Capítulo I: El autobús mágico

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-¡DESPIERTA, VAS A LLEGAR TARDE! -gritó una voz femenina-. ¡SI NO TE LEVANTAS, NO VOLVERÁS A VER TU CONSOLA DE POR VIDA!

Te preguntarás a qué se debe ese grito; no es ni más ni menos que mi madre diciendo que voy a llegar tarde; y pues no está muy alejada de lo cierto.

Mi nombre es Hermes, tengo trece años, y como ya dije; voy a llegar tarde. Se preguntarán hacia dónde voy a llegar tarde; y siendo sincero, ni yo lo sé. Mamá, tras haber presenciado los platos de la cocina flotar supuestamente por mi culpa, me ha comido la cabeza con una historia diciendo que soy un supuesto mago, que asistirá a una academia de ¿magos?; y que en toda mi familia son ¿magos descendientes de discípulos de Merlín?

Al principio no le creí nada, pero al ver que papá la acompañaba mientras me lo explicaba de manera muy seria, pensé que tal vez no era tan falso todo. Y es que no me culpen, ¿cómo reaccionarían ustedes si sus padres les dijeran que son magos, o súper héroes o tal vez, semidioses griegos?, Pues a ver, no lo creerían la primera vez.

Cuando mamá mencionó que iría a una academia de magos, y que tendría que despertar temprano para no perder mi vuelo, lo tomé como una tontería; pero cuando me despertó a las 6 am solo para ir al aeropuerto, ya no supe qué pensar. Le dije que no iba a caer en su broma, que ya era suficiente; pero entonces me gritó diciendo que iba a llegar tarde, y me amenazó con quitarme mi consola de videojuegos; y al instante tuve que seguirle el juego; juego del que cada vez iba sospechando más.

Me duché, armé mis maletas, en donde traté de poner toda la ropa posible ya que mamá dijo que el viaje sería largo. Una vez ya estuve listo, papá encendió el auto, y salimos a toda velocidad hacia una estación de bus. Mamá me explicó mientras atravesábamos la ciudad que la única manera de entrar a ese aeropuerto, era a través de un bus ''mágico''. Mientras recorría la ciudad, tuve un sentimiento de que no volvería a ver esos grandes edificios y ese hermoso ambiente en bastante tiempo. Cuando llegamos a la estación, Papá estacionó el auto al lado de la acera, y nos bajamos de él, para esperar el bus.

-¿A qué hora llegará el supuesto bus? -pregunté.

-Llegará cuando en esta estación no queden personas no magas -dijo mamá en voz baja.

-¿A qué te refieres, mamá?- preguntó mi hermano pequeño. Una vez analicé lo que mamá me había dicho, supe que la pregunta de Jude -mi hermano- era más que necesaria.

Pues verán -dijo mamá- el bus solo aparecerá cuando aquí ya no haya personas normales, algunas de estas personas han de ser gente normal que viven su vida de forma convencional, pero seguramente ha de haber un mago aquí también; una vez solo queden magos aquí: el bus aparecerá.

En la estación no había más de diez personas, mi familia y yo éramos cuatro, había otra familia constituida de una señora y su hija; y se encontraban unas tres señoras de alrededor de cuarenta años, con bolsas ecológicas llenas de verduras y frutas, muy seguramente se dirigían a sus casas. Al pensar en que esas señoras podrían tardar una eternidad en irse, entendí que a menos que sean magas, el autobús nunca llegaría, y por ende, llegaría tarde de todas formas. No mucho después de pensar eso, llegó un autobús de color naranja y casi lleno de pasajeros, en el que bajaron algunos, y entraron las tres señoras, una tras otra en una fila. Sin duda me habría gustado que ese haya sido nuestro autobús mágico, era un autobús muy bien cuidado y pulcro; quitando lo lleno que estaba, habría sido un transporte mágico perfecto.

Tras treinta y cinco infernales minutos, el autobús apareció; si te dijeran que un autobús mágico te llevará a un aeropuerto mágico, pensarías que el autobús estaría pintado con arco iris, dibujos de brujas y espadachines, junto a un espacio lleno de asientos, pasajeros, un conductor elfo y que al viajar volaría a través del cielo o se teletransportaría. Pero para mi mala suerte, y mi alta imaginación: ninguna de esas cosas ocurrió. Un autobús escolar amarillento, con la pintura desgastada y sucia, junto a un parachoques oxidado y una que otra ventana quebrada; apareció justo al frente de nosotros. Decir que el autobús acaba de aparecerse por arte de magia no habría sido nada descabellado, ya que ninguno de nosotros divisó al autobús acercarse.

-Este es el autobús, Hermes -dijo mamá.

