VIII

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Calin, Reino de Alerion, 1 semana y media de trayecto para llegar a la ciudad de Ka'an

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Calin, Reino de Alerion, 1 semana y media de trayecto para llegar a la ciudad de Ka'an.

La música se podía escuchar en cada esquina de aquel castillo impotente, las notas rebotaban en las piedras y hacía bailar a las antorchas que iluminaban cada pasillo. Ninguna hacía el más minimo cambio a la temperatura, el Reino de Alerion era reconocido por sus bajas temperaturas en casi todo el año y su abasto en la pesca tenía al reino sin ninguna preocupación.

La flauta le seguía a compas con el laúd, la banda tocaba y tocaba a petición de mi madre en todas las mañanas. Con mi pie sigo el ritmo de la pieza, haciendo que el tacón emitiera un click en la brillosa loseta. Todo se reflejaba tenuemente en aquella superficie, con las estrictas reglas del tener el Imperio impecable; no verías ninguna mancha en cualquier parte. Tarareando con la melodía en el aire, las sirvientas tocaron a la puerta y mis aposentos se convirtieron en un desfile. Mujer tras mujer, entraban con cosas especificas en mano, la mujer de la recamara, la criada para el baño, la sirvienta para el maquillaje y peinado, una mujer para cada cosa. Había una variedad, mayores y jóvenes. Finalmente la puerta cerró con la jefa de todas, Morgana. La institutriz posó aquellos ojos marrones sobre mi, llevando un escalofrío a mi centro.

— Princesa— hizo una reverencia— Buen día, se le solicita que esté lista, el Emperador se encuentra ya en el gran salón.

— ¿Está la Emperadora con él?

— Me temo que su majestad no podrá presentarse al desayuno, se reportó enferma esta mañana, pero le aseguro que los mejores curanderos ya se encuentran en sus aposentos— aquella voz llena de severidad no me daba lo que quería.

El agua apenas si alcanzaba una temperatura tibia en la rígida tina, arrugué la nariz al pequeño dolor del constante tallo del pedazo de tela en mi piel— ¿Lo puedo hacer yo? — la piel brotaba en negrura, podía ver como mis venas resaltaban con el aumento de mi condición— Discúlpeme s-su maje-majes...tad.

Mi mirada viajó a la joven que miraba apenada hacía sus pies,la voz se le quebraba con cada ves que sus manos apretaban los costados de su falda, podía ver sus manos llenas de cicatrices, viejas y recientes. Unos 5 años mayor que yo y aun así me temía, o más bien las consecuencias. Morgana apareció con toallas suaves, sus cejas se fruncieron al ver el brote pulsando sobre mi piel pálida, y juré que pude ver humo salir de las orejas largas y puntiagudas de la vieja.

— Déjalo pasar Morgana, hoy amanecí sensible a todo— tiré de mi pie izquierdo de otra sirvienta sumergiéndolo bajo el agua— Pueden retirarse, yo lo haré por esta ves... — miradas se encontraron en confusión— ¡Pueden retirarse! — grite, arrebatando el pedazo de tela a la sirvienta, las mujeres salieron disparadas del baño, dejando a Morgana con brazos cruzados.

Volviendo la mirada a ella, tomé cada cambio en su rostro desde que la conocí. Las mejillas seguían rudas y arriba, cada pliegue y arruga se le notaba, pero nada de su firmeza se iba, su nariz erguida le hacía un cambio tremendo junto a sus ojos oscuros, aquellos labios pequeños que podían comandar miles de ordenes sin cansarse, se torcían en conjunto a su sentir.

Palabras del PasadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora