Ruy Y Teresa 10: La isla.

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El viaje inicia — El castillo en la isla.

Ubicación: En algún punto del Mare Nostrum.


Después de que la flota de barcos de la expedición partiera del puerto de Seyxtilium, se adentraron en el Mare Nostrum en una noche de luna llena. La diosa Argentia parecía bendecir aquel decidido grupo de bajeles, cuyas velas de tonalidades rojas ondeaban como llamaradas en la oscuridad. Los fondos cóncavos de las naves cortaban las olas con determinación, surcando el mar como si tuvieran un destino predestinado.

Teresa, al principio afectada por el vaivén del océano, logró reponerse con el tiempo. En el castillo de proa, junto a su querido Ruy, observaba el horizonte. Ruy, quien parecía tener experiencia en el arte de navegar, se movía con soltura y ayudaba en las labores del 'Carro de Argentia'. Cada tanto, lanzaba miradas preocupadas hacia Teresa, pero la rubia parecía no necesitar nada, absorta en su diario, escribiendo con delicadeza cada detalle de aquel viaje inolvidable.

La bruma, como un abrazo blancuzco, rodeó los navíos. Solo la pericia de Víctor, el capitán en jefe de la flota, permitió que navegaran sin contratiempos. Los barcos avanzaban como espectros entre el vapor, hasta que lograron atravesar el muro denso de neblina. Los vigías no tardaron en avistar una isla en la distancia, una joya verde rodeada por el vasto azul.

—¡Isla a la vista! —gritaron los vigías, y el bullicio recorrió la flota. La isla estaba cubierta por una alfombra esmeralda de vegetación, palmeras que se mecían suavemente y aves que cantaban melodías exóticas. Fue Pietro, sin embargo, quien alertó a David con urgencia. Con ayuda de un catalejo de bronce, Pietro divisó una estructura sombría en la lejanía, un alcázar cuadrado que se erguía con una presencia ominosa.

—¡Un castillo en la isla! —gritó Pietro, y el murmullo de los marineros se tornó en inquietud. La expedición había encontrado tierra, pero lo que aguardaba en aquel alcázar sombrío era un misterio. Teresa cerró su diario y miró a Ruy, quien le devolvió una mirada firme. Ambos sabían que la verdadera aventura apenas comenzaba. Con el mar calmándose y la luna brillando sobre ellos, se prepararon para lo que el destino les tenía reservado en aquella isla enigmática.

Teresa, sintiendo una gran expectación, preguntó a Ruy. —¿Qué crees que haya allí? —susurró, sus ojos llenos de una mezcla de miedo y deseo por lo desconocido.

Ruy le tomó la mano y respondió con una sonrisa enigmática, —Sea lo que sea, Teresa, lo sabremos en breve.

—¡Hey, tórtolos! —interrumpió Guilles de manera grosera mientras alistaba sus cuchillas tipo falcata en sus fundas—. Apúrense, iremos a explorar esas ruinas en lo alto, además buscaremos agua y alimentos.

—Ya déjalos, Guilles, no seas gilipollas —reprendió Ximena al Gaileuxita, antes de entregar su armadura y armas a Teresa. Su rostro lucía una sonrisa cordial y amable—. Vamos... amiga, ¿no querrás perderte la expedición?

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