Al instante supuse que la niña junto a su madre era una maga, y que entraría al mismo autobús asqueroso que yo. Pero eso no era mi preocupación, mi único miedo en ese momento era lo horroroso que lucía ese transporte público si es que puede ser considerado público, ya que más que parecer que te llevará a un súper aeropuerto, lucía como si te llevaría a Transilvania para que Drácula succione toda tu sangre.

-Hermes, es hora de que entres al autobús y empieces tu viaje hacia Ariolos Castellum -dijo mamá.

-¿Qué?, ¿mamá no me acompañarás? -dije mientras en mi cabeza surgían infinidades de preguntas: ¿cómo sabría qué vuelo tomar?, ¿qué se suponía que era ''Aroles Canhallan'', la academia? ¿Por qué mamá no podía acompañarme?

-Me temo que no, mi niño; has de forjar tu viaje desde aquí, estoy muy segura que sabrás qué hacer y cómo llegar; es bastante difícil dejarte libre en un mundo donde no sabes cómo defenderte, pero no te preocupes, sé qué lograrás todo lo que te propongas y que tu viaje en Ariolos será de lo más increíble.

-Mamá... -dije mientras me atacaba el miedo y el pánico juntos, pero sin más que hacer me armé de valor para entrar.

-...Está bien, mamá -dije con voz temblorosa- no te defraudaré, te prometo que estaré bien, y en cuanto pueda comunicarme contigo lo haré. Adiós papá; nos vemos Jude.

-Adiós, mi amor -dijo mamá.

-Nos vemos, Campeón -dijo mi padre mientras me revolvía el cabello.

-¡BYE HERMES! -dijo Jude casi gritando, mientras corría hacia mí para abrazarme.

Justo después de que Jude me abrazara, mamá y papá se le unieron; y me dieron un abrazo cálido que sin duda extrañaría bastante una vez partiera.

-Bueno, ya es hora de irme -sugerí mientras los soltaba.

Tras esa larga despedida, sujeté mis maletas, mientras subía las escaleras; una vez me senté y coloqué mis maletas en su debido sitio, divisé a la chica de la estación, su piel blanca, sus gafas y pelo castaño brillaban bajo el intenso sol que atravesaba la única ventana limpia; supuse que su despedida no debió de haber sido tan amorosa por lo rápido que entró, o quizás ya estaba acostumbrada a esto. Decidí sentarme justo al frente de la entrada; y mientras el autobús empezaba a andar, despedí a mis familiares con un gesto de mano.
Atravesamos la ciudad, dejando atrás todo tipo de urbanismo -edificios, casas, centros comerciales- para adentrarnos en una zona llena de árboles delgados y altos, colinas desviadas y turbulentas, acantilados que llevarían a una muerte segura, etc... Para mis estándares de lo que era un autobús mágico -bajo mi criterio- aquello no era más que una chatarra andante. No flotaba o volaba, no olía a diosas, no estaba pintando con colores exuberantes y brillantes... al contrario, olía mal y seguramente, solo gracias a la supuesta magia, podía arrancar. Diría con total seguridad que si no hubiera sido por el consentimiento que mamá tuvo para hacerme entrar en ese autobús; sin duda habría pensado que me estaban secuestrando en ese mismo instante.

Por si fuera aún más raro, el asiento del conductor estaba escondido bajo una cortina de terciopelo morada con franjas amarillas, siendo imposible observar al conductor. De la misma manera, atravesar autopistas llenas de bosque y precipicios no fue lo más agraciado posible, sentía que en cualquier momento el autobús se volcaría o que algún gigante nos destruiría de una pisada, pero para nuestra suerte; nada de eso ocurrió. Luego de una hora y media de viaje, por fin pudimos entrar en territorio urbano, pero más que ser de algún pueblo o ciudad, supe al instante que era el dichoso aeropuerto mágico. Y por suerte, no acabamos en Transilvania.

Al pasar por la entrada del aeropuerto llena de rendijas de seguridad, el autobús se estacionó de una forma un tanto peculiar en el medio de otros dos camiones. Una voz muy grave y lúgubre que venía del asiento del conductor nos dijo que bajáramos nuestras cosas y que nos dirigiéramos al aeropuerto para llegar a tiempo a nuestro vuelo. Bajé del autobús, ya que no pensé dos veces la opción de poder bajarme de ese tenebroso camión. Recogí mis maletas, y junto a la chica de cabello castaño, nos bajamos para dirigirnos hacia el aeropuerto, donde iniciaría nuestra supuesta aventura extraordinaria y mágica.

Las Crónicas de Ariolos Castellum: La Fortaleza En Ruinas Donde viven las historias. Descúbrelo ahora