12. El mapa impreciso y la experiencia corrompida

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Oasis Sumido, 270 aps (Escala de presión abisal)

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Oasis Sumido, 270 aps (Escala de presión abisal)

Las barritas nutritivas que nos dieron en las garitas saben a rayos, una mezcla de agua estancada y estiércol de caballo. Es, si no horrible, espantoso. Separo un trozo con los dientes preguntándome si los alquimistas que las han preparado se habrán equivocado de receta. Procuro masticar lo mínimo y trago aguantando la respiración.

Es un suplicio que aún me queden nueve barritas en la mochila.

Nos hemos sentado haciendo un círculo debajo del refugio que hemos estado fabricando desde el mediodía, junto a la pared del precipicio, a base de materiales que hemos ido recolectando de los bosques más cercanos del Valle Antiguo, como ramas partidas u hojas caídas de gran tamaño. Los síntomas de subir al valle fueron leves, aunque algunos siguen soportando las náuseas y el mareo que sufrieron, a pesar de que hay poca diferencia de altura.

Examino con disimulo los sutiles movimientos en el interior del bolso de Tyropher. No puedo creer que haya metido al Coranchín ahí y pretenda llevárselo con él de paseo por el abismo. Me importa un demonio cómo quiera arriesgar su vida para cumplir con su papel de biólogo y ganarse un buen cargo dentro de la Corte Real de Khorvheim, pero tengo claro que no es buena idea estar cerca de Tyropher por inocente que lo hagan parecer su rostro amable repleto de pecas y esos ricitos miel que le enmarcan la frente. Por ese motivo he preferido colocarme lejos de él, entre la Informante Kirsi y el grandullón de Thago.

—Según los informes de la anterior expedición, los efectos secundarios del abismo tomaron mucha fuerza en la Cueva de los Espectros. No había mapa del interior, así que se perdieron en varias ocasiones y, dado que necesitaban descansar porque llevaban dentro horas, decidieron pasar la noche en la cueva —nos recita Kirsi leyendo varias hojas escritas en lenguaje kheltza mientras pasea su dedo puntiagudo por las letras.

Me acostumbré a ver los escritos kheltza cuando mi amiga empezó a traer fragmentos de textos históricos a Mhyskard para demostrarme lo alucinantes que eran, textos que narraban el origen de Khorvheim. Yo le sonreía fingiendo agradecimiento y le pedía que me enseñase a hablarlo, aunque fui incapaz de aprender más allá de las expresiones básicas, pues ni siquiera ella dominaba el lenguaje de los Cuervos y cada palabra kheltza me desgarraba el corazón. Porque las últimas palabras que el Príncipe Cuervo había articulado frente a mi hermana Orna, antes de que sus secuaces cometieran el asesinato, habían sido en lenguaje kheltza. Le rogué a la diosa Mhys que me ayudase a recordar qué había dicho él aquella noche con la esperanza de traducirlo, pero fue en vano.

—Supongo que eso fue lo que se cobró la vida de tres de ellos —comenta Kalya con un gesto de repulsión clavado en el dedo de Kirsi.

—Exacto. Las probabilidades de perderse dentro son altas porque nuestro mapa es impreciso, y pasar la noche en la cueva es un suicidio.

—De acuerdo. Debemos evitar los errores que cometieron ellos e intentar ser más eficaces dentro de esa maldita cueva, ¿hasta ahí llegamos todos? —interviene Nadine alzando el tono de la voz.

©Piel de Cuervo (PDC)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora