Capítulo 12

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Tendría que haber sabido que volverías a caer al agua. Siempre tuviste esa expresión de perdida... Como si no pudieras hacer otra cosa que naufragar.

Decía una voz de hombre, muy grave. Akona no podía abrir los ojos pero lo escuchaba con una claridad imposible.

Como si nada de lo que sos sirviera para encontrar tu rumbo. Debe ser culpa mía por haber caído también. Pero creo que vas a entender. A su tiempo. Todo a su tiempo.

Los hermanos abrazaron a Akona toda la noche, dándole calor, bañándola de conjuros de protección. Podían cuidar su cuerpo, no así su mente...

La luz del alba fue un resplandor carente de todo color pero de todos modos se las arregló para despertar a Akona. Sentía el cuerpo denso y húmedo. Con lentitud abrió los ojos para descubrirse en una maraña de brazos, piernas y tela. Mavro y Foss estaban sobre ella, completamente dormidos todavía. El calor de la vergüenza se formó en su vientre. Eso era... nuevo.

Con cuidado se deslizó fuera del saco, lejos del agarre pesado de los hermanos. El fuego ardía todavía cerca de ellos. Akona frunció el ceño. ¿No debería estar apagado ya?, pensó.

El bosque vibraba a su alrededor. Lo sentía en el espacio entre la carne y los huesos, como una onda que viajaba hasta ella con un curioso efecto.

Los recuerdos de su sueño se formaron en su mente al tiempo que le parecía volver a escuchar la voz del hombre viniendo de entre los árboles que bordeaban el otro extremo de claro. El pecho se le había convertido en piedra porque eso era imposible... O acaso no lo era.

Estaba descalza, pero eso no la detuvo. Se acercó con pasos dubitativos a lo que parecía ser el origen de la voz y siguió el eco que dejaba a su paso. Unos pocos metros más adelante el bosque dejaba de ser bosque para volverse carbón. Akona ahogó un grito y se cubrió la boca con una mano temblorosa: frente a ella todo era cenizas.

—Es terrible ¿no es cierto? —Foss habló a su espalda.

—¿Qué pasó?

—El problema es que no sabemos —explicó—. Nuestras tierras están siendo atacadas por esta... fuerza, sea lo que sea.

Dio unos pasos más hasta pararse justo al lado de Akona.

—Este bosque tiene magia —dijo ella, todavía con los ojos en la devastación frente a ellos.

No era una pregunta, pero Foss de todos modos respondió.

—Sí.

—Y ustedes también son mágicos ¿verdad?

—Sí, lo somos.

Foss tenía su mirada de cristal celeste clavada en Akona. El perfil de la joven se le antojaba extraordinario. Los fae eran criaturas peculiares y las había de muchas formas y tamaños. Los hermanos se veían más similares a los humanos por la pureza del linaje real, pero era poco común encontrar una belleza como la de Akona en su Fika natal.

—¿Para qué me necesitan?

—Sos una Hija del Caos. En vos vive un poder que es propio de nuestro mundo, no del mundo de los humanos.

—¿Insinuás que no soy humana?

—Digo que hay mucho de vos que puede que aún no conozcas. Te llevamos a nuestro reino para que por fin alcances todo tu poder.

—¿Y después? —preguntó Akona y se giró a mirar a Foss a la cara.

Él sonrió. Un gesto suave y desparejo, como si hubiera intentado no hacerlo pero la sonrisa hubiera escapado de todos modos.

—Después te casás con uno de nosotros para reinar a su lado. 

Hija del CaosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora