1. Cuando comenzó el fin

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Una tormenta se visualizaba en la ventana de su oficina, eran mediados de junio y ya empezaba a llover a causa de un huracán que se acercaba a las costas del país como un depredador.
No le molestaba porque se sentía fresca, tal vez con frío pero al menos ya no sentía el cuerpo sudoroso y pegajoso por el horrible calor del mes pasado, hasta podía creer que estaba de mejor humor.

Aruma estaba estresada (como es su estado habitual) por la conferencia que debía dar el lunes a primera hora en el hospital, tampoco sabía cómo organizar a sus pacientes ya que daba consultas privadas los fines de semana y oh sorpresa ¡Mañana es fin de semana!

"Me lleva el diablo" tenía casi escrito en la frente mientras se sobaba la misma con su mano de forma repetida como si de su cabeza de pronto saliera un genio de la lámpara y le cumpliría el deseo de organizar mágicamente sus consultas.

En ese momento que se arrepentía de su mera existencia escucho que tocaban su puerta con unos pequeños golpes que ya conocía de memoria.

—¿Qué necesitas? —preguntó con la suficiente fuerza para que la persona que tocaba la escuchará del otro lado.

La puerta se escuchaba chillar un poco mientras la otra persona la abría lentamente, sabía que debía ponerle algo de aceite ya sea de cocina o para las malditas bisagras pero siempre se le olvidaba, y eso que todos los días estaba en ese escritorio sentada.

Después de ese vago pensamiento de la pequeña abertura salió una hermosa cabellera color azabache, tan frondosa y brillosa como la primera vez que la vio en su primer día de clase en la preparatoria.

—¿Es seguro pasar? —preguntó con miedo fingido la persona que comenzaba a asomarme hacia la oficina.

Aruma río un poco por aquel comentario
—No seas ridícula Sami, solo pasa, no voy a morderte. —contestó en tono alegre, siempre que hablaba con ella lograba sacarle una pequeña sonrisa, no importaba la circunstancia, así era siempre.

Entró completamente a la oficina con algunos papeles entre brazos.

Aruma observó como venía vestida aquella intrusa agradable que se metía a su territorio como siempre, tenía unos pantalones estilo cargo de color oliva que combinaba con sus ojos, un suéter sumamente holgado color perla que mientras hacia match con su color de piel blanco contrastaba con su cabellera oscura.

Regresó la mirada fija a los papeles con aquella ceja levantada que tenía como recordatorio una cicatriz apenas visible
—¿Qué tanto traes ahí?

La acompañante cerro con el pie la puerta mientras se acercaba rápidamente al escritorio —Una pequeña sorpresa que no se cómo te vayas a tomar. —contestó en voz baja por el esfuerzo.

—Tus sorpresas son muy diferentes a las de una persona normal, ¿lo sabes no? — mientras Sami finalmente dejaba aquel bonche de papeles en el escritorio mientras suspiraba con alivio.

—No me chingues, necesito ir al Gym de forma urgente —tono jocoso—. Adivina adivinador, ¿que crees que sean estas cosas?

—Así no van las adivinanzas —dijo Aruma con su hermoso sarcasmo que formaba parte de su personalidad.

—Eres una aburrida abuela —debatió—. Esto mi estimada amiga son correos que llevan abajo hace como 3 meses. —Mientras le pegaba suavemente a los papeles que se encontraban como torre.

Aruma casi se ahogaba con su propia saliva
—¿Disculpa?, ¿tres meses?

Puso sus ojos en blanco. —Creo que hay mucho eco en tu oficina, sí señorita 3 meses, dijiste que te encargarías tu de tu propio correo, se supone que yo como tu secretaria debería encargarme de esto pero tú dijiste explícitamente que querías encargarte sola.

Agachó su cabeza para esconder un enojo que se aproximaba a ella como una ráfaga inevitable —Entiendo, mi error. —Odiaba tanto ser olvidadiza con cosas que se supone que no tenian importancia en su momento pero que luego como una bola de nieve iban haciéndose más y más grandes.

Su amiga, secretaria, compañera, paño de lágrimas, su propio genio de la lámpara que le solucionaba todo miró a Aruma con pena porque sabía el estrés que la consumía ultimamente, sabía que su amiga siempre se esforzaba por dar la mejor cara en sus conferencias casi diarias y con sus pacientes, sabía que problemas familiares la consumían, que problemas tenía en el ámbito laboral, mientras pensaba en eso suspiro y se acercó más a ella.

—Ey tranquila, perdoname si te avise del correo mucho después también es mi culpa, vamos a organizar esto, después trabajaremos en tus consultas para el fin de semana y finalmente te invito un capuchino helado como te gusta, ¿qué tal el plan? —preguntó con una sonrisa conciliadora.

Aruma levanto la cabeza con una pequeña sonrisa, "como amo a esta mujer, si me gustarán las mujeres ya le habría pedido matrimonio desde la preparatoria y tendríamos al menos 5 hijos adoptivos" con ese pensamiento fugaz contestó rápidamente. —Me parece un plan fenomenal.

~

Después de casi tres horas y una hora de chisme/almuerzo como intermedio se encontraban terminando de organizar todo el correo en "super importantes, importantes, meeh puede esperar y es basura".

Aruma se levantó del piso donde estaban ella, los correos y Sami, solo para estirarse un poco y bostezar. —Aprendí mi lección, no volveré a olvidar el maldito correo, deberían acostumbrarse al digital.

Sami movía la cabeza en señal de afirmación. —Opino lo mismo mi estimada. —Solamente quedaban tres sobres del cual uno de ellos llamaba la atención de los otros dos por su color negro, con un sello rojo de esos antiguos que marcaban con cera, el cual tenía una forma de una flor—. Oye Aruma, mira este, no habíamos recibido uno así. —Alzaba la mano para darle el sobre.

Su amiga inclino la cabeza y tomo el sobre viéndolo con mucho detenimiento mientras lo abría con cuidado. —Parece que no tiene un remitente, te diría que ha sido un error pero tiene la dirección correcta. —Mientras sacaba del sobre una hoja color carmesí que tenía escrito con letra manuscrita y tinta negra lo siguiente:

Nadie en jade, nadie en oro se convertirá:
En la tierra quedará guardado.
Todos nos iremos allá, de igual modo.
Nadie quedará, conjuntamente habrá que perecer,
Nosotros iremos así a su casa.

Como una pintura nos iremos borrando.
Como una flor, nos iremos secando
Aquí sobre la tierra.
Como vestidura de plumaje de ave zacuán,
De la preciosa ave de cuello de hule,
Nos iremos acabando nos vamos a su casa.

Se acercó aquí.
Hace giros la tristeza de los que en su interior viven.
Meditadlo, señores águilas y tigres,
Aunque fuerais de jade, aunque fuerais de oro,
También allá iréis, al lugar de los descarnados.
Tendremos que desaparecer, nadie habrá de quedar.

Al terminar de leer la poesía que conocía tan bien como la palma de su mano observo con sorpresa las últimas palabras escritas:

Ni mitz tlazohtla
(Te quiero)

En la costilla de Adán Donde viven las historias. Descúbrelo ahora