33. El vivo deseo de la venganza

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Arcos Perdidos, 809 aps (Escala de presión abisal)

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Arcos Perdidos, 809 aps (Escala de presión abisal)

El intento de Kowl por detenerlo es en vano.

Nadie entiende qué está ocurriendo hasta que Tyropher empuja a Thago con todas sus fuerzas y cumple su palabra. Me dijo que no permitiría que nadie muriese por su culpa. El pico curvado del Picafauces le atraviesa el pecho tan deprisa que ni siquiera conseguimos reaccionar a tiempo. La sangre le sube a la boca y le empapa los labios. Algunos de mis compañeros se aplastan la boca con las manos para contener el grito de horror. A unos metros, Thago se arrastra por el suelo porque sabe que no le queda otra opción que huir. El alma se me cae a los pies. No podemos luchar en desventaja, no en territorio de Picafauces. Las chicas se apresuran en tirar de Thago y bajar por la trampilla poniéndose a salvo.

—Hacedlo. Desenvainad vuestras armas —musita Kowl empuñando su espada poco a poco—, y preparaos para correr.

Cuando la bestia extrae su pico teñido de la sangre de Tyro y este cae al suelo de rodillas, siento como si me hubiese arrancado un pedazo de corazón a mí también. Luego, su cuerpo se derrumba levantando una nube de polvo marronácea. La conmoción me embota los oídos. Pierdo el sentido del tacto, de las yemas de mis dedos sobre las dagas de mi corsé. Lucho contra mis lágrimas, contra las palabras de Tyro suplicándome que cuidase de sus padres el día que creyó que moriría por las melodías del Cantapenas, contra el charco de sangre que ha comenzado a extenderse bajo su cadáver. Sin embargo, cuando el Picafauces bate sus alas salpicadas de plumas carmesíes y emite un silbido violento hacia el cielo, no permito que la muerte de nuestro compañero me nuble el juicio.

Porque la bestia está llamando a los de su especie.

—No os separéis de mí —les digo a Nevan y a Vera, con la rabia hirviéndome en la garganta.

De repente, de la capa nubosa que flotaba por encima de nosotros emergen varios Picafauces. El movimiento de sus alas golpea el aire y las nubes del cielo se convierten en una densa ola de niebla que se dirige hacia nosotros, envolviendo la estructura en un manto grisáceo y espeso. Me fijo en la libreta de Tyro, abierta de par en par junto a los demás enseres personales desperdigados por el suelo, y en las barritas que podrían extender la supervivencia de los demás en el abismo. Luego, en el ascenso de las bestias en las alturas preparándose para arremeter contra sus próximas víctimas. Pienso en mí, en nadie más. Cojo la libreta del suelo y la guardo en mi bolso. Después, desenfundo una daga con cada mano y aprieto la mandíbula. En cuestión de segundos, la niebla húmeda nos empieza a dificultar la respiración. Nuestro campo de visión se reduce a un par de metros a la redonda.

—No os detengáis ni retrocedáis, con esta niebla os desorientaréis fácilmente —nos indica Kowl dando un paso adelante y apunta con la espada hacia la rectitud del puente que ya ni siquiera somos capaces de ver—. ¡Ahora, corred!

Mis pies se mueven de forma automática. Sé que al menos uno de los Picafauces volverá a por Tyro, así que desviaré mis pasos hacia la derecha para evitar que nos encontremos de frente con la bestia. Nevan y Vera corren tras de mí, y Kowl encabeza el otro grupo por la izquierda, junto a Dhonos y Kirsi. Al adentrarnos en el manto de niebla que colma el puente, noto el sobreesfuerzo en mis pulmones porque me arden con la misma fuerza que la garganta. No vemos nada y no oímos más que las pisadas desenfrenadas al otro lado y el silbido lúgubre del viento riéndose de lo débiles que somos frente a las amenazas del abismo.

©Piel de Cuervo (PDC)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora