XLIII

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Hellen


Aun cuando estaba decidida, no pude mandarle ningún mensaje a Laurent en la tarde. No quería verme intensa, por así decirlo. En parte, él, al decir que le apetecía volver a mantener cierta comunicación conmigo, sentía que la obligación de dar el primer paso recaía sobre él. Sin embargo, como no había ocurrido hasta ahora, tenía una leve ansiedad por hacerlo yo misma.

     Una ligera lluvia comenzó a caer entrada la noche, aunque no duró mucho. Me gustaba los días lluviosos, pero más en mi niñez. Yara y yo solíamos salir a mojarnos en las tardes lluviosas, a escondidas de mis padres. En una tarde de esas, una señora de avanzada edad, con una sombrilla transparente, se acercó a nosotras. Estábamos a punto de saltar a un charco y, al verla, nos detuvimos en seco. Ella nos dijo: «Háganlo, siempre hagan lo que el corazón les pide». Y lo hicimos.

     Impulsada por las palabras de esa anciana, tomé mi celular y, sin dejar que la duda se adueñara de mí, le mandé el siguiente mensaje a Laurent:

     Yo: Hola, Laurent. ¿Cómo te va? ¿Qué tal está yendo todo con el álbum?

     Ya pasaban las diez de la noche, por lo que era seguro que se había ido del apartamento de la banda para regresar a su casa. En teoría, me tendría que responder en breve. Pero no fue así. De hecho, me dejó en visto varios minutos. Me quedé viendo un lugar fijo, ansiosa por su respuesta, incluso considerando la idea de mandarle otro mensaje. Odiaba cuando mi apego ansioso se apoderaba de mí. Me hacía sentir como una loca obsesiva. Y esa no era la imagen que quería tener de mí misma.

     Al cabo de unos minutos, Laurent me respondió y mi ansiedad se disipó.

     Laurent: ¡Hellen! Me alegra que me hayas escrito. Todo está yendo excelente con el nuevo álbum. Ayer pensamos que tendríamos un problema, porque ocupábamos un pianista que nos ayudara con el proyecto. Por suerte, en el conservatorio, tengo una compañera supertalentosa con el piano, que aceptó ayudarnos y ahora es la nueva integrante de la banda.

     Me pregunté si tenía que responderle al instante o demorarme como lo había hecho él. Elina solía decirme que la respuesta a los mensajes debía ser proporcional al tiempo que el otro había tomado, o inclusive más. Pero no podía ser así, aunque lo intentara, mucho menos si la persona en cuestión era significativa para mí.

     Yo: Qué bueno que pudieron resolver el problema del pianista de un día para otro. En serio, espero que ella se adapte bien a la banda y los ayude a redondear su buen momento con un álbum exitoso.

     Laurent: Ya verás que sí. Confío mucho en que haremos un buen trabajo.

     Aquí fue cuando no supe qué más qué decir. Necesitaba pensar en algo para continuar la conversación, pero no fue necesario, ya que él me envió otro mensaje.

     Laurent: Por cierto, ¿adivina qué estoy haciendo?

     Yo: Dímelo. No soy buena adivinado. Ja, ja, ja.

     Me mandó una foto con el libro que le había prestado.

     Laurent: Estoy leyéndolo. Me apena decirte que aún no lo he terminado, pero he disfrutado mucho lo que he leído hasta ahora.

     Yo: Tómate el tiempo que quieras para leerlo. No serás mejor ni peor lector por ello. Pero bueno, quiero hacerte una pregunta. De lo que has leído, ¿hay alguna frase que te haya marcado o que sea tu favorita?

     Laurent: Hubo una que me dio vuelco por dentro. Decía: «Sólo el amor pudo haberme salvado. Pero, como siempre, yo no puedo amar ni, mucho menos, aceptar que me amen».

     Yo: ¿Te identificas con esa frase?

     Laurent: Me entristece.

     Su respuesta evasiva me dejaría con muchas dudas y creando teorías al respecto.

     Yo: Te diría lo mismo. La profundidad de Pizarnik toca una fibra en mí.

     En esta fase de la conversación, Laurent se volvió a tardar unos minutos para responder. Estaba acostada en mi cama, en una posición de dormir, luchando contra el cansancio para no cerrar los ojos. A todos nos pasaba la situación de arruinar nuestro horario de sueño por quedarnos hablando un rato más con esa persona especial.

     En el instante preciso en que cerré los ojos, la vibración de mi celular me obligó a abrirlos. Laurent seguía al otro lado.

     Laurent: Oye, Hellen, no sé si te estoy quitando tiempo de sueño, pero quería decirte que sería bonito que nos viéramos pronto. Me encantó hablar contigo en la heladería y no puedo esperar a que algo así vuelva a ocurrir.

     Mi corazón se estremeció de emoción. Que alguien me dijera que le gustaba pasar tiempo conmigo era uno de los mejores halagos que podía recibir. Y, si venía de Laurent, cobraba un valor extra.

     Yo: A mí también me encanta hablar contigo, Laurent. Solo dime cuándo te gustaría que nos viéramos.

     Laurent: ¿Qué te parece si te invito a mi casa? Podría ser este fin de semana, si te viene bien. El domingo, para ser más específico.

     No me esperaba en absoluto que me invitara a su casa, pero la propuesta no sonaba mal. Así como él había visto cómo vivía en mi apartamento, sería interesante ver lo mismo por su lado.

     Yo: Me parece genial. El domingo nada que hacer. Me vendrá bien tener un plan para ese día.

     Laurent: ¡Qué bueno! Hasta el domingo entonces. Por ahora, te dejaré descansar. Pasa una bonita noche.

     Yo: Pasa una bonita noche también.

     Con sonrisa bobalicona de amor, bloqueé la pantalla de mi celular, cerré los ojos y me imaginé cómo sería verme con Laurent el domingo, hasta que me quedé dormida. 

Apegados ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora