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La calma parecía una ilusión que, a medida que pasaba el tiempo, se volvía tenebrosa e inundaba con una sensación de terror. Dmitri dormía tranquilo, su pecho desnudo iluminado por la tenue luz que entraba en la cabina. Tomé un poco de café y miré por la ventana. Las luces de emergencia parpadeaban de vez en cuando y los altavoces solían anunciar que se trataba de simulaciones a las que teníamos que adaptarnos. Los exámenes médicos habían disminuido con el tiempo, como si las precauciones ya no fueran necesarias o se hubieran rendido a la desesperanza.

—Estamos perdidos —murmuré mientras una lágrima caía por mi mejilla.

El suspiro de Dmitri interrumpió el silencio y los pensamientos dejaron de eclosionar como una galaxia. Sentir su presencia me reconfortaba, disipando cada uno de mis miedos y, sin quererlo, me hacía sentir segura en la vastedad del universo.

—Anastasia... —susurró Dmitri, despertando lentamente—. ¿Qué sucede?

—Nada, solo... no podía dormir —respondí, tratando de sonar tranquila.

—Te conozco mejor que eso. —Se incorporó y me miró a los ojos, sus heterocromáticos orbes reflejando la luz tenue—. ¿Qué te preocupa?

—Es esta nave, esta misión... —Suspiré, sintiendo el peso de mis palabras—. Siento que estamos en un camino sin retorno, como si el universo se estuviera cerrando sobre nosotros.

Dmitri tomó mi mano y la apretó suavemente.

—No estamos solos, nena. Tenemos el uno al otro. Y mientras estemos juntos, encontraremos una manera de salir adelante.

A través del vidrio de la ventana, los destellos de las estrellas lejanas parecían parpadear con un ritmo propio, como si estuvieran tratando de comunicarse conmigo. El espacio exterior, con su inmensidad insondable, me hacía sentir pequeña e insignificante, pero a la vez, la mano de Dmitri, que en algún momento tomó la mía mientras dormía, me recordaba que no estaba sola.

—A veces pienso en la Tierra —dije, mirando fijamente las estrellas—. En lo que dejamos atrás. ¿Crees que alguna vez volveremos?

—No lo sé —respondió Dmitri sinceramente—. Pero debemos tener esperanza. Es lo único que nos queda.

El zumbido sordo de los sistemas de la nave proporcionaba un telón de fondo constante, una especie de mantra mecánico que intentaba imponer una normalidad que yo sabía falsa. Cada alerta de emergencia, cada simulacro, aumentaba mi ansiedad, y la soledad en medio de tantos compañeros de viaje resultaba aplastante. El aislamiento en el espacio hacía que cada pequeño detalle se magnificara, y el miedo se alimentaba de nuestra incertidumbre.

—Hablé con el Dr. Levine hoy —comentó Dmitri—. Dice que están trabajando en una nueva estrategia para encontrar un planeta habitable más rápido.

—¿Y qué opina Levine de nuestras probabilidades? —pregunté con un toque de sarcasmo.

—Dice que tenemos una oportunidad, pero que necesitamos mantenernos fuertes y unidos. —Dmitri me miró con determinación—. Y eso es lo que haremos.

Me acerqué a Dmitri, buscando consuelo en su calor. Sentí su respiración tranquila, rítmica, y supe que debía mantener la calma, al menos por él. Le di un suave beso en la frente y me recosté a su lado, dejando que el cansancio me arrastrara a un sueño inquieto. Sabía que pronto tendríamos que enfrentar una realidad a la que ya no podríamos escapar.

La nave, con su estructura de metal frío y cables expuestos, parecía un gigante dormido, indiferente a nuestros temores y angustias. El ritmo monótono de las máquinas era un recordatorio constante de nuestra frágil existencia en este vacío inmenso. Mis pensamientos vagaban entre recuerdos de la Tierra y las promesas que nos hicieron al embarcarnos en esta misión. Nos dijeron que seríamos los pioneros de una nueva era, los valientes que encontrarían un hogar entre las estrellas. Ahora, esas promesas parecían tan lejanas y vacías como las propias estrellas.

—¿Recuerdas las historias que nos contaban sobre las primeras misiones espaciales? —pregunté, tratando de romper el silencio.

—Sí, aquellos héroes que se atrevieron a soñar —respondió Dmitri—. Estamos siguiendo sus pasos, nena. Y algún día, contarán nuestras historias también.

Me aferré a Dmitri, sintiendo el latido de su corazón contra mi mejilla. Su amor era mi ancla, la única cosa que me mantenía cuerda en medio del caos. Cerré los ojos, tratando de encontrar consuelo en su cercanía, y dejé que el suave vaivén de su respiración me arrullara. Sabía que mientras estuviéramos juntos, habría esperanza. Pero también sabía que el tiempo no estaba de nuestro lado, y que cada día que pasaba nos acercaba más a un destino incierto.

—No importa lo que pase —murmuré, apenas consciente de que estaba hablando—. Siempre estaré contigo.

—Y yo contigo —respondió Dmitri, su voz suave y reconfortante—. Hasta el final de los tiempos.

En medio de la oscuridad y el silencio, me prometí a mí misma que lucharía por nuestra supervivencia, que no dejaría que el miedo me venciera. Teníamos que encontrar una manera de seguir adelante, de cumplir con nuestra misión y de descubrir un nuevo hogar. La vastedad del universo era imponente, pero también estaba llena de posibilidades. Y mientras tuviera a Dmitri a mi lado, sabía que no enfrentaría esos desafíos sola.

sombra estelar ✓ [Un Viaje Por Las Estrellas. Libro 1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora