Un deseo

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Era una hermosa noche de Diciembre en la ciudad de Musutafu… o al menos para la mayoría.

En una gran casa tradicional japonesa había una de las muy comunes discusiones familiares.

— ¡Ya basta, Natsu!.

— ¡Obligame!.

Se miraron desafiantes sin la idea de poner fin a la discusión.

Desde otra habitación, el más joven de la casa observaba atentamente y sin expresión. Estaba acostumbrado a ese tipo de convivencia en su familia. Para cualquier que viviera en esa casa no era nada nuevo.

— Maldito viejo, déjame tranquilo.

— Tú fuiste quien dio inicio a esto.

— Solo decía la verdad, ¿O vas a negar todo lo que has hecho?¿Aún serías tan sin vergüenza como para hacerlo? La verdad, no me sorprendería.

— ¡Es suficiente!¿Quién te crees para hablarme así?.

— Cualquiera, menos tu hijo.

— En tal casó, no entiendo qué sigues haciendo aquí.

— ¿Sabes qué? Al fin podemos estar de acuerdo en algo. Ni yo se por qué no me he largado de esta casa. Pero no te preocupes, ahora mismo me voy.

— No irás a ningún lado.

— ¡¿Qué es lo que quieres entonces?!.

— ¡¡¡Ya!!! – hablo por primera vez la mujer – ¡Es suficiente!¿Se pueden callar, los dos? – Los tres hombres estaban atónitos. Era la primera vez que Fuyumi perdía los estribos. – ¿Tan difícil les es verse a la cara sin querer matarse? – Dio un gran suspiro y pareció calmarse, pero al contrario empezó a tomarse del pelo con desesperación. Luego corrió en dirección a las escaleras pasando junto de Shoto, que no salía de su asombro a pesar de no demostrarlo.

— ¡Fuyumi, espera! – Grito Natsu con notable preocupación. Miro las escaleras y luego a su padre. – Esto aún no acaba, pero tengo algo más importante que hacer.

Fuyumi llegó a su habitación y se encerró. Tomo un gran peluche en forma de serpiente que siempre mantenía en su habitación y lo abrazo con fuerza. Se recargo en la puerta y comenzó a deslizarse hasta estar en el piso, para empezar a llorar.

— ¿Por qué?¿Por qué?¿Por qué?. ¡Ah!¡No lo soporto!¿Qué se supone que haga?. No puedo más con todo esto. Como quisiera que estuvieras aquí, Toya.

El peliblanco corrió tras su hermana hasta llegar a la habitación de esta. Se acercó a la puerta y escucho leves sollozos. Tomó aire y dio leves toquidos a la puerta.

— Fuyumi, soy Natsu. ¿Puedo pasar? – No obtuvo respuesta – Sé que estás ahí.

— Vete, quiero estar sola. – Dijo del otro lado de la puerta.

Sus rodillas estaban mojadas por sus lágrimas y sus gafas empañadas le impedían una clara visión. Tenía la voz entrecortada y la cabellera desarreglada.

— Por favor, quiero hablar contigo.

— Pues que mal, porque yo no. Déjame en paz.

— Si no me dejas pasar, pasaré de todos modos. – puso su mano en la puerta para deslizarla, pero se detuvo al escuchar a su hermana.

— ¿No puedes comprender que no quiero ver a nadie? Ahora lo que necesito es estar sola.

— No es necesario que me veas, solo escúchame.

— ¡No, tú escúchame! No quiero escucharte. No quiero verte. No quiero que estés aquí. Así de simple. Ya arruinaron bastante mi vida, y no soporto más sus discusiones sin sentido y que salen de la nada. No eres el único que ha sufrido. Yo también extraño a mamá y a Toya. Sé que el mayor culpable de esto es papá, pero jamás se lo reclamo como si eso fuera a cambiar mágicamente todo. ¿Te has puesto a pensar lo difícil que es estar sonriendo aunque estés roto por dentro?¿Mantenerse firme ante cosas que solo te dañan, pero que por alguna razón quieres mantener?. Amo a cada uno de los miembros de esta familia aunque son quienes más sufrimiento me aún causado. Necesito un respiro, por eso te pido que me dejes sola.

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