Cada día

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La miro abducida por ese no sé qué, que tira de mí como imán de polo opuesto. Se acerca mucho a mí y no puedo dejar de mirar su boca mientras su voz me llega lejana, teniéndola a escasos cuarenta centímetros, como si la copa que me tomo se hubiera multiplicado por mil. Hemos roto las distancias sin darnos cuenta si quiera.
Apoya sus antebrazos en mis piernas y sin poder sofocar el incendio que me crece lento, le pido que me bese.
Vuelvo a sentir sus labios sobre los míos como si jamás hubiéramos dejado de besarnos. No pienso en absolutamente nada más que en ese momento. La atraigo hacia mí echándole los brazos por encima de los hombros y cruzando mis manos detrás de su cuello. Se cuela entre mis piernas hasta que nuestros cuerpos se unen. Me abraza por la cintura. La beso con las ganas contenidas que vengo acumulando desde que la vi en Tarifa, quizá, de mucho más tiempo. Aunque desde día no he podido dejar de pensar en ello.
Me baja al agua elevándome un poco para después sumergirme lentamente rozando su cuerpo. Su piel húmeda junto a la mía, lejos de sofocar el incendio que se fragua entre las dos, lo aviva aun más. Seguimos besándonos, gozando del sabor de nuestras bocas. Su lengua busca la mía, primero con cautela y después arrebatada por la pasión. Es este, tal vez, el beso más deseado de mi vida. Jamás creí que sucedería porque yo misma me lo estaba negando. Nunca más, mi mente vuelve a recordármelo, pero rápidamente deshecho el pensamiento acariciando su espalda.
Deshago el nudo que sujeta su bikini en el cuello.
No voy a detenerme, no puedo ni quiero hacerlo.
Desabrocha la parte de arriba de mi bikini, y nos desnudamos los torsos. Nuestros pechos se rozan. Siento el deseo bramar desde mi interior.
Me abraza fuerte, y siento sus manos recorrer mi cuerpo, como queriendo recuperar algo que creía perdido. Cuando nos miramos, mi timidez se apodera de mí. Es ella; mi amor, mi vida, pero aun así, no lo puedo evitar.
Me preguntan si quiero salir y asiento. Sale delante de mí y vuelve rápidamente envolviéndome en una toalla. Vuelve a abrazarme y puedo sentir el calor de su cuerpo. No quiero salir de ahí. Dejo caer mi mejilla en su hombro y ella besa el mío. Me pide perdón otra vez, no digo nada, la miro unos segundos y vuelvo a besarla. Puedo ver su dolor a través de sus ojos, y tan de cerca, sé que es muy parecido al mío.
Entramos en la casa terminando de quitarnos la poca ropa que nos queda, subimos hacia su dormitorio, nos detenemos a mitad del pasillo, la urgencia de besarnos nos impide continuar. Me aprieta contra la pared, roza con su muslo en mi sexo desnudo. Sé que vamos caer en un abismo de pasión. Le sujeto la cara con las dos manos y la acerco a mi boca. Dejo caer una mano acariciando su cuello, después la clavícula, para acabar abarcando con ella uno de sus pechos. Continuamos nuestro camino sin dejar de besarnos hasta entrar en el dormitorio. Hace rato que la razón se ha esfumado de nuestras cabezas para dar paso a la locura del deseo.
Le pregunto si está segura y me responde con un "sí a todo, mi amor" que termina de embriagarme.
Caigo en la cama con ella sobre mí. Se ajusta entre mis piernas sin dejar de besarme. Desciende lamiendo mi cuello hasta hacer una parada en mi pecho, lame y succiona mis pezones, aprieta la carne de mis pechos y la lame. He perdido la razón, y solo puedo dejarme calcinar en su infierno.
Continúa su descenso, besando en la unión de mis costillas, después en mi vientre, hasta ir cayendo lentamente en el valle de mis piernas.
Elevo las rodillas en un acto reflejo, lame el interior de mis muslos, acaricia mis piernas y se acerca pausadamente a mi sexo. La miro a ras de mi cuerpo, eleva la mirada a mis ojos justo antes de lamerme. Arqueo la espalda ante el primer roce y un gemido araña mi garganta. Me muero de ganas. Vuelvo a mirarla y sonríe. Me vuelve loca, esa es mi única certeza. Le devuelvo la sonrisa acomodando de nuevo mi espalda en el colchón. Deja caer su boca sobre mi pubis, deslizando su lengua entre mis labios, lo hace suavemente, haciendo que mi deseo crezca exponencialmente. Rodea mi clítoris con su lengua en una danza perfecta.

— Vane... - Pronuncio con la voz tomada por el deseo.

Me mira una fracción de segundo, y agiliza el movimiento. Siento su lengua caliente rozar una y una vez mi punto más sensible. Gimo. Sé que no va a detenerse. Ejerce más presión y emite sonidos de placer. Vuelvo a mirarla a ras de mi cuerpo y la observo disfrutar tanto como yo. Eso hace que mi placer se multiplique llevándome muy al límite. Aminora el movimiento dándome una tregua hasta detenerse. Asciende por mi vientre, chupa uno de mis pezones y deja caer su cuerpo sobre el mío. Me besa sin dejar de moverse, rozando con su muslo en mi sexo.

Cuando no estabas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora