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Hellen


«Volvió a pasar». Esa fue la frase que me repetí, con los ojos llenos de lágrimas, mientras iba de regreso a mi apartamento en el primer taxi que encontré al salir de la fiesta. Que Laurent estuviera alejado de mí durante casi toda la noche, debió haber sido una señal clara para mí de que algo andaba mal. Sin embargo, pensé que solo estaba saturado porque él y los demás miembros de la banda tenían que encargarse de varias cosas de la fiesta. Mi suposición esperanzadora fue errónea y, en última instancia, me llevé una daga en el corazón al verlo besar a Mary.

     Sabía que no teníamos una relación oficial ni había un acuerdo de palabra para que nos fuéramos fieles el uno con el otro, pero lo sentí como una infidelidad al nivel de esas parejas que llevaban años juntas. Todo se debía a la intensa conexión que tenía con Laurent. Cada emoción en la que él estaba involucrado, fuera positiva o negativa, se amplificaba al doble.

     En cuanto llegué a mi apartamento, me dejé caer en el sofá de la sala y comencé a llorar con libertad. Estar por fin a solas, en silencio y sin nadie a mi alrededor, sació mi necesidad de derramar las lágrimas que había contenido durante todo el camino. Sentía una presión dolorosa en el estómago, que me destruía con cada lágrima derramada; era una señal de que estaba a punto de volver a tocar fondo, el mismo del cual me había costado tanto salir hace unos meses.

     Mi celular, que había dejado a mi lado en el sofá, comenzó a vibrar, anunciando una llamada. Lo último que quería ahora mismo era hablar con alguien. Pero, al mirar la pantalla, vi que era Yara. Era obvio que mi repentina desaparición de la fiesta la había preocupado. Decidí contestar para no alarmarla más.

     —¡Hellen! —me dijo ella, casi gritando por el alto volumen de la música del salón—. ¡¿Dónde estás?! ¡No te veo por ningún lado!

     —Estoy en mi apartamento, Yara. Lo siento por no haberte avisado que me iba de la fiesta.

     —¡Dame un momento! ¡No te escucho! —Al cabo de unos segundos, la música se volvió más baja, indicándome que Yara se había salido del salón—. Repíteme lo que dijiste.

     —Te dije que me vine para mi apartamento. No quería estar más en la fiesta. Lo siento por irme sin avisar.

     —¿En tu apartamento? —Aunque solo escuchaba su voz, podía visualizar su expresión de incredulidad—. ¿Qué pasó para que decidieras irte? ¿Estás bien?

     —Estoy bien, Yara —aseguré, mintiendo con claridad—. Tan solo no quería estar más en la fiesta.

     —No te creo, hermanita. Tú siempre tienes un motivo para hacer cualquier cosa. No haces las cosas así por así.

     —Esta noche fue la excepción a la regla.

     —Bueno —dijo ella, que pareció creerme de manera parcial, y se resignó a no insistir más—. Espero que hayas disfrutado de la fiesta. Me habría gustado que te quedaras hasta el final.

     —En serio, lo siento, Yara.

     —No pasa nada, hermanita. Cuídate. Nos vemos otro día

     —Cuídate tú también. Y sigue disfrutando de la fiesta.

     Colgué la llamada y una lágrima se deslizó por mi mejilla. Me recosté sobre el brazo del sofá y dirigí mi mirada hacia mi estantería de libros. Mientras me hundía en la tristeza, mis ojos se posaron en los libros de romance. Me entristeció aún más darme cuenta de que nunca le pedí a la vida un amor como el de esas historias; lo único que deseaba era una experiencia amorosa decente, que no estuviera condenada al dolor desde el principio.

     Mi celular volvió a sonar, pero esta vez era un mensaje. Era la última cosa que vería antes de apagarlo. No quería mantenerme en contacto con nadie más, al menos por el resto de la noche.

     Al ver que el mensaje era de Laurent, sentí una presión en el pecho. Mis ganas de llorar se agudizaron. ¡No merece que le contesté!, fue lo primero que pensé, con nuevas lágrimas agolpándose en mis ojos. No era resentimiento lo que sentía, sino una profunda decepción. Su actitud durante la fiesta había sido distante, como si quisiera alejarme intencionadamente. Y la gota que colmó el vaso fue verlo besándose con Mary.

     Estuve unos cinco minutos dudando si abrir el mensaje de Laurent o no. La ganas de ignorarlo no me faltaban. No obstante, la curiosidad por saber que me había dicho me carcomería toda la noche y no me dejaría dormir. Por ende, con las manos heladas, abrí el chat y comencé a leer.

     Laurent: Hellen, ¿podemos hablar? Tengo que explicarte muchas cosas. Te busqué por todo el salón y no te encontré. Odio pensar que fui la razón por la que te fuiste de la fiesta. Por favor, contéstame cuando puedas.

     No iba a contestarle. Mi estado actual no me permitía encontrar las palabras adecuadas. Dejé el celular a un lado y volví a recostar mi cara en el brazo del sofá. Deseaba quedarme así toda la noche. Sentía que esa era la posición perfecta para expresar la tristeza que me embargaba. Mi mente revivía todas las situaciones con los chicos que me llevaron a terapia hace unos meses, y la sensación de estar a punto de caer de nuevo en ese pozo me aterraba.

     En veinte minutos, no hice más que quedarme absorta en algún rincón de mi apartamento, hasta que el sonido de alguien tocando la puerta me sacó de mi trance. Me acerqué con curiosidad a la mirilla para ver quién era, y mi corazón dio un vuelco al encontrarme con Laurent. Jamás imaginé que se atrevería a venir a verme esta misma noche. Ahora debía decidir si le daba la oportunidad de hablar conmigo o si pasaba de él. Y supuse que la primera opción sería la más madura de mi parte.

Apegados ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora