Capitulo 14

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El descanso de la noche no fue suficiente para ninguno de los tres. Cabalgaron sin parar durante varias horas. Para el mediodía se detuvieron bajo unas hebras de sol que se filtraban entre las copas de los árboles.

—Parada estratégica —dijo Foss en voz alta—: comida, saciar necesidades y luego volvemos a arrancar. No queremos pasar otra noche en este lugar.

Foss desmontó a Cresta y desapareció entre unos arbustos. Una vez solos, Akona y Mavro se bajaron de Tritón. De uno de los morrales de cuero pequeños Mavro sacó paquetitos de tela con comida. Le tendió uno a Akona en lo que intentó que fuera un gesto amable, pero la mujer no lo aceptó. Él buscó sus ojos.

—¿Qué tiene? —dijo, su voz era muy grave.

Si el sonido tuviera color, sería una mezcla entre negro noche y verde musgo. Akona olisqueó el aire. Su nariz rebotando en su cara hizo que Mavro arqueara una ceja, curioso y escondiera una sonrisa.

—Tiene carne —dijo ella—. No como carne.

—No comés carne... —repitió él sorprendido mirando los paquetes de comida que llevaban.

Revolvió en el morral un poco más. Con mano diestra desarmó uno de los envoltorios y separó la carne de la verdura. Hizo lo mismo con otro paquete más y juntó toda la verdura sobre una de las telas cerosas que protegían los alimentos. Le tendió el nuevo paquete a Akona.

—¿Mejor así? —preguntó.

—No seas condescendiente —dijo Akona pero aceptó la comida.

—No lo soy —dijo él y agarró dos paquetes antes de guardar el resto.

Mavro caminó unos pasos hasta apoyar la espalda contra el tronco de un árbol. Akona lo imitó pero se sentó en el pasto. La frescura de la tierra no alcanzó a colarse por su pantalón de cuero y eso la alegró. Empezó a comer cuando sintió a Mavro deslizarse junto a ella.

—A tu salud —dijo cuando estuvo sentado a su lado.

—A la tuya —contestó Akona.

Una brisa suave los envolvió y la fragancia mentolada que parecía desprender Akona llegó a Mavro con la fuerza de un huracán y la suavidad de una burbuja de jabón. Se preguntó por qué estaba tan tenso cerca de ella. Se preguntó qué harían cuando llegaran a Fika. Se preguntó qué pasaría si Akona y su poder elegían a Foss en lugar de a él. Masticó un pedazo de carne y la observó. Ella tenía los ojos fijos en lo que comía, su boca de labios llenos devoraba con ansia las verduras. Desde ese ángulo, las pecas del puente de la nariz de Akona parecían pintas doradas sobre su piel tostada. Era una locura de bella y Mavro deseó trazar mapas sobre ellas, y descubrir hasta dónde llegaban las pecas en el resto de su cuerpo.

—Y... ¿por qué no comés carne?

Era una pregunta simple pero que le costó un esfuerzo tremendo poder decir. Estaba embelesado.

—¿Alguna vez viste un conejo? —dijo ella y lo miró a los ojos— Yo comía conejo cada noche en el barco en que viajaba con mi padre cuando era una niña. Y me gustaba. Pero un día, tocamos puerto y en el mercado vi un conejo vivo. Era la criatura más delicada y hermosa que yo jamás vi... —levantó entre ambos un trozo de verdura— Desde entonces no pude volver a comer cosas con ojos o con tanta belleza.

—Si te dijera que las criaturas que comemos nosotros son horribles y malvadas, ¿comerías?

Akona soltó una risita y Mavro sintió su cuerpo vibrar en respuesta.

—Probablemente no.

Un movimiento de los arbustos los hizo voltear y vieron a Foss apareciendo en el claro. Mavro la arrojó uno de los paquetes que tenía en la mano y se sentaron los tres a comer.

—¿Falta mucho para llegar a su... mhm —lo pensó mejor— reino?

—Creo que llegaremos al atardecer —dijo Foss con la boca llena de carne.

—Bien —dijo Akona con voz queda.

—Vas a ser muy bien recibida, lo prometo —dijo Mavro.

Se moría de ganas por alargar una mano y rozar la rodilla de Akona que tenía más cerca. Pero no lo hizo.

Akona alzó los ojos y estudió a los hermanos mientras comían y hablaban sobre un tal Vikko y lo feliz que iba a estar cuando llegaran.

Se preguntó si acaso este destino no era tan malo. Quizás Filotea había tenido razón y el cambio era bueno para ella. Después de todo, no es que hubiera alguien en la bahía que la echara de menos. Su jefe, tal vez. La taberna de la posada funcionaba gracias a ella, el resto de las chicas no era lo que se dice organizadas. Pero, por lo demás, estaba completamente sola.

Volvió a mirar a los hermanos. Quizás nunca más volvería a estar sola... La idea la hizo sonreír. 

Hija del CaosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora