Chiara Oliver:
El último recuerdo que tengo de esta oficina es algo que no ha salido de mi cabeza durante la última semana y media. Aunque si soy sincera... un momento, ¿hay decoración nueva? Sé de memoria mucho de los objetos sobre la mesa de Violeta, pero podría jurar que la pequeña maceta de la planta artificial era de otro color, ¿no?
Frunzo el ceño, moviendo mis ojos de izquierda a derecha queriendo ser disimulada al no girar la cabeza. Sí, hay cosas nuevas.
—Has... estado renovando todo esto, ¿no? —pregunto con un poco de curiosidad.
—¿Qué? —Violeta se intenta apoyar en el escritorio con una sonrisa, pero calcula mal la distancia y coloca la mano sobre el aire. El gesto de torpeza me hace querer reír, pero me contengo— No, no, todo está... ¿por qué lo preguntas? Todo bien.
—No sé, me da la sensación de que hay cosas diferentes. —Me encojo de hombros.
—Solo... hubo... nada importante, pequeños detalles sin importancia.
—Ajam. —Asiento lentamente, entrecerrando los ojos.
Vuelvo a deslizar mis ojos por la habitación en busca de cosas que pueden haber cambiado, pero el carraspeo de la que hasta ahora es mi esposa me devuelve al presente. No he venido aquí para comprobar el mobiliario de oficina, sino para dejar claro a Violeta que tenemos que romper el único lazo que nos une.
Quizás sea la decisión más dura que he tomado después de romper con ella, pero vivir como una pareja casada no es la mejor opción para olvidarla. Porque quiero olvidarla... ¿verdad? Sí, claro que sí. Incluso ahora, viendo como sonríe con dulzura y ese hoyuelo me lleva a querer hundir el dedo en él. A Violeta solía molestarle el gesto, pero en el fondo creo que encontraba un placer culposo en conocer mi obsesión por ese punto en concreto. Un acto de niña pequeña, pero da igual.
—Bueno, has dicho que... tú... quieres hablar de...
—De nuestro matrimonio, sí —jamás la he visto tan nerviosa. Es como si los papeles se hubiesen invertido y ahora la persona con problemas para comunicarse sea ella—. ¿Quieres que nos sentemos?
—¿Quieres sentarte? —levanta las cejas, sorprendida. Hacer que tome asiento detrás de su escritorio para yo colocarme delante solo evidenciará que vamos a hablar de algo que estuvo relacionado con el contrato. Eso se supone que es lo que tenemos que hacer, por muy frío que parezca.
—Estaría bien tratar esto como lo que fue en un comienzo —suspiro, evitando su mirada o como la sonrisa le desaparece con lentitud—. Creo que será más fácil para las dos...
—Habla por ti —suspira ella, resignada a tener que sentarse en el lugar que le corresponde. Acata mi súplica sin decir una palabra, pero no puedo evitar analizarla mientras lo hace. ¿Está más delgada? Parece un poco más delgada que la última vez que la vi... ¿estará comiendo bien? Tiene que desayunar y estoy segura de que no ha desayunado—. Opino que quizás sería mejor hablar de ello como dos personas y no como un negocio que ha resultado ser lo más real de nuestras vidas.
—¿Has desayunado? —ignoro por completo su comentario mordaz, preocupada por la idea de que haya perdido viejos hábitos— Estás un poco...
—No, no he tenido tiempo para desayunar esta mañana —reconoce, carraspeando y echando la espalda hacia detrás para apartar la mirada—. Después tomaré un café o le diré a Sofía que me traiga un tentempié.
—Espera...
Tomo asiento donde me corresponde para rebuscar en mi bolso, sabiendo que siempre llevo conmigo algo que comer para la media mañana. Una pequeña sonrisa adorna mis labios cuando encuentro la barrita de proteínas que robé a Martin hace dos días, por lo que la saco y la extiendo por encima del escritorio con la mayor felicidad.