Escena Extra II.

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Bella.

"¿Esto es realmente necesario?"

Me sentí tranquila al escuchar la voz de Dione en mi cabeza.

"No creo soportarlo más, al menos antes como humana solo lo escuchaba si me lo decía directamente, pero ahora"

La vi sonreír divertida, después se encogió de hombros y acomodo a Renesmee en sus brazos.

Intenté mantener una fachada de despreocupación cuando puse también mi codo sobre la piedra.

—Vale, Emmett. Si gano, no volverás a hablar de mi vida sexual con nadie, ni siquiera con Rose. Ninguna alusión, ni indirectas, ni nada.

Entrecerró los ojos.

—Trato hecho, pero si gano yo, las cosas se te van a poner bastante peor.

Oyó cómo de repente se detenía mi respiración y sonrió con verdadera maldad.

—¿Te vas a echar para atrás tan fácilmente, hermanita?— me provocó —No hay mucho de salvaje en ti, ¿eh? Te apuesto a que no le habéis hecho a esa cabaña ni un arañazo —se echó a reír —¿No te ha contado Edward cuántas casas echamos abajo Rose y yo?

Apreté los dientes y agarré su mano gigantesca.

—Una, dos...

—Tres —gruñó y empujó contra mi mano.

No ocurrió nada.

Oh, bueno podía sentir la presión que estaba ejerciendo. Mi nuevo cerebro parecía bastante bueno en toda clase de cálculos (Dione me habia estado ayudando a estudiar, bien, realmente era buena maestra), de modo que era capaz de decir con toda claridad que si no hubiera encontrado algún tipo de resistencia, su mano se habría empotrado contra la roca sin ninguna dificultad. La presión se incrementó y me pregunté al azar si un camión de cemento que estaba a sesenta kilómetros por hora en una cuesta en pendiente podría haber tenido la misma fuerza. ¿Y si fueran setenta y cinco? ¿Y ochenta? Probablemente era más.

Pero no lo suficiente para moverme. Su mano empujaba la mía con una fuerza demoledora, pero no me resultaba nada desagradable. De una manera extraña, incluso me sentía bien.

Había tenido tanto cuidado con todo desde la última vez que me desperté, intentando con tanto interés no romper nada, que esto era un raro alivio para mis músculos, el permitir que la fuerza fluyera con naturalidad en vez de estar reteniendo todo el tiempo.

Emmett gruñó, se le arrugó la frente y todo su cuerpo se tensó en una línea rígida contra el obstáculo de mi mano inmóvil. Le dejé sudar, en sentido figurado, durante un momento mientras disfrutaba de aquella fuerza enloquecida que corría por mi brazo.

Fue cuestión de unos cuantos segundos, hasta que me aburrí un poco. Entonces flexione el brazo y Emmett perdió unos centímetros.

Me eché a reír.

El rugió entre dientes.

—Sólo se trata de que mantengas la boca cerrada —le recordé y entonces aplasté su mano contra la roca.

Un crujido ensordecedor lanzó su eco entre los árboles.

La roca se estremeció y un trozo, aproximadamente de un octavo de su masa, se desprendió a lo largo de una invisible línea de fractura y cayó con gran ruido contra el suelo. De hecho, cayó sobre el pie de Emmett y yo me reí para mis adentros.

También escuché las risas sofocadas de Edward y Jacob. Y las risas escandalosas de Dione y Paul, por que si, todos estaban reunidos para ver que ocurria, incluso hubo apuestas.

Emmett pateó los trozos de roca hacia el río, que partieron en dos un joven arce antes de caer con un golpe sordo contra la base de un gran abeto, donde rebotaron y fueron a parar a otro árbol.

—Quiero la revancha mañana.

—No va a desaparecer tan rápido— le dije —Quizá sería mejor que te diera un mes.

Emmett rugió, mostrando los dientes.

—Mañana.

—Eh, eh, lo que te haga feliz, hermano.

Cuando se volvió para marcharse a grandes zancadas, Emmett golpeó el granito, produciendo una gran avalancha de fragmentos y polvo. Fue una especie de rabieta infantil.

Fascinada por la prueba innegable de que era más fuerte que el vampiro más fuerte que había conocido en mi vida, coloqué la mano con los dedos bien extendidos contra la roca.

Entonces apreté los dedos lentamente, aplastando más que excavando y la consistencia me recordó a la del queso duro. Terminé con un montón de grava en las manos.

—Genial —mascullé.

Con una sonrisa ensanchándose en mi rostro, giré en una vuelta repentina y le di un golpe de kárate a la roca con el borde de la mano. La piedra chirrió, y crujió y con una gran humareda de polvo, se partió en dos.

Empecé a reírme.

No presté atención a las otras risitas que se oían a mis espaldas cuando golpeé y pateé el resto de la gran roca hasta que la reduje a fragmentos. Me lo estaba pasando genial, sin dejar de reírme todo el rato. No fue hasta que escuché la última risita, como un repique muy agudo de campanitas, cuando dejé mi juego de tontos.

—¿Acaba de reírse?

Casi todo el mundo se había quedado contemplando a Renesmee con la misma mirada estupefacta que debía de haber en mi rostro, a excepción de Dione que la miraba con ternura

—Sí —dijo Edward con voz ahogada.

Renesmee puso mala cara y tocó el rostro de Dione

—¿Qué ocurre? —pregunté al ver la sonrisa de Dione —¿Qué quiere?

—Menos dignidad —me dijo divertida.

—Se lo ha pasado, por menos, tan bien como yo viendo cómo disfrutabas —afirmó Edward con una gran sonrisa

—¿Es que tengo un aspecto divertido? —le pregunté a Renesmee, apresurándome en su dirección y tendiéndole mis brazos del mismo modo que ella los tendía hacia mí. La saqué de los brazos de Dione y le ofrecí el trozo de roca que tenía en la mano.

—¿Quieres probar tú?

Ella sonrió con aquella reluciente sonrisa suya y cogió la piedra con las dos manos. Apretó y se formó una pequeña arruga entre sus cejas mientras se concentraba.

Se escuchó un pequeño sonido, como un chirrido y vimos un poco de polvo. Ella puso mala cara y me devolvió el trozo.

—Yo lo haré —le dije, y aplasté la piedra hasta reducirla a polvo.

Ella palmoteo y rió, y ese sonido delicioso hizo que todos nos uniéramos a ella.

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