Intermedio 1: Arsinoe en Griexia 1

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Intermedio.

Visita a Griexia.

Ubicación: En algún punto del Mare Nostrum.

Mientras la partida de David, Breika, Pietro, Ruy, Teresa y Ximena continuaba su larga odisea por el océano de las mil islas, la imperatrix Arsinoe lograba convencer a su amado esposo, Félix Cyrus, el imperator de Rheintherra, para que la dejase liderar la misión diplomática hacia el imperio más allá del Mare Nostrum. Insistió en que ella era la mejor opción para las cruciales negociaciones con el Magno Emperador de Griexia.

Con reticencia, Félix aceptó, pero insistió en que Lucius Septimus, su centurión de praetorii personal, la acompañara. Arsinoe aceptó de buen agrado, llevándose también su escolta personal de veinte praetorii, de los cuales ocho eran mujeres que debían protegerla y atender sus necesidades. Junto a ellos iba Antígono, el heraldo elocuente, y Drusila, una joven que Arsinoe había adoptado cuando era niña y que ahora le servía como dama de compañía. Aunque este séquito no era del agrado de Arsinoe, Félix no le dio opción y además, la flota partiría en el imponente navío Imperatrix Prima, escoltado por seis galeras de guerra.

Arsinoe agradeció en silencio que se hubiese enviado una misiva por vías arcanas, en la cual se anunciaba su visita. Consideraba que todo aquello era excesivo por parte de Félix. La flota partió con la marea alta del vigésimo quinto día de Oxanter. Los elegantes y atemorizantes navíos de fondos cóncavos se movían con la gracia de delfines sobre las olas, cortando el agua con sus poderosos espolones revestidos de bronce. Arsinoe, ataviada con una suntuosa capa púrpura y dorada, viajaba en el castillo de proa junto con Drusila y Lucius. Aprovechaba el viaje para enseñar a la chica a leer, escribir y hablar de manera elocuente. De vez en cuando, coqueteaba con Lucius, quien procuraba ignorar aquellos escarceos, a sabiendas que cualquier desliz podría acarrearle graves problemas.

Las noches en el mar eran un lienzo de estrellas, y la imperatrix solía pasar largas horas en cubierta, mientras observaba el firmamento y meditaba sobre el futuro de Rheintherra y su propia ambición. Lucius, siempre vigilante, no podía evitar admirar la fuerza y la determinación en los ojos de Arsinoe, aunque mantenía sus emociones bajo control. Drusila, por su parte, se esforzaba por absorber todo el conocimiento que su mentora le ofrecía, soñando con un futuro lleno de promesas.


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