Chiara Oliver:
El timbre retumba en todo mi apartamento de manera insistente, amenazando con taladrarme el cerebro si no acelero mis pasos para abrir a quién sea la persona que esté el otro lado. Y una cosa tengo clara, no importa de quién se trate porque pienso enterrarla con la mirada hasta hacerla picadillo delante de mí. ¡Son las 7.30 a.m! ¿Qué persona en su sano juicio viene a visitar a alguien a esta hora? La única explicación posible es que se trate de algo serio, que también es el único motivo por el que estoy poniéndome algo de ropa mientras corro descalza por el pasillo para llegar lo antes posible.
Abro la puerta con toda la rapidez el mundo, sin esperar encontrar precisamente a esa persona al otro lado.
—¿Violeta? —entrecierro los ojos en una mirada de sorpresa y recriminación— ¿Qué haces aquí a esta hora? ¿Qué ha pasado? ¿Está todo bien?
—Sí, ¿por qué tendría que haber pasado algo? —se encoge de hombros, impasible ante mi confusión momentánea.
—No sé, a lo mejor porque esta no es la hora normal para una visita. —Vuelve a encogerse de hombros, mirando la punta de sus uñas con total desinterés.
Quizás me considere una buena persona la mayor parte del tiempo, pero lo que no tengo es un agradable despertar, y mucho menos sin alguna razón aparente. Cierro los ojos e inspiro por la nariz, empezando una cuenta atrás para intentar controlar las ganas de gritarle en la cara, después suelto el aire por la boca de manera ruidosa.
—¿Has terminado con esta clase de meditación improvisada? Porque estaría bien recibir un poco de hospitalidad por tu parte y que me invites a entrar —sus ojos vuelven a estar clavados en mí—. Hay cosas que no discutimos ayer. La situación no fue la adecuada y actúe de la forma menos profesional posible.
—¿Menos profesional? —hago un ruido con la boca y vuelvo a inspirar— Tampoco es como si nos hubiésemos pedido unas pizzas y sentado a ver "Mujeres desesperadas", no sé.
—Chiara... déjame entrar, por favor. —Es amable, pero suena a una orden. Estoy segura de que en su vida normal está acostumbrada a mandar y que todos acaten sus órdenes.
Aún así, me hago a un lado, abriendo por completo la puerta para invitarla a mi humilde morada. Es entonces cuando soy consciente de algo que jamás me ha ocurrido hasta el momento, y es el instante de vergüenza al darme cuenta de que mi apartamento en comparación con el de Violeta es una auténtica caja de zapatos en la que va a sentirse bastante incómoda.
Sí, es bonita, está cuidada y lo suficientemente ordenada para tratarse de mí, pero es pequeña. Cocina, baño, habitación y salón con un pequeño balcón. Lo suficiente para vivir, pero lo insuficiente para alguien cuya entrada es del tamaño de todo lo que he mencionado anteriormente.
Cierro la puerta lentamente, sin apartar la vista de cómo Violeta recorre el salón con la mirada, curiosa por todo. No parece nada asustada por encontrarse ahí, simplemente eso, curiosa. Aunque prefiero que deje de mirar todo como si quisiera encontrar algún cadáver.
—¿Quieres que me quite el calzado? —le pregunta con un deje de timidez que aligera el peso sobre mis hombros.
—No hace falta. Algunas somos personas normales —bromeo, pasando por su lado y yendo directamente a la cocina, que conecta con el salón—. ¿Quieres algo? Seguramente no hayas desayunado, dada la hora que es, y no es que tenga demasiado porque no me has avisado de qué ibas a venir como cualquier persona normal, pero...
—Tranquila, no desayuno nunca, y no pienso quedarme demasiado tiempo.
—¿No desayunas? —la miro de nuevo con el ceño fruncido.