El atardecer

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Los oídos me silban tan fuerte que soy incapaz de escuchar nada más después de que Ana dijera que Mónica estaba allí. Siento que estoy a punto de perder el equilibrio.

— ¿Qué hacemos, Vane? - Me pregunta Ana recuperándome del abismo al que he estado a punto de caer.

El resto me miran perplejas esperando a que diga algo.

— Buscamos otro sitio. - Dice Rocío.
— Me ha dicho que no le importa que nos quedemos. - Continúa Ana.
— ¿Qué necesidad? - Patri.
— ¿Eso ha dicho? ¿Sabe que estoy yo también? - Hago la única pregunta que puedo articular en ese momento.
— Sí, lo sabe. – Me dice Ana mirándome directamente, sabiendo que eso va a provocar que quiera quedarme.
— Pues nos quedamos. - Dice Laura resolviendo nuestra decisión. — Hace muchísimo que no la vemos. - Añade.

Me quedo rezagada detrás de todas, me tiemblan las piernas. ¿Y si ni siquiera me mira? ¿Qué hago? ¿La saludo? De repente, me acelero mucho más de lo que estaba mientras la madera de la entrada cruje bajo mis pies.

— ¿Qué hago? - Le pregunto a Ana.
— No hagas nada, Vane, sólo espera. Déjala que sea ella la que decida. - Me dice pausada. — Tranquila, algún día tenía que pasar. - Me dice en el mismo tono.

A medida que avanzo detrás de todas, la veo sentada de espaldas a la entrada. Tirito. La veo levantarse cuando las chicas se van acercado a su mesa llamándole la atención. Estoy a punto de caerme redonda al suelo, pero resisto.
¡Dios! Está preciosa.

Las saluda a todas de una en una hasta que tras el último abrazo se queda a un metro de mí.

— Hola. - Dice escueta y me da dos besos.

Ana vuelve a presentarle a su chica y la saluda. Estoy a punto de desmayarme, no quiero mirarla, porque si lo hago, me iré al suelo, con total certeza.

No sé qué estoy sintiendo. Una parte de mí, se estrellaría en su boca, y la otra, se lanzaría a sus brazos como si estos dos últimos años, no hubieran existido. Mientras mi cerebro trata de mantenerme cuerda, el resto de mi organismo, toma la decisión contraria. Agradezco que finamente las chicas se despidan para dirigirse a su mesa, liberando a Mónica de la presión, que imagino, estará sintiendo.

Ana y yo nos adelantamos.

— Dios... estoy temblando... - Le digo.
— ¿Quién lo diría, Martín? - Me dice con retintín, le doy un leve empujón y nos reímos.

Tomamos asiento en una mesa larga, escojo mi lugar estratégicamente para poder verla sin llegar a quedarme de frente y como no podía ser de otra manera, la conversación empieza con la observación de todas de lo guapa que está.

— Qué buen día se ha quedado... - Digo interrumpiéndolas, haciendo que estallen en carcajadas.

No consigo sacarme del cuerpo el nerviosismo hasta que después de una copa de vino, mi nivel de alerta baja estrepitosamente. Me relajo, me abandono a la compañía y a la conversación de mis amigas, sin poner evitar que alguna que otra mirada, vaya directamente al perfil de Mónica. Ella también parece bastante más relajada. Se ríen de vez en cuando y cuando me llegan sus carcajadas, inevitablemente, sonrío. Ana me da con el pie por debajo de la mesa, cuando la miro, hace el gesto de una sonrisa muy forzada y acabamos riéndonos las dos.

— Contente, Vane, por lo que más quieras. - Me dice.
— Sí, sí. - Le digo sin dudarlo y recolocándome en la silla.

Lo único que le pido a los dioses es que no se vayan cuando acaben de comer. Me quedo mirándola, cuando menos lo espero, voltea la cabeza y nuestras miradas se cruzan una fracción de segundo. Se vuelve rápidamente. Soy consciente de que estamos a años luz, es más, una parte de mí sabe que mis posibilidades de acercarme a ella mínimamente, son nulas.

Cuando no estabas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora