Capítulo 1

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Elodie Icewind

Las heridas duelen, los golpes, las humillaciones... Pero, tal vez el peso de mi alma sea más doloroso que cualquier herida que puedan causarme. Un dolor insoportable habita en mi pecho mucho más doloroso que cualquier golpe que pueda recibir. Pero si algo he aprendido después de años de torturas, es que mostrar mi dolor, pedir clemencia y suplicar piedad, no son importantes para quien atenta contra mi vida.

Quizás fue ese dolor quien me convirtió en quien soy. O tal vez fue mi fuerte deseo por acabar con todo después de ver como perdía a la única persona que me había amado sobre mis brazos. Como mi último recuerdo fue ver como los ojos de mi madre se apagaban frente a mí junto a su último suspiro.

Pero si de algo estoy realmente segura, es de que no pueden hacerme más daño del que ya siento, y de que mi venganza será más dolorosa que las heridas que surcan mi pálida y adolorida piel.

—Sé que es doloroso, pero debes aguantar unos segundos para poder desinfectar correctamente las heridas y no hacerte daño—dijo mi amiga y también doncella, Alenia, cuando con un movimiento brusco me alejé mientras trataba de curar las recientes heridas de mi abdomen.

—¿De verdad piensas que puedas hacerme más daño después de verme así? —Dije entre dientes reteniendo un gemido cargado de angustia, seguido de una mueca de dolor tras el contacto de la tela helada contra mi pálida e hinchada piel.

—Ya casi he terminado de limpiarlas—sumergió nuevamente la tela en el agua, que rápidamente se tiñó de color rojo—. Pasaré a vendártelas y taparé las marcas de tu rostro para la cena—finalizó sin responder a mi anterior pregunta, aunque realmente no esperaba una respuesta por su parte.

Con delicadeza, Alenia terminó de limpiar los restos de sangre seca que aún quedaban sobre mi piel, y bajo mis pronunciadas protestas roció las heridas con pomada de resina de pino, un remedio que según ella calmaría el dolor de mis heridas, antes de pasar a rodear mi torso con una gruesa tela blanca de algodón.

Estaba acostumbrada a que el rey Elion pagara sus enfados y desacuerdos con mi cuerpo, golpeándome hasta quedar saciado. Sus ojos desprendían odio, tal vez hacia mí o hacia mi mera existencia, pero esta vez mi cuerpo salió más perjudicado de lo normalmente acostumbrado.

Y sé que no debería de estar acostumbrada a vivir continuos maltratos, pero fue este el mundo en el que crecí. En un ambiente donde la violencia y el odio están justificados. La misma moneda con la que juré devolvérsela.

—No van a desaparecer por muchas más capas que eches encima—suspiré mirando a través del espejo las marcas moradas que surcaban mi pómulo izquierdo—. Mejor déjalas, buscaré una forma para ocultarlas que no sea el maquillaje. Ya han pasado varios días, casi no se ven.

Su rostro se transformó en un horror evidente.

—El rey ha pedido explícitamente que las ocultes para la cena—dijo con voz temblorosa—. No quiero ni imaginar que te hará si lo desobedeces—y continuó con su trabajo obviando mis palabras.

—Si quería que no se vieran no debería habérmelas causado, ¿no crees? —Me levanté, sintiendo un dolor punzante en la zona herida, hacia al armario de roble, con detalles blancos y dorados tallados en las puertas, que recorría una de las paredes laterales de mis aposentos. Hecho a mano por los mejores artesanos del reino como regalo.

En él descansan algunos de mis vestidos favoritos, y entre ellos el más preciado. Un vestido azul marino elegante con un escote de tipo barco con los hombros al descubierto sobre los que se extienden unas mangas largas que caen con un sutil aspecto abombado. El corsé está decorado con bordados y detalles plateados florales. Y la falda es larga y fluida, cayendo hasta el suelo en diferentes capas sobre la que destacan bordados florales sutiles.  Era el vestido favorito de mi madre y desde entonces ha sido de igual forma el mío.

La maldad de un corazón puro (LIBRO I)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora