Ruy & Teresa 1: El encuentro.

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Teresa la trovadora

Ubicación: Algún lugar en el imperio Hisparita.

En lo profundo de las sombras yacen las historias olvidadas, susurros de infortunio y tragedia que se entrelazan en la tela de la noche. Ruy López, el recién investido hidalgo, se encontraba atrapado en la espesura del bosque sombrío, su misión encomendada por los designios del destino lo llevó a las lóbregas faldas del convento de las Hermanas de la 'Iluminación Perpetua'. La oscuridad era su manto, y los ecos de las almas desdichadas que deambulaban por aquel lugar resonaban en el aire, como un eco de lamentos que perforaban el alma.

A lomos de su fiel corcel, Ruy surcaba los senderos inciertos, su espada larga de caballería se mecía al compás de sus movimientos, mientras la ballesta y la lanza de cacería aguardaban en silencio su momento de uso. Sus ojos, reflejos del cielo nocturno, escudriñaban con cautela la maleza de coníferas, atento a cada señal, a cada susurro del viento que presagiaba una tormenta inminente. Con premura, halló refugio en la oscuridad de una cueva, resguardando a su leal compañero y encendiendo una hoguera que desafiaba las sombras. Mientras el crepitar del fuego rompía el silencio, Ruy se entregaba a una modesta cena, mas los susurros del abismo parecían acecharlo desde las profundidades de la caverna.


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Alerta y decidido, empuñó su lanza ante la aparición de una figura entre las sombras. Una joven, envuelta en harapos y mugre, emergió de la penumbra. Ruy mantuvo su guardia, la punta de su arma apuntando a la desconcertada figura. Bajo el ropaje desgastado y los cabellos dorados mancillados por el abandono, se revelaba una joven desvalida. Sus súplicas emergieron como un susurro lastimero, una plegaria a la misericordia del caballero. La desesperación marcaba sus rasgos, implorando clemencia y negando ser una criatura de la noche, sino una novicia desterrada del convento, sin más compañía que la soledad del bosque y el hambre como compañera.

Ruy, con la mirada cargada de compasión, bajó la lanza. La tempestad acechaba afuera, pero dentro de aquella gruta, el eco de la desesperación y la incertidumbre resonaba con fuerza. Decidió compartir su modesta cena con ella, una muestra de humanidad en un rincón donde las sombras devoraban la esperanza. Mientras compartían aquel frugal festín, la tormenta rugía en el exterior, entonando un lamento que parecía fundirse con el palpitar agitado de aquellos dos corazones que, en la oscuridad, encontraron un efímero respiro de compasión en un mundo repleto de oscuridad y desolación.

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