Capítulo 20 (Final)

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Habían pasado diez años desde la disolución de los Beatles. La vida había seguido su curso, con sus altibajos, alegrías y tristezas. John y Paul, aunque separados físicamente por el vasto océano Atlántico, mantenían una relación a distancia, alimentada por cartas, llamadas telefónicas y ocasionales visitas.

Paul había decidido quedarse en Londres, donde trabajaba incansablemente en su música y proyectos personales. John, por su parte, se había establecido en Nueva York con Yoko Ono, explorando nuevas formas de arte y activismo junto a ella. A pesar de la distancia, su amor perduraba, y ambos se sentían conectados de una manera que trascendía las fronteras físicas.

Una fría mañana de diciembre, Paul se encontraba en su estudio, trabajando en una nueva canción, cuando recibió una llamada que cambiaría su vida para siempre. Era una vieja amiga en común, su voz temblorosa y cargada de tristeza.

"Paul, tengo una noticia terrible. John ha sido... ha sido asesinado anoche en Nueva York."

El mundo de Paul se derrumbó en ese instante. Las palabras resonaban en su mente como un eco interminable. Sintió que el aire se le escapaba de los pulmones y el dolor lo golpeó como una ola implacable. Se dejó caer en una silla, incapaz de procesar lo que acababa de escuchar.

Los días siguientes fueron una nebulosa de dolor y confusión. Paul se aisló del mundo, sumido en una profunda tristeza. Las preguntas sin respuesta lo atormentaban y la pérdida de John dejaba un vacío imposible de llenar. Sus recuerdos compartidos, sus risas, sus peleas, todo volvía a su mente con una claridad dolorosa.

Finalmente, Paul decidió que necesitaba ir a Nueva York, necesitaba estar en el lugar donde John había sido arrebatado de este mundo. Sentía que solo allí podría encontrar un cierre, aunque fuera momentáneo.

Al llegar al edificio Dakota, donde John había sido asesinado, Paul se quedó parado en la acera, mirando el lugar con una mezcla de incredulidad y tristeza. El sitio estaba lleno de flores, cartas y mensajes de amor de fans desconsolados. Paul se arrodilló y dejó una rosa blanca, susurrando una despedida silenciosa.

Después de pasar un tiempo en el lugar, Paul sintió el impulso de alejarse de la ciudad, de encontrar un lugar donde pudiera estar solo con sus pensamientos. Tomó un tren hacia la costa y llegó a una playa tranquila, desierta en esa temporada.

Se sentó en la arena, mirando las olas romper contra la orilla, el sonido del mar siendo un bálsamo para su alma herida. Reflexionó sobre la vida, sobre la fragilidad de todo lo que había conocido. Pensó en los días de gloria con los Beatles, en los momentos compartidos con John, en los sueños y las esperanzas que habían tenido.

Mientras el sol comenzaba a ponerse, tiñendo el cielo de tonos anaranjados y púrpuras, Paul se preguntó en voz baja: "¿Se acabó?"

La pregunta quedó suspendida en el aire, sin respuesta. Las olas continuaban su danza eterna, indiferentes al dolor humano. Paul cerró los ojos y dejó que las lágrimas fluyeran libremente. Sabía que el camino por delante sería difícil, pero también sabía que debía encontrar la manera de seguir adelante, de honrar la memoria de John y todo lo que habían compartido.

En ese momento de soledad y reflexión, Paul encontró una pequeña chispa de esperanza. Aunque una era había terminado, la vida continuaba, y con ella, la posibilidad de nuevos comienzos. Se levantó, sintiendo el peso de la pérdida pero también la fuerza para seguir adelante, sabiendo que, de alguna manera, John siempre estaría con él, en su corazón y en su música.

Y así, en la quietud de aquella playa, Paul comenzó a caminar hacia el futuro, un paso a la vez, dejando atrás el dolor pero llevando consigo el amor y los recuerdos que nunca se desvanecerían.

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