Chiara Oliver:
Los seres humanos somos complicados. Sí, no es nada nuevo porque a estas alturas todos hemos comprendido que es así. El problema es que, yo, un ser humano promedio, sigue teniendo esperanzas de comprensión en aquellos otros seres humanos que la rodean.
Sé que no es fácil tratar con uno mismo, mucho menos con el resto, pero también sé que desaparecer de la noche a la mañana es algo que nadie debería tolerar. ¿Por qué tengo que ser yo la excepción? Ah, sí, porque un estúpido contrato me mantiene unida a la persona a la que me refiero. La misma mujer que desapareció antes de que el sol saliera y no ha vuelto a dar señales de vida durante días. ¡Días! Eso fue el sábado y hoy estamos a miércoles, ¿cómo se supone que tengo que tomarlo?
Violeta no responde a mis llamadas. No entra en mis mensajes. Ni siquiera fue capaz de recibirme cuando el lunes traté de ir a su oficina, y sé que estaba ahí por más que su secretaria insistiese en que había acudido a una reunión muy importante.
Hasta donde yo recuerdo todo lo que ocurrió esa noche fue mutuo, desde las caricias en la discoteca hasta la charla en el sofá de mi habitación. Ella nunca dijo que no a nada, sin importar que tampoco dijera que sí. Fluyó conmigo y siguió el transcurso de las cosas. Quizás por eso no entiendo que se haya distanciado sin dar ningún tipo de explicación.
El estudio está casi a oscuras porque, en un momento completamente irracional, mi cerebro ha decidido despertar a la misma hora en la que ella siempre lo hace y ya no he podido volver a dormir. Otra parte irracional ha decidido que vestirse e ir al trabajo antes de tiempo también podía ser una idea increíble para avanzar con la canción que tengo entre manos, pero lo único que soy capaz de hacer es dar sorbos al café mientras golpeo la libreta con el bolígrafo, sintiendo que todas las letras han perdido el sentido. No hay frases en mi cabeza. Estoy vacía.
La puerta se abre con firmeza, sobresaltándome, porque aún queda una hora para que David, el productor con el que he estado trabajando esta semana, aparezca. En su lugar, una granadina de pelo corto y traje de dos piezas hace aparición, pero por la forma que tiene de clavar sus ojos en mí, tengo claro que no es la misma mujer que acarició mi pelo hasta que el sueño me venciera. Después de todos estos días estoy a punto de escuchar aquella voz hecha de todas las palabras escritas.
—¿Qué haces tan temprano en la discográfica? —es lo primero que pregunta después de cuatro días, y no soy una persona propensa al enfado, pero la irritación me carcome por dentro— Olvídalo, no tengo tiempo para hablar de estas cosas cuando hay una reunión que debo preparar, ¿tú tienes cinco minutos, Chiara? No creo que vaya a llevarme mucho más tiempo.
No puedo hacer otra cosa que abrir ligeramente los labios y juntar las cejas, sobrepasada por la confusión de todas las palabras carentes de sentido que ha dicho en cuestión de segundos. Y es que prefiero pensar que no tiene ninguna clase de sentido antes de aceptar que está siendo una auténtica imbécil, casi tanto como aquella vez donde nos conocimos o donde nos reencontramos.
¿La máscara o la verdad? Absolutamente la máscara.
—No, fíjate que no tengo cinco minutos para ti ahora mismo ni en lo que resta de día, así que estás invitada a salir por esa puerta con la misma elegancia con la que has entrado y perderte de mi vista. —Mi tono es tan borde como lo ha sido el suyo, pero es que lo incremento al ignorar su presencia y volver a centrar toda mi atención en la libreta vacía que descansa delante de mí.
—Chiara, no es hora de que te comportes como una inmadura, es importante.
—¿Inmadura yo? —me río secamente, resintiéndome a mirarla— No eres la más apropiada para hablar de madurez cuando careces de ella.