16] Presunto final

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La enfermera terminó de cambiar los vendajes, y, antes de irse, dijo:

—Podéis quedaros todo el tiempo que queráis, la ciudad está en deuda con vosotros.

Y se fue tras regalarles una sonrisa. Adrián y Celeste se miraron.

—¿Cómo está Indra? —le preguntó Adrián.

Ella, sentada en un sillón junto a su cama, negó con la cabeza y suspiró.

—No lleva bien lo de Gabriel —dijo Celeste con resignación—. Todavía no ha salido de la cama. El tipo ese, el rubio, ha cerrado del todo su herida.

—¿El presentador de Noticias tras el Apocalipsis? —preguntó Adrián, entusiasmado.

—Sí, ese. No me digas que lo conoces.

—Gracias a él, he visto la pelea del grandullón y ese tío de las sombras. Ha sido increíble.

Celeste le regaló una sonrisa forzada.

—Bueno, ¿y que quieres hacer? —preguntó un tanto cohibida.

—¿A qué te refieres?

—Cuando te recuperes, ¿qué vas a hacer?

—Todavía no lo sé —respondió Adrián—. Pretendía quedarme unos meses. Pero depende de lo que hagas tú. —Celeste no pudo evitar sonrojarse—. ¿O quieres que nos separemos?

—No, claro que no —dijo Celeste—. A mí también me gustaría quedarme.

—¿E Indra? —preguntó Adrián—. Deberíamos ayudarle y que luego ella decida que hacer. A mí me gustaría que se uniera a nosotros, parece alguien en quien se puede confiar.

—Le he dicho algo parecido, pero a ella no parece importarle. No quiere hablar de nada.

Adrián suspiró.

—Es fuerte, seguro que sale del pozo.

—Eso esp...

De pronto, alguien abrió la puerta de la habitación, interrumpiendo a Celeste. Era una chiquilla, de no más de quince años, delgada, de piel pálida y cabello negro.

—Hola, me llamo Ana, ¿vosotros sois Adrián y Celeste?

—Sí, ¿por qué? —preguntó Celeste.

—Quería conoceros en persona. Os he visto en mis sueños.

—Tú eres la niña que acompañaba al portador de las sombras —dijo Adrián, señalándola.

—Es mi hermano. Él ha vencido al más peligroso de los tres.

—Lo he visto —confesó Adrián—. Es muy fuerte.

—Lo es, aunque ahora está recuperándose de sus heridas. Casi no lo cuenta.

—Dices que nos has visto en sueños —dijo Celeste—, ¿tú que poder tienes?

—Veo el futuro.

—¿Enserio?

—Sí, por eso estoy aquí. —Se acercó a ellos y les habló a los pies de la cama de Adrían—. Creo que deberíamos permanecer juntos. ¿Habéis oído hablar de Arda?

—¿Esa ciudad en la que solo viven portadores de alma? —preguntó Adrián.

—Sí, esa misma. Pronto vendrá un grupo a visitarnos.

—Yo pensé que era un mito —dijo Celeste.

—¿Un grupo? —preguntó Adrián.

—Llevan años reuniendo a todos los portadores de la zona —explicó Ana—. Quieren formar un ejército y eliminar a todos los humanos.

—Pensé que no éramos muchos portadores —dijo Adrián—. Ya sabes, ¿cuántas almas entran en un meteorito?

—Más de las que piensas —dijo Ana—. Este no era un meteorito normal. Ni siquiera podría considerarse un meteorito.

—¿A qué te refieres?

—Eso ahora no es importante —dijo Ana—. ¿Pensáis quedaros?

—Sí, unos meses —dijo Adrián—. ¿Por qué?

—Porque debemos llevarnos bien —contestó Ana con preocupación—. Vienen tiempos difíciles, y somos más fuertes cuando estamos unidos.

Hubo una pausa y Celeste se acercó a ella para tenderle la mano.

—Yo soy Celeste, y este es Adrián.

Adrián hizo un gesto con la mano a modo de saludo y le regaló una sonrisa.

—Menuda panda de debiluchos —dijo una voz fría y áspera. Todos buscaron su procedencia en la puerta, donde una mujer rubia y rellenita los observaba con superioridad.

—¡Tú! —exclamó Celeste—. ¿Que narices haces aquí?

—La he avisado yo —dijo Ana—. Sé que intentó matarte, pero en el fondo no es tan mala.

—¿Qué no es tan mala? —dijo Celeste, ofendida.

—Te dije que no podría funcionar —le dijo Emilia a Ana—. Ella y yo llevamos almas enfrentadas. Vivíamos en el mismo sistema planetario, y nuestros mundos luchaban en una guerra eterna.

—Te he dicho que lo he visto, ¡vale! —dijo Ana con enfado—. Vosotras intentad llevaros bien.

—¿Que mierda de consejo es ese? —preguntó Emilia.

—Uno valioso, que podría decidir el destino de todos.

Ana la miraba con tal decisión que Emilia tuvo que desviar la vista hacia Celeste.

—Cómportate y no tendrás problemas, ¿entendido? —le dijo, señalándola.

Celeste no dijo nada, se limitó a verla desaparecer en el pasillo.

—¿Intentaréis llevaros bien? —le preguntó Ana antes de irse.

—Lo intentaré —contestó Celeste de mala gana.

—Espero que así sea.

Al decir esto, Ana se fue para volver a la habitación de su hermano, dejando a sus nuevos compañeros mudos y confusos. Cruzó el pasillo y entró en su habitación. Allí, una mujer lo observaba mientras dormía.

—¿Qué narices haces tú aquí? —preguntó Ana.

Sandra se apartó de la cama, algo sorprendida por su repentina aparición.

—Solo quería saber como estaba —dijo Sandra a la defensiva.

—Sigue igual que hace una hora.

Ana se acercó a la cama y ocupó el sillón que había junto a ella.

—Se despertará, no te procupes —dijo Ana. La miró con curiosidad y dijo—: Apenas lo conoces, ¿por qué te preocupas tanto?

—La verdad es que no lo sé —dijo Sandra—. Al verlo, no me siento tan sola. Siento una especie de conexión con él, no sé por qué.

—Deberías conocer a los demás —dijo Ana—. Están aquí al lado, en la habitación 102.

—¿Los demás? —preguntó Sandra sorprendida.

—Sí, si vas a unirte a nosotros debes conocernos a todos.

—Yo no he dicho que quiera unirme a vosotros.

—¿Y qué vas a hacer? —preguntó Ana con una sonrisa. Ya sabía la respuesta, pero le dio la oportunidad igualmente.

—No lo sé —dijo con sinceridad—. Puede que me quede aquí un tiempo. Quiero estar tranquila, y este parece el lugar indicado.

—Creo que es una decisión inteligente —dijo Ana—. Nosotros haremos lo mismo.

Ambas se miraron, pero solo Ana sonrió.

Crónicas del Apocalipsis: El Despertar de las AlmasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora