ya? - Me pregunta. — Ya no queda nada, Martín. Se fue. - Dice como una sentencia.
— No puedo decir lo mismo... — Digo después de unos segundos y de batallar con mi cerebro entre lo que debo decir y lo que quiero decir. Me mira con un rostro indescifrable.
No dice absolutamente nada. Vuelve a cogerse las rodillas abrazándolas y vuelve a apoyar la frente en ellas.

Cuando no estabas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora