30. Khorinat naesom ko.

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Arcos Perdidos, 917 aps (Escala de presión abisal)

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Arcos Perdidos, 917 aps (Escala de presión abisal)

Mientras el Cantapenas engullía la madera, hemos podido hidratarnos con los nuevos suministros, preparar tapones de oídos más gruesos y repartir las espadas que recuperamos de la anterior expedición entre Dhonos y Thago, que han perdido las suyas al enfrentarse a los Picafauces.

Está amaneciendo.

Los primeros rayos ya se cuelan por la abertura del portón e iluminan las volutas de polvo que sobrevuelan por el pasillo, proyectando nuestras sombras sobre las paredes casi de una forma metafórica. Nadie pronuncia ni una sola palabra. Estamos demasiado exhaustos como para hablar. Aún me escuecen los ojos de haber llorado. Todos, sumidos en nuestros pensamientos y apretándonos la tela dentro de los oídos para evitar que la melodía del Cantapenas nos lleve al límite como antes, empezamos a recoger nuestras pertenencias tras un breve descanso al reparar en la señal que hacen Kowl y Dhonos de reanudar la marcha.

—Gracias —le digo en bajito a Kowl cuando me acerco a él, asimilando el resquemor que la palabra me produce en la lengua. Sus ojos oscuros recorren a mis compañeros antes de posarse en los míos.

—Yo no he salvado a nadie.

—Me has salvado a mí —musito—, y sin eso yo tampoco podría haber hecho nada.

Levanta el brazo y me sobresalto al sentir su mano en mi cabeza, despeinándome con una sutileza parecida a la de una caricia.

—No sé de qué me hablas. —Tuerce los labios en una sonrisa débil. Todavía tiene la tez pálida y los carrillos algo hundidos—. Esto es mérito tuyo.

—¿Estás... mejor?

—Antes me preguntaste qué veo en ti —me dice, ignorando la pregunta que le he hecho—. ¿Aún quieres saberlo?

Ladeo el rostro lo suficiente para escudriñar a mis compañeros. Dhonos está debatiendo algo con Nadine y Kirsi acerca del mapa, y el resto sigue ocupado ajustándose sus vestimentas, capas y armas, excepto Mei, que no ha parado de toquetearse el cabello oscuro que ahora ni siquiera le roza los hombros. No quiero que nadie más se entere de esta conversación. Regreso a los ojos de Kowl, a esa conexión íntima entre nosotros que se está convirtiendo en una especie de refugio dentro del abismo, y asiento despacio.

—La fragilidad que te hace fuerte —confiesa, atravesándome el pecho con cada palabra grave que pronuncia—. Ese dolor que llevas tan dentro, siempre a punto de romperte.

—¿Esa es la única razón?

La mirada de Kowl se entrecierra lenta en un análisis cauteloso. Me pregunto si es capaz de sentir cómo la constelación de motitas en la oscuridad de sus ojos o el aroma que despide su presencia me agita el corazón. Entonces, una de sus comisuras se eleva.

—Cuando estás cerca, haces imposible que no me preocupe por ti —me susurra y, al inclinarse hacia mi oreja, la colisión de su aliento cálido en mi cuello me eriza la piel—. Desde la primera vez que te vi.

©Piel de Cuervo (PDC)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora