Taehyung nunca había deseado ser su hermano, mucho menos lo envidiaba. Bueno, así era hasta que vio a su bonito novio. Y, por impulso, tal vez, decidió reemplazarlo.
Jungkook no esperó que las inseguridades de su cuerpo y miedo a revelar sus más ín...
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.
Estaba teniendo un pésimo día, y la hora ni siquiera marcaba las diez de la mañana.
Desde su llamada con Tae, antes de ir a entrenar, su cabeza no lo dejaba en paz. Luchaba por creerle a su novio, siendo consciente que hay momentos en que los estudios devoran cada tramo de tiempo; sin embargo, los recuerdos negativos seguían haciéndose presente, carcomiéndole las entrañas en contra de su voluntad.
Tae le había pedido olvidar esos días cuando nada salía bien y su actitud no era la mejor; hacer de cuenta que nunca existieron. Pero, ¿podía? Trataba, claro que sí. Buscaba recordarse que de esos momentos no quedaba nada. Su novio cumplió con su promesa de ser alguien completamente diferente... hasta ahora.
¿Qué pasaba si volvía? Estas dos semanas llenas de evasivas lo aterraba...
—¿Está todo bien?
Una voz detrás suyo lo hizo detener los movimientos de sus piernas, empujando la plataforma que poseía la máquina que usaba, obligándolo a girar en dirección a esta. Namjoon lo miraba expectante, con su cabeza inclinada de lado.
—¿Por qué lo preguntas? —su ceño se frunció, fingiendo no entender la pregunta. No tenía muchos ánimos de hablar en ese momento.
Detestaba sentir que agobiaba a su amigo con sus problemas amorosos, que seguro poco le interesaban. Además, no siempre tenía por qué estar lloriqueando por cualquier tontería que su cabeza le hiciera creer. Por qué se lo hacía creer, ¿no es así?
—De todo lo que se te pidió hacer en la rutina, no has hecho nada. Llevas más de una hora sentado en esa máquina mientras mueves las piernas —señaló, acercándose a revisar los discos que usaba, alzando una ceja a la par que volvía a enfrentarlo—. Y apenas tiene peso.
Soltó un pequeño quejido al recordar que, de los cuarenta kilos que solía poner, esta no tenía ni veinte.
Este día no le estaba gustando ni un poco.
—Solo estoy pensativo, las clases me tienen algo... estresado —se excusó como pudo, observando a su amigo arreglarle el descuido.
—Vemos las mismas materias, chico —el recordatorio de su amigo, volteando a su dirección después de que la máquina quedara lista, le confirmo que no le creía ni una sola palabra.