Entro en la habitación, Carol duerme profundamente. Me tiendo en la cama procesando lo que acaba de pasar. Repaso cada palabra de la conversación que acabamos de tener. Llega dos años tarde, pero llega, al fin y al cabo. Y lo hace en el momento que menos esperaba. Supongo que si hubiéramos tenido que decidir por voluntad propia, nunca hubiera sucedido. Soy consciente de que, las dos, hemos rehuido cualquier posibilidad de cruzarnos siquiera.
Caigo rendida al cansancio cuando ya puedo ver las primeras luces del día filtrarse por la ventana. Me cuesta apaciguar el latido de mi corazón.
Me despierto cuatro horas después reventada, mi ciclo circadiano no perdona. Son apenas las diez de la mañana y mi pensamiento está fijado en salir de ahí lo antes posible. Sé que quiero huir, lo asumo. Lo que menos me apetece es volver a verla esta mañana y no saber qué decir, porque lo de tirarme a sus brazos me parece escandaloso.
Escribo un mensaje a los chicos para ver si están despiertos. Iván tarda unos segundos en contestarme. Decidimos salir hacia el Palmar en media hora. Despierto a Carol que abre los ojos quejándose por el madrugón, bueno, "madrugón". La salida es fácil porque no tenemos nada que recoger. Entregamos las llaves en recepción, y nos vamos. Me persigue una extraña sensación de nerviosismo, llevo el corazón unos latidos por encima de mi media. Sé que podemos encontrarnos en cualquier momento y eso me acelera muchísimo. Buscamos el coche y decidimos posponer el desayuno hasta llegar a nuestro destino, las curvas y el cóctel molotov del día de antes, y un café en este momento, no hacen buena liga.
Hacemos el camino de ida, tranquilos, sin poder evitar que la conversación gire en torno a la coincidencia del día de ayer.— Yo es que no creo en que las casualidades — Dice Carol cuando Antonio dice que fue una casualidad.
Yo me limito a callar y escucharlos.
— Bueno... una coincidencia... Lo que sea - Dice Antonio.
— O el destino... vete a saber. - Carol.
— Lo importante es que lo pasamos bien, y ya. Hoy, a descansar. - Dice Iván.
— Falta nos hace. - Digo, abandonando mi pensamiento.Soy incapaz de dejar de pensar en cada palabra de nuestra conversación, ni en las miradas, ni en su sonrisa, ni en su flequillo... ¡Dios! Pienso. Al llegar a casa de los chicos, nos tomamos un café y Antonio se va a terminar con unas gestiones del camping. Carol se va a dormir un rato.
Iván y yo nos quedamos en el porche de atrás de la casa. Me tumbo en la cama colgante buscando calma, y mi amigo acerca un sillón a medio metro de mí.
— ¿Cómo te encuentras, Moni? - Me pregunta.
— Ni lo sé... - Le digo manteniendo los ojos cerrados y meciéndome levemente.
— Es que... no veas... - Dice.
— Sí, sí lo vi... - Le digo casi riéndome.
— ¿Bien, no? - Me pregunta.
— Supongo que algún día tenía que ocurrir, y fue mucho mejor de lo que había pensado. - Le digo.
— Os vi charlar en el banco. - Me dice. — Y también cómo te miraba todo el rato después. - Añade.
— Pero no nos viste de madrugada en la calle después de que todos os fuerais a dormir... - Digo de carrerilla.
— No te creo... - Dice sorprendido.
— Créeme... bajé buscando un poco de aire porque no podía dormir y parece que a ella le pasó lo mismo. - Digo sin variar la postura.
— Hostia... ¿y?... - Me pregunta para que siga y me río. — ¡Moni! - Se exaspera. Me siento quedando frente a él y le cuento cada detalle de nuestra conversación.— Así que, créeme, no sé ni qué pensar. - Le digo al final.
— Ya sabes lo que pienso. No creo que esté todo dicho entre vosotras... - Dice. — Y está guapa, la cabrona. - Añade a media risa.
— No ayudas, Iván, no ayudas. - Me río con él.
— ¿Y qué vas a hacer? - Me pregunta.
— No lo sé, le dije que no le prometía nada, no estoy segura de poder resistirme a sus encantos. - Digo con sorna.
— Pues no lo hagas... tía... que estamos de paso... - Dice acomodándose de nuevo en el sillón.