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Los días habían pasado tan rápido como un parpadeo; la rutina dentro de la cabina 36 era agonizante. Aunque Dmitri se encontraba a mi lado, las conversaciones a menudo eran tan cortas.

—Cabina 36, por favor asistan al chequeo médico rutinario —la bocina de la cabina rompió el silencio.

Me levanté dispuesta a cooperar cuando Dmitri me tomó del brazo.

—¿Podemos no ir? —cuestionó como un niño pequeño.

—Por lástima es necesario —respondí mirándolo tiernamente.

—En verdad, no tengo ganas de ir. Me duelen los brazos por tanta sangre que me sacan. A ti debe dolerte la barriga, es irónico que diario nos chequeen médicos diferentes y el resultado sea el mismo —murmuró cruzando los brazos y frunciendo el ceño.

—Solo son médicos que rogan sus puestos. Además, con este aire tan malo, es necesario saber si estamos aptos para cumplir con esta misión.

—Cabina 36, por favor, a la sala médica —repitió la bocina.

Estiré mi mano esperando que Dmitri me siguiera cuando la puerta se abrió y un guardia me tomó bruscamente.

—¡Suéltala! —gritó Dmitri.

—Son órdenes, los están esperando, niño —contestó el guardia.

—Iremos solo si la sueltas —contestó enojado mientras otro guardia entraba llevándome a rastras.

En algún punto, Dmitri perdió la calma. Cuando caminaba por el pasillo pude ver cómo otros guardias corrían; incluso mi custodio corrió hacia nuestra cabina. Suspiré mientras negaba con la cabeza. Todos miraban atentos.

Caminé rumbo a la cabina para tratar de hablar con Dmitri cuando un guardia me aventó, cayendo al suelo metálico. Dmitri, viendo la escena, explotó de furia.

—¡Eso es inaceptable! —gritó, arremetiendo contra el guardia que me había empujado.

El guardia respondió, pero Dmitri esquivó el golpe, lanzándose sobre él con una fuerza inesperada. Dos guardias más se apresuraron a intervenir, separando a Dmitri y empujándolo contra la pared. La lucha fue intensa; Dmitri no se rendía fácilmente, y cada vez que intentaba levantarse, los guardias lo derribaban de nuevo.

—¡Déjenlo en paz! —grité desesperada, sintiendo la impotencia apoderarse de mí.

Uno de los guardias me ignoró y dio un puñetazo a Dmitri, dejándolo tambaleándose. La rabia y la desesperación en los ojos de Dmitri eran evidentes mientras trataba de defenderme. Finalmente, uno de los guardias le puso un arma en la cabeza.

—¡Basta! —dijo el guardia con frialdad—. Cumplan las órdenes y nadie saldrá lastimado.

Dmitri, respirando con dificultad, bajó la mirada, resignado. Yo me levanté del suelo, sintiendo una mezcla de dolor y tristeza. La tensión en el aire era palpable mientras nos llevaban a la sala médica, ambos conscientes de la fragilidad de nuestra situación y del peligro que nos rodeaba.

Limpie los golpes de Dmitri, ambos estábamos en completo silencio.

—Duele —dijo él, quitándose por instinto.

—No tenías que hacerlo —contesté, dando inicio a la charla que quería evitar.

—Lo sé, lo siento —dijo.

—Fue muy amable de tu parte, pero no debes ponerte en riesgo por algo tan pequeño —reproché, sentándome a su lado.

—No eres algo pequeño —contestó, sus mejillas tornándose visiblemente rojas.

Negué con la cabeza mientras seguía limpiando las heridas que le habían dejado los guardias. Después de un momento de silencio incómodo, decidí romper el hielo.

—¿Sabes? Puedo enseñarte algunos movimientos para la próxima vez que decidas pelear con tres guardias a la vez —bromeé, tratando de aliviar la tensión.

Dmitri soltó una risa suave, aunque se notaba que todavía estaba tenso.

—Sí, seguro. Definitivamente necesito más práctica en eso —respondió con una sonrisa.

—Pero en serio, Dmitri. Estoy preocupada por ti. Eso pudo haber terminado mucho peor. No debes arriesgarte de esa manera —le dije con seriedad, mirándolo a los ojos.

Dmitri asintió, la sonrisa desvaneciéndose de su rostro.

—Lo sé, Anastasia. A veces pierdo la cabeza y actúo impulsivamente. No quiero que te pase nada malo por mi culpa —dijo, con un tono de arrepentimiento en su voz.

—Estamos juntos en esto, Dmitri. Necesitamos cuidarnos mutuamente —respondí sinceramente, terminando de limpiar las últimas heridas.

Dmitri tomó mi mano con suavidad, agradecido por mis cuidados.

—Gracias por estar siempre aquí, Anastasia. Eres lo único bueno que tengo en este lugar —dijo, mirándome con gratitud.

Una sombra de preocupación cruzó mi rostro mientras reflexionaba sobre nuestras circunstancias.

—Prométeme que no harás algo así de nuevo, Dmitri. No quiero perderte por una locura impulsiva —le pedí, apretando su mano con firmeza.

Dmitri me miró con determinación y asintió solemnemente.

—Te lo prometo, Anastasia. No pondré en riesgo nuestra seguridad de nuevo —dijo, con convicción en sus palabras.

Ambos nos quedamos en silencio por un momento, absorbidos por la gravedad de lo ocurrido. Aunque intentábamos restarle importancia con bromas, sabíamos que cada acción tenía consecuencias, algunas más serias que otras.

sombra estelar ✓ [Un Viaje Por Las Estrellas. Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora