𝐔𝐌𝐁𝐑𝐀𝐋 𝐃𝐄 𝐓𝐈𝐍𝐈𝐄𝐁𝐋𝐀𝐒

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En Scalbury, el Castillo Real, conocido popularmente como "El Castillo del Valor" por su larga y venerada historia monárquica, se alzaba como una fortaleza imponente

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En Scalbury, el Castillo Real, conocido popularmente como "El Castillo del Valor" por su larga y venerada historia monárquica, se alzaba como una fortaleza imponente. Sus altas torres dominaban la ciudad y sus muros, cubiertos de estandartes con el escudo real, un pegaso azul sobre fondo negro, intimidaban a todos los que se acercaban. Dentro de sus frías y oscuras paredes, el Rey Percival se encontraba en su cámara privada, leyendo una carta que había recibido esa misma mañana. La luz de las velas apenas iluminaba su rostro, pero sus ojos brillaban con una mezcla de ira y desconcierto.

La carta era de su hija, Joanne, quien había desaparecido sin dejar rastro hacía semanas. Percival había enviado a sus mejores hombres a buscarla, pero hasta ahora no había habido ninguna noticia. Ahora, en sus manos, sostenía una misiva que cambiaba todo.

"Padre, he encontrado mi propósito. No volveré hasta que hayas pagado por tus crímenes. Joanne."

El Rey Percival arrugó la carta con una furia contenida. Su mandíbula se tensó y su respiración se volvió pesada. Con un movimiento brusco, arrojó la carta al fuego, observando cómo las llamas la consumían.

—¡Lawrence! —rugió, su voz resonando por los pasillos del castillo.

El líder de los Caballeros del Alba, Lawrence, apareció rápidamente. Su armadura reflejaba la luz de las antorchas mientras se inclinaba ante el rey.

—Majestad, ¿qué os perturba?

—Convoca al consejo de inmediato. Tenemos mucho que discutir.

En cuestión de minutos, el Consejo del Rey estaba reunido en la gran sala. Las puertas se cerraron tras ellos con un estruendoso golpe, dejando a los consejeros en una penumbra opresiva. Alrededor de la mesa estaban los hombres más poderosos del reino, cada uno con su propio motivo y ambición.

Lord Edgar Bisonfur, el Consejero del Oro y Señor de Kint, fue el primero en hablar. —Majestad, ¿qué asunto requiere nuestra atención tan urgentemente?

Lord Simon Vissard, el Maestro de la Intriga y Señor de Grantrinch, miró a Percival con interés. Sus ojos pequeños y astutos no dejaban de moverse, analizando cada detalle de la sala. —Algo grave, supongo, por el tono de su voz, mi Rey.

Sir Reginald Lionar, Señor de Alcesbury, un hombre robusto y severo, se cruzó de brazos. —Estamos a vuestra disposición, mi Señor.

Lord Elias Maan, Señor de Maan, un hombre mayor con una voz suave pero penetrante, añadió: —Danos la palabra, Majestad.

Lord Clark Stonehall y Lord Cedric Westend también estaban presentes, escuchando atentamente.

El Rey Percival se levantó, su presencia imponía temor. —Mi hija ha enviado una carta. Ha encontrado un propósito, dice. No volverá hasta que haya pagado por mis crímenes.

La sala quedó en silencio por un momento. Lawrence frunció el ceño. —¿Dónde está Joanne?

Percival caminó alrededor de la mesa, sus botas resonando sobre el mármol. —No lo especifica, pero su tono desafiante no me deja dudas. Ha encontrado aliados.

Lord Edgar Bisonfur dio un paso al frente. —Majestad, sabemos de la creciente inquietud en el norte. Los rumores sobre los elfos y las rebeliones. Puede estar relacionada.

Percival se detuvo frente a Lord Simon Vissard, sus ojos clavados en los del maestro de la intriga. —¿Qué sabes de esto, Simon?

Vissard se encogió de hombros, sus manos enguantadas reposando sobre la mesa. —Poco, mi Señor. Mis espías han oído rumores, pero nada concreto. Sin embargo, puedo aseguraros que si vuestra hija está involucrada con los elfos, pronto lo sabré.

Sir Reginald Lionar apretó los puños. —Debemos actuar, Majestad. Si la princesa está en peligro o, peor aún, se ha vuelto contra nosotros, debemos aplastar cualquier rebelión antes de que crezca.

Lord Elias Maan asintió. —El norte ha sido problemático desde hace tiempo. Si hay una conexión, debemos encontrarla y cortarla de raíz.

Percival miró a cada uno de los consejeros, su expresión sombría y peligrosa. —Organizaremos una cacería. Lawrence, moviliza a los Caballeros del Alba. No dejaré que una pandilla de elfos y traidores amenace mi reino. Y si mi hija está con ellos, se enfrentará a mi justicia.

Lord Cedric Westend levantó una ceja. —¿Y si no podemos traerla de vuelta, mi Rey?

Percival sonrió, una sonrisa fría y sin alegría. —Entonces nos aseguraremos de que no haya lugar en este reino para traidores, ni siquiera para la sangre real.

El consejo asintió, comprendiendo la gravedad de la situación. Mientras se retiraban, Lawrence se acercó al rey. —Majestad, haré lo necesario.

Percival asintió. —Lo sé, Lawrence. Y si alguien duda de nuestra fuerza, asegúrate de que no vivan para contarlo.

A medida que el consejo se disolvía, la sombra de la amenaza se extendía sobre Scalbury. La determinación de Percival de mantener su control sobre el reino no conocía límites, y el desafío de Joanne solo había encendido más su ira. La guerra se acercaba, y el destino de muchos colgaba en la balanza.

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