XXXV

83 8 0
                                    




Hellen


Estar con Laurent en el mismo lugar, sobre todo en un espacio no tan amplio como el camerino, provocó una oleada de emociones que se agolparon en mi pecho. En un lapso de la noche, sentí la necesidad de acercarme a él, de hablar con más profundidad de nuestros sentimientos mutuos y, tal vez, abrirnos a una nueva oportunidad. La poca distancia que había entre nosotros alimentaba mi imaginación con estos pensamientos fantasiosos. Sin embargo, en última instancia, no llegamos a entablar esa conversación. Me quedé con la sensación de que él también quería acercarse, pero ambos nos contuvimos.

—Fue una buena noche —les dije a Elina y Jona cuando llegamos a mi apartamento. Era demasiado tarde para que se fueran al campus universitario, así que pasarían la noche conmigo aquí.

—Esta noche confirmé que, en efecto, me gusta Jan. —Elina admitió lo que todos habíamos visto.

—Eso estaba claro —agregó Jona.

—¡¿Y tú?! —le preguntó Elina a Jona—. Te gustó Archie, ¿verdad? A mí no me engañas.

—Está bien —admitió él, levantando las manos en señal de rendición—. Me gustó mucho Archie. Pero no sé si tengo posibilidades de que me corresponda.

—No sé mucho acerca de la orientación de Archie —dije, siendo sincera—. Pero creo que Yara insinuó una vez que podría ser bisexual.

—¿Qué más dijo? —me preguntó Jona con curiosidad.

—Me dijo que hasta ahora solo había salido con chicas, pero que estaba bastante abierto a explorar nuevas experiencias.

—Puede que le pase lo mismo que a mí —sugirió Elina, que, con cara de dolor, se sentó en el sofá para quitarse los tacones.

—Eso me da algo de esperanza. —A Jona se le iluminaron los ojos.

—Pero ten cuidado —le aconsejó Elina—. Los castaños, casi rubios, tienen fama de rompecorazones.

—Da igual si son rubios, castaños, morenos o pelirrojos, al final todos tienen el poder de destrozarte —aseguré para contrarrestar el comentario de Elina. A la vez, me senté en el taburete de la sala, que no se había movido desde que Laurent lo colocó allí.

—Chicas —dijo Jona, mirándonos a ambas—, aparte de la muerte, hay una cosa inevitable en esta travesía llamada vida: el corazón roto.

—Si estuviera en otra posición, me burlaría de tu habilidad para sacar frases poéticas de la nada. —Elina se tomó la cara con preocupación—. Pero ahora, sabiendo que me gusta un chico que podría dejarme sin estabilidad emocional, las cosas cambian.

—Al menos ustedes tienen la posibilidad de que les rompan el corazón —les dije—. Mi interés amoroso ni siquiera me habló en toda la noche.

—Laurent, el cobarde —dijo Elina con una cara de desagrado.

—Yo creo que respetó lo que le habías dicho, de no verlo o hablarle por un tiempo —opinó Jona.

—Pero, si de verdad quisiera a Hellen, eso no le importaría —le alegó Elina.

—No sabía que eras tan idealista en el amor. —Jona se rio.

—¿Saben qué? —les dije—. En vez de seguir hablando de líos amorosos, los invito a mi habitación a ver una película.

—¡Pero son las tres de la mañana, Hellen! —Jona miró la hora en su celular.

—¿Y qué? —Me encogí de hombros—. No tenemos nada que hacer mañana.

—Yo me apunto —dijo Elina.

Las dos nos quedamos viendo a Jona, expectantes por su respuesta.

—¿Creen que diré que no? —preguntó él—. Por supuesto que me iré de cabeza con ustedes.

—¡Así me gusta! —dije, emocionada.

—¿Tienes palomitas para preparar? —Elina se puso de pie camino a la cocina.

—Sí, las tengo —le respondí—. Están en la segunda gaveta del mueble de cocina.

Mientras Elina preparaba las palomitas y Jona observaba de pie la colección de libros en mi librero, me quedé absorta mirando punto fijo en la pared. Reflexioné sobre lo ocurrido esta noche y cómo mi conexión con Laurent no se había visto alterada por nuestras circunstancias actuales. Fue entonces cuando me pregunté si había alguna forma de ponerle fin o, como mínimo, debilitarla.

—Oigan, chicos —dije sin apartar la mirada del punto fijo—, ¿qué harían para deshacerse de la conexión que sienten por alguien, tomando en cuenta que es la más fuerte que han sentido?

—Alejándote, no volviéndole a hablar nunca —respondió Elina, que acababa de meter la segunda bolsa de palomitas al microondas—. En resumen, contacto cero.

—¿Funciona? —pregunté.

—Sí funciona —aseguró ella—. Tú misma lo has hecho, ¿no? Con varios de los idiotas que solo han jugado contigo.

—Sí —admití—, pero no sé si esa estrategia sería suficiente para deshacerte de la conexión más grande que has tenido en tu vida.

—Existe una forma más efectiva —me dijo Jona, que dejó de estar distraído con mis libros para incorporarse a la plática.

—¿Cuál es? —preguntó Elina, adelantándose a mí.

—Decepcionándote —respondió él—. No hay peor cosa que te pueda hacer alguien que decepcionarte. El enojo es una simple ráfaga comparada con la explosión atómica que puede ser la decepción. De ahí no hay vuelta atrás.

—Mierda, tienes razón —admitió Elina—. Me ha pasado con algunas personas.

—A mí también me ha pasado con muchos chicos —dije—. Pero no sé por qué no lo consideré antes.

—Quizá, al tener una conexión tan fuerte con alguien, es difícil imaginar que pueda decepcionarte —explicó Jona—. Pero, por desgracia, todos estamos expuestos a causar ese sentimiento en los demás, ya sea consciente o inconscientemente.

—Bueno, dejemos de hablar de cosas fatalistas. —Elina tomó las dos bolsas de palomitas que había preparado y nos pidió que nos fuéramos a ver la película de una vez.

Sin más preámbulos, nos fuimos a mi habitación, pero, durante buena parte de la película, no dejé de pensar en la palabra «decepción».

Apegados ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